Dice el delegado del Gobierno de España en Castilla y León que tenemos que darnos con un canto en los dientes los castellano-leoneses porque nos van a otorgar más de cincuenta millones para mejorar nuestras telecomunicaciones y así reducir las zonas de sombra en el acceso a Internet. Y a eso lo llama discriminación positiva. En la misma mañana en que se aprobaban 1.700 millones de Euros para mejorar otras comunicaciones con la ampliación del aeropuerto de El Prat en Barcelona, alguien debió retar al delegado gubernamental a ver si era capaz de convertir las migajas insultantes en “discriminación positiva”. Recibir el reto y decir “sujétame el cubata” debió ser todo uno.

Otro gobierno, el de Castilla y León se queja del maltrato, pero lo hace con el temor reverencial que impide levantar la voz más allá de un lamento arrastrado. Como el mal jugador de mus acostumbrado a envidar a chica a modo de consuelo tras dejarse llevar una y otra vez la grande por falta de coraje para pelearla. La comunidad autónoma con mayor superficie de Europa, más grande que Portugal, pero con densidad de población similar a Mauritania, sigue sin saber plantarse ante el gobierno de la nación para exigir el trato, no ya privilegiado sino meramente compensatorio, que necesita. Más bien todo lo contrario, salvo quejas esporádicas y planas, a modo de autoprotección, la palabra que más llena la boca de nuestros dirigentes es la de lealtad institucional. Como si eso no tuviera que ser recíproco. Como si no estuviéramos hartos a ver en nuestra región y especialmente en provincias como Zamora, que somos siempre los perdedores en cualquier reparto de fondos, o a la hora de primar el número de habitantes y no las necesidades aún pendientes de cubrir para cada uno de los ciudadanos de la comunidad.

El problema de los menos poderosos no es que lo sean sino que se vendan por medio plato de lentejas a cambio de las migajas que de vez en cuando les dejan llegar. O ni siquiera se vendan, sino que se entreguen por temor al conflicto con el que es más fuerte. Solo así se puede entender que la Cataluña desleal, independentista, segregacionista, siempre beneficiada por la política española, da igual en qué régimen y bajo qué gobierno, siga llevándose la parte del león en el asalto al presupuesto común. Mientras, en regiones como la nuestra, callamos o nos lanzamos contra Madrid porque decidió defender a sus habitantes y su economía, cuando aquí nos cerrábamos y encerrábamos a la sombra. O porque crece económicamente con políticas liberales y de competitividad fiscal, dentro del orden común, mientras otros como País Vasco y Navarra nadan en la abundancia gracias a unos privilegios conservados del pasado foral y feudal o Cataluña despilfarra en chiringuitos independentistas porque al final se lo pagamos los de Sayago, Aliste y Sanabria, aunque no tengamos ni Internet.

Será que son así nuestro unamuniano sentimiento trágico de la vida o nuestra pertinaz resignación. Será que mientras a otros les dan las luces nosotros nos conformamos con las sombras. O sea, que nos zurran y nos gusta.

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