Dos de cada diez médicos residentes rechazan la plaza de medicina de familia en Zamora tras aprobar el MIR, el mismo puesto de trabajo por el que cada semana se manifiestan decenas de localidades que no solo ven sus consultorios cerrados por la crisis del COVID, sino que se quedan sin especialistas y sin relevo generacional cuando se jubila el doctor de toda la vida.

La provincia zamorana carece de atractivos para los estudiantes que tras seis años de carrera afrontan un puesto de residente durante otros cuatro más. Treinteañeros que en muchas ocasiones ya tienen un proyecto vital en marcha y que no están para experimentos laborales. Solo la mitad de los médicos de “cabecera” formados en la región se quedan en ella al terminar ese periodo de MIR. La principal víctima de todo ello es la asistencia primaria, la más esencial en una provincia dispersa con casi casi 250 núcleos de población. El 25% de sus vecinos viven en municipios de menos de 500 habitantes y con una media de edad que roza los 60 años.

De las 14 plazas de médicos residentes ofertadas este año en Zamora tres quedan vacías y no se cubrirán. La razón es que no interesan a los aspirantes, y de ahí que la provincia sea la segunda del país con más porcentaje de renuncia en la especialidad de médico de familia. Al margen de la dispersión geográfica o falta de comunicaciones como es el acceso a la alta velocidad de Internet hay que sumar algo fundamental, como es la retribución. Al tratarse de una competencia transferida a las comunidades autónomas las distancias son abismales. Un ejemplo: la diferencia entre un médico que trabaje en Murcia con otro que lo haga en Castilla y León puede ser de hasta 584 euros al mes; y de casi los 400 si se compara con el País Vasco. Caso aparte es el de Ceuta y Melilla, donde se prima la llegada de facultativos con retribuciones que pueden suponer un extra de hasta 1.140 euros brutos por mensualidad, y sin contar las guardias y otro tipo de complementos.

Si los alicientes son insuficientes los responsables sanitarios deben dar con la tecla adecuada. Y esa tecla no es otra que la de habilitar incentivos bien económicos o bien a través de primas profesionales

Cuando un puesto de trabajo esencial es de difícil cobertura la Administración no puede dar la espalda a sus ciudadanos. Si los alicientes son insuficientes los responsables sanitarios deben dar con la tecla adecuada. Y esa tecla no es otra que la de habilitar incentivos bien económicos o bien a través de primas profesionales. No hay otra. O alguien se pone manos a la obra o Zamora quedará aún más desatendida desde el punto de vista sanitario en un mundo rural estandarte de la España Vaciada que levanta con fuerza la mano para tratar de flotar en medio del tsunami que deja año y medio de pandemia. Contratos por semanas o incluso por días, cientos de kilómetros en coche para atender a una decena de pueblos… “Las condiciones laborales de los médicos en Zamora son lamentables”, se queja Vanessa Mezquita, presidenta del movimiento para la defensa de la sanidad rural de Aliste. También faltan manos en el consultorio en el que trabaja el doctor Tomás González, en San Vitero, y que se ocupa hasta de tres centros más al día ante la falta de facultativos y el aumento de las cartillas sanitarias de los zamoranos que aprovechan la época estival para regresar a sus municipios de origen.

Ni con el esfuerzo de los sanitarios que siguen al pie del cañón el servicio es el adecuado con consultorios cerrados a cal y canto, y la necesidad de realizar las consultas por teléfono, incluso en las zonas en las que la cobertura de telefonía móvil hace que esta sea una misión casi imposible. De ello dan fe las constantes manifestaciones en defensa de una sanidad digna que los vecinos de Sayago, Tábara, Fermoselle, Pozoantiguo, Sanabria, y los de la comarca de Los Valles y el Tera protagonizan casi todas las semanas, con Benavente que no se cansa de reivindicar la falta de pediatras para los más pequeños. Ayer mismo decenas de personas se concentraban por quinta vez en Bermillo para manifestar su indignación e incluso llegaron a cortar la carretera. Tienen cinco médicos para 43 pueblos. Piden lo que debería ser un derecho tan indiscutible como lo es la vida: una atención médica presencial cuando así sea necesario. ¿Cómo va a pedir cita por Internet una abuela de 90 años que, aunque lo lograra, tendría que explicar qué le ocurre y qué síntomas tiene?

La calidad de vida y los sueldos, como ha evidenciado la pandemia, ha obrado el milagro en muchas localidades, algunas de ellas también en Zamora, que han visto cómo se empadronaban nuevos emprendedores con sus ordenadores para teletrabajar. En el caso de los médicos no parece suficiente, como tampoco lo es en la montaña Palentina, Aranda de Duero y otras zonas limítrofes de la región donde se han cerrado puntos de guardia. Llegan para quedarse si su objetivo es Zamora o si no tienen puntuación suficiente para optar a otra plaza, completan su formación y, por desgracia, la mayoría se va. Sin convocatorias de concursos de traslados, no es de extrañar que muchos de estos jóvenes facultativos opten por seguir como interinos en un gran hospital antes que acceder a una plaza fija en un pueblo de la España Vaciada.

Zamora no se va a convertir de la noche a la mañana en el destino soñado para médicos y otras profesiones. La diferencia es que la Sanidad no es un negocio privado del que se espera resultados en forma de ingresos a final de cada ejercicio, sino un servicio que costean todos los zamoranos, como el resto de españoles, con independencia de que vivan en un pueblo de 50 habitantes o de 60.000.

Donde no llegan los alicientes deben llegar los incentivos de la Administración. Zamora solo pide una sanidad digna. Y hay que dársela.