El Banco de España, muy fino y correcto él, lo denomina “vulnerabilidad en el acceso al efectivo”. La gente corriente, la afectada por el problema, suele ser más directa y contundente y dice algo así como “otra putada, ya tenemos que hacer unos cuantos kilómetros más para sacar dinero”. Y para poner la cartilla al día y para hacer gestiones bancarias de esas que te recomiendan que hagas por Internet.

–Es más fácil, cómodo y rápido”, asegura el empleado.

–Ya, pero es que yo ni tengo ese bicho en casa, ni sé usarlo y a mi edad comprenderá usted que ya es tarde para meterme en berenjenales, contesta el señor Trifonio con el gesto resignado y cara de esas que los expertos llaman ahora de “analfabeto tecnológico”.

–Es que otra solución no le veo, le repiten en la ventanilla. Y, además, a partir de las once de la mañana se cierra la caja y ya son las once y diez.

–Y ¿dónde voy yo a buscar MI dinero?, replica el señor Trifonio poniendo el acento y la intensidad en el “mi”. Y ahí lo tienen, camino de la calle sin entender nada. O, mejor dicho, entendiendo que cada vez se lo ponen más difícil a los de los pueblos. Mucho apoyo a la España vacía o vaciada o vacilada, muchas declaraciones de comprensión y ayuda, mucho papel lleno de planes, proyectos, estudios, conclusiones (todo lo mismo, o parecido, que hace unos cuantos años), mucha teoría contra la despoblación, pero, a la hora de la verdad, poco que llevarse a la boca. Ni siquiera el dinero propio.

–A ver si viene el chico de vacaciones y me lleva a la capital o donde haya sucursales y arreglamos esto. Si no tendré que decírselo al vecino; ya no estoy yo para conducir, se queja el señor Austreberto, que hace un par de meses que no sabe si le han ingresado bien, mal o regular la pensión, extra incluida.

Te las dan por todos los lados mientras sonríen, te pasan la manos por el lomo y te aseguran que gracias a ti y a unos cuantos más, pocos, se mantiene el equilibrio territorial

Aseguran ahora que la España vacía comienza a rebelarse contra el cierre de oficinas bancarias en el medio rural. Leo que en Galicia se preparan protestas y que unos cuantos alcaldes se han unido para intentar poner remedio a la situación. ¿Cómo? En primer lugar, haciendo visible el problema. Después, denunciando los cierres que está protagonizando Abanca, entidad nacida tras la fusión de las cajas gallegas, impulsada por el presidente Núñez Feijóo y que fue rescatada con 9.000 millones de las arcas públicas. ¿A qué les suena? Y es que esa es otra. Se salvan de la quiebra, con dinero de todos, bancos y más bancos, pero cuando esos bancos tienen que echar una mano para que cierta gente, la del mundo rural, no sufra más perjuicios, pues, eso, que se clausuran sucursales. El negocio es el negocio. Tal o cual oficina ya no es rentable. ¿Lo era cuando usted y yo y el de más allá pagamos, y seguimos pagando, para que el Estado rescatara precisamente a los que más tenían? Injusticias de la vida/ tristezas de la verdad”, que escribió hace ya muchísimos años un excelente poeta de mi pueblo.

O sea, que estamos en la era de la “vulnerabilidad en el acceso al efectivo”. Por eufemismos que no quede. Usted le dice eso al señor Sofronio y mejor no le explico dónde lo manda después de pedirle que le hable en cristiano. Hombre, vulnerables sí que somos los que vivimos en un pueblo. Te las dan por todos los lados mientras sonríen, te pasan la manos por el lomo y te aseguran que gracias a ti y a unos cuantos más, pocos, se mantiene el equilibrio territorial, se reduce la contaminación de CO2 y se evitan más atascos y humos en las ciudades. Coja usted el transporte público, te recomiendan cada poco.

–Sí, claro, y monto en el coche de línea a las ocho de la mañana y me vuelvo a las tres de la tarde solo para sacar unas perras. Contaminar no contaminaré, pero, a mis años, una buena paliza sí que me llevo, apunta en la solana el señor Eustracio.

Afirman también que, en Castilla y León, están apareciendo movimientos similares a los de Galicia. Por ejemplo, en Soria. Y que la Diputación de Valladolid va a instalar cinco cajeros públicos en núcleos donde fueron retirados hace años. Y es que no es solo que cierren sucursales, sino que también trincan los cajeros. Es decir, que las tarjetas y las cartillas ya solo te valen para determinados sitios. Al señor Trifonio se lo ponen cada vez más complicado. Y el señor Austreberto tendrá que pedir fiado en la tienda o en el bar si no viene pronto el chico de vacaciones a estrenar el coche nuevo.

Ojalá conduzcan a buen puerto esas protestas y medidas aisladas. El problema es ese, que son aisladas. Otro gallo cantaría si hubiera coordinación y unidad de acción, pero quizás sea pedir demasiado. Ni siquiera para defendernos sabemos ir juntos.