Reproduzco algunos comentarios leídos en los últimos días en redes sociales: “Soy feminista, no soy detractora del hombre para nada, soy defensora de los derechos de la mujer, que es diferente” (frase que en el perfil “Justicia Divina” se atribuye a Rocío Jurado). “Si te igualan la violación al piropo, cómo no van a igualar el burka a poner pendientes” (perfil “mescojono”). “Una de estas dos civilizaciones tiene un machismo real, brutal, generalizado y sin oposición, que aterroriza a la mujer. En el otro existe una oposición enorme e institucional hacia un presunto machismo que no existe pero sirve para que muchos y muchas vivan del cuento” (nombre del perfil, “Capitán Bitcoin” y añade dos fotos, en la primera una pareja occidental, la mujer subida a la espalda del hombre y abrazada a él mientras ambos ríen cómplices; en la segunda varias mujeres musulmanas vestidas completamente con yihab negro solo con franja para los ojos, las muñecas atadas y unidas por una cuerda que sujeta un hombre).

Las redes sociales, mucho menos los perfiles anónimos, no representan los mejores criterios de autoridad pero, por la libertad con que pueden expresarse, sirven para poner el foco en aquellos aspectos en que la mortal corrección política no se atreve pese a estar en el día a día del pensamiento de la gente. Y si hay dos ámbitos en los que estamos llegando a los límites máximos del absurdo son el de la falacia del “encuentro intercultural” que en realidad, en esta como en otras ocasiones, es el encuentro entre distintas etapas del proceso de civilización y humanización por el que la especie humana va avanzando desde nuestra aparición sobre la tierra y el del proceso social y cultural de equiparación en derechos, libertades y autonomía de la mujer con respecto al hombre. Esto es, que lo que la naturaleza crea igual, lo sea también socialmente.

La derrota de la civilización ante la barbarie, por coyuntural que ésta sea, que supone el control de Afganistán por los islamistas talibanes ha puesto sobre la mesa la gran contradicción de quienes utilizan la lente de aumento para agrandar hasta el esperpento aquellos aspectos en que en Occidente y en España misma, la equiparación en derechos y oportunidades no es aún total entre hombres y mujeres. Ahí caen en la intolerancia, el ridículo y la exageración sin límites, tetas al aire, “performances” sangrientas para llamar asesino al hombre; a todos los hombres, por el hecho de serlo e invención de neolenguas con el que distinguirse como la raza aria de un feminismo que ya no es defensa de la mujer sino otra cosa.

Cuando por el contrario ponen la lente reductora en las abismales diferencias entre hombres y mujeres, entre musulmanes e infieles, entre barbarie y civilización o se callan o incluso alaban supuestas bondades de los moderados que matan menos o esclavizan más confortablemente, demuestran su fanatismo e intolerancia de progresistas de pacotilla, de igualitaristas de carnet, que ponen su servidumbre a la secta del pensamiento totalitario por delante del respeto a los derechos humanos, comenzando por el derecho a la vida, a la libertad y a la dignidad personal, nazcas con el sexo que nazcas, habites en el lugar del planeta que habites, practiques o no la religión que te dé la gana.

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