El recién publicado Informe Tendencias Globales del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) deja un nuevo balance desalentador sobre lo ocurrido a lo largo de 2020 en el mundo (al margen, claro está de los efectos que ha traído consigo la pandemia): 82,4 millones de seres humanos que se vieron obligados a desplazarse por la violencia, la guerra, el hambre o catástrofes climáticas. Se calcula que unos 48 millones fueron desplazados internos y otros 26,4 millones adquieren la categoría de refugiados. Su número es un poco mayor que el de 2019, por lo que esta tendencia alcista, por leve que sea, es desalentadora, más aún, viendo, además, que, en algunos casos, son conflictos enquistados de muy difícil resolución que, incluso, pueden ir a más con el tiempo. En cifras redondas, el 1% de la población humana se ha visto empujada a irse de sus hogares. Si bien, eso tampoco significa que el otro 99% de la humanidad viva en unas condiciones favorables, al contrario, la globalización está mostrando sus múltiples debilidades y flaquezas a pasos agigantados y sería importante imponer una estrategia conjunta, en la que el compromiso de los países más desarrollados fuera permanente, no solo un plan de buenas intenciones. El primero en la lista de países que preocupa, actualmente, es Venezuela.

Refugiados en el mundo

A pesar de la propaganda política del régimen de Nicolás Maduro, cerca de 3,9 millones de venezolanos se han marchado buscando nuevos horizontes, ante la precariedad y miseria existentes, en países vecinos o en España. Muy indicativo de que la situación social se está degradando a pasos agigantados. Si bien, son los sirios, repartidos en diversos países de la región de Oriente Medio, los que todavía se mantienen en lo más alto de la mayor población refugiada a nivel mundial, sumando 6,7 millones. La ratificación de El Asad, en las recientes elecciones presidenciales, y, por llamarlo de alguna manera, el final de la guerra civil, no han invitado a la mayoría de los sirios que huyeron de los horrores a regresar, posiblemente, ante el temor a las represalias por parte del régimen y porque, a su vez, el panorama dentro del país tampoco es nada halagüeño, con algunas protestas del hambre. Después de todo, no hay conflicto barato y siempre son las clases más humildes las que acaban por padecer la terrible factura.

Le siguen en esta terrible lista negra Afganistán, con 2,6 millones, otro país envuelto en una vorágine homicida (a pesar de la presencia de las fuerzas internacionales), Sudán del Sur, con 2,2 millones, cuya independencia del norte no ha traído nada positivo, y Myanmar, con 1,1, que afecta mayormente a la minoría rohingyá, duramente reprimida por los militares birmanos (y considerado como un nuevo genocidio). Por otro lado, de los países que más presión sufren a la hora de acoger refugiados, el primero está encabezado por Turquía, con 3,7 millones de refugiados (aunque la Unión Europea paga la factura para que Estambul no abra la frontera), al que le siguen Colombia, con 1,7 millones de venezolanos, Pakistán, con 1,4 millones, Uganda, 1,4 millones y Alemania, 1,2. Es muy llamativo que en esta lista solo haya un país del viejo continente o desarrollado el que ha acogido una cantidad de población externa tan elevada. Se explica por las medidas tan restrictivas que se aplican en el resto de los países de la UE a la hora de aceptar exiliados y mucho más a la hora de concederles asilo.

No cabe la menor duda de que vivimos en un mundo cruel, en el que, para colmo de males, el exilio implica una suerte de pérdida de identidad y un estigma

De todos modos, el reciente conflicto en el enclave de Nagorno-Karabaj, entre Armenia y Azerbaiyán, trajo consigo el aumento del número de refugiados en Europa. Otro dato que destaca el informe es que, si bien el reparto en el porcentaje entre géneros que se desplazan es muy similar (más hombres que mujeres), la cantidad de niños nacidos en este incierto panorama es muy elevada. En términos generales, si los niños son el 30% de la población mundial, entre los desplazados, su porcentaje es del 42%. Lo cual implica que estos niños van a nacer en un mundo hostil y sufrir las consecuencias. Pues detrás de las frías cifras hay que mirar el rostro de los hombres y mujeres que se ven forzados a dejarlo todo para escapar de ciertos horrores.

La imposibilidad, en muchos casos, de volver a sus lugares de origen con cierta seguridad debido a la persecución que sufren, como sucede con los rohingyá, o desplazados por conflictos armados, como los habitantes de las zonas afectadas por la guerra de Nagorno-Karabaj o Sudán del Sur, implica que la ayuda y la intercesión internacional son la única bandera bajo la cual pueden refugiarse. La mayoría se convierte, así mismo, en apátridas, en seres sin hogar porque son rechazados y repudiados abiertamente, al verse convertidos en parias o ver sus territorios arrasados u ocupados por extraños. A tenor de que, en algunos casos, la presión de la demografía es alta, tampoco los gobiernos locales se interesan por los refugiados a los que puede considerar una carga. No puede hacerse cargo de ellos y no los consideran una prioridad (como El Asad que, a pesar de su triunfo en la guerra, no ha invitado a los sirios a volver).

No cabe la menor duda de que vivimos en un mundo cruel, en el que, para colmo de males, el exilio implica una suerte de pérdida de identidad y un estigma, no saben cuándo podrán volver (y si lo harán), ni en calidad de qué podrán quedarse en los campamentos de acogida. Además, hay que considerar seriamente su precaria vida en tales lugares. Viven al día, sin perspectivas de futuro. Sus intentos de buscar una manera de salir adelante derivan en la hostilidad, muchas veces, de los habitantes del país de acogida, debido a que son mano de obra barata, que compite por sus mismos puestos de trabajo. Hay más presión sobre la sanidad y los escasos recursos asistenciales existentes. Además, en tales contextos, se constituirán mafias, surgirá el peligro del radicalismo y toda suerte de situaciones de indefensión que puedan darse ante la falta de garantías existentes. El mundo no puede darles la espalda y mucho menos la acción internacional.