Cuando acaba la ideología empiezan los asesinatos.

Durante los días 15 y 16 del pasado mes de julio en el Centro Internacional Antonio Machado (CIAM-FDS) en colaboración con el “Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo,” se celebraron unas reuniones de trabajo con varias ponencias. Fue emocionante hablar ante un grupo tan numeroso que había sufrido, en sí mismos, o en sus seres queridos, el zarpazo del terror de la organización terrorista etarra y recordar al mismo tiempo haber estado en primera línea en los puestos de la Guardia Civil de Valcarlos y Olagüe (Navarra) en los años de 1977-1980. Bajo el lema “Los retos del relato. Terrorismo, universidad y divulgación,” todos los ponentes explicaron desde sus experiencias el clima de terror creado por la organización en la sociedad española y principalmente en el pueblo vasco, todos estábamos comprometidos en la idea de explicar a la sociedad quiénes eran los verdugos y quiénes las víctimas en el terrorismo etarra para que no haya el más mínimo error.

En este momento uno de los directores del Centro Memorial de las Víctimas del terrorismo me envía un correo en el que me comunica el fallecimiento del antropólogo vasco, Mikel Azurmendi,(4-8-2021) Mikel formó parte en sus inicios de la banda terrorista ETA mientras esta luchaba contra el franquismo. Cuando a mediados de 1967 la organización etarra decidió llevar a la práctica los acuerdos aprobados en la IV Asamblea celebrada en 1965, cometió los primeros atracos a entidades bancarias con objeto de obligar al aparato del Estado a ejercer una represión desproporcionada contra las masas como era habitual en régimen, “acción-reacción-acción”. Mikel Azurmendi, abandonó a la organización.

A partir de 1988 empezó a recibir amenazas de ETA, tuvo dos intentos de asesinato y se vio obligado a huir a los Estados Unidos de Norteamérica por las amenazas que recibía constantemente. En 1998 participó en la fundación del “Foro de Ermua” y fue su primer portavoz, al año siguiente organizó la plataforma “Basta ya”. Ambas instituciones compuestas por ciudadanos de todas las ideologías políticas sus miembros estaban unidos por el rechazo a los asesinatos etarras.

Vaya mi recuerdo para este intelectual vasco que deja una buena y abundante bibliografía publicada.

Restablecer la verdad nos parece no solo un deber moral sino una necesidad política, pues se trata, en definitiva de un fenómeno que surgió en el seno de una sociedad, altamente cualificada industrialmente

Pero la tesis de este artículo no es el dar la noticia del fallecimiento de Mikel sino la de comunicar los objetivos que unían a los asistentes a las mencionadas jornadas. Restablecer la verdad nos parece no solo un deber moral sino una necesidad política, pues se trata, en definitiva de un fenómeno que surgió en el seno de una sociedad, altamente cualificada industrialmente, culta, con un porcentaje elevado de creyentes y practicantes católicos.

El relato de cada uno de los ponentes contenía argumentos morales para que la política de concordia civil, que puso fin a los asesinatos etarras, no olvide el dolor infligido a tantas familias que el “tribunal populista” de la banda había decidido que eran malos vascos y se habían buscado el castigo, ellos solo eran el brazo armado de la justicia para la paz en Euskadi, NO sus asesinos.

También constatamos que los recursos de la sociedad civil que podrían llevar a la conclusión de un proyecto de concordia están todavía debilitados y dispersos. Unas horas antes de mi intervención mientras tomaba un café con un antiguo profesor mío, al enterarse del tema de mi ponencia, me advirtió: “ten cuidado”.

De todo lo relatado me impresionó profundamente el de Ana Aizpiriz contando el asesinato de su hermano, Sebastián Aizpiri Leyaristi (25-5-1988) propietario de un restaurante que daba de comer a españolistas, porque plantea a la conciencia civil de muchos vascos el problema de cuándo debieron ponerse a pensar cómo detener las matanzas.

(*) Portavoz del PSOE

en el Ayuntamiento de Peñausende