No creo equivocarme si manifiesto que todos, en mayor o menor medida, estamos hartos de leer y escuchar la palabra COVID y todas las consecuencias que su aparición ha tenido para el mundo. Como aseguró la química y viróloga Margarita del Val, las distintas olas se han ido sucediendo hasta llegar a la quinta ‘marea alta’ de contagios que ha cambiado las arrugas del rostro de sus protagonistas, nuestros mayores, tan castigados por la pandemia, por semblantes más jóvenes que hasta ahora parecían inmunes a la enfermedad, como si el SARS-CoV.2 no fuera con ellos.

Es cierto que los datos de fallecidos ya no llaman tanto la atención, sin embargo los expertos alertan del verdadero peligro que se esconde detrás de este último embate de la quinta ola. Ni más ni menos que un tsunami de COVID persistente desarrollado por los contagiados durante este verano y que tendrá consecuencias puesto que, siempre según los expertos, saturará el sistema sanitario a partir de septiembre. Cuando llegue septiembre, no todo será tan maravilloso como algunos pensaban. Si es verdad que “hasta la primavera de 2022 no apagaremos el fuego de esta pandemia”, vaticinio basado en la evidencia científica, mal va a ir la cosa en el próximo otoño-invierno. ¡Como para hacer planes!

Según un estudio realizado por la universidad suiza de Zúrich, un 19% de los adultos menores de 40 años que ha tenido el coronavirus presenta síntomas hasta ocho meses después de la infección, lo que les impide retomar su vida con normalidad. La prestigiosa publicación «The Lancet» también lo advirtió, al poner negro sobre blanco que “dada la alta transmisibilidad de la variante Delta, el crecimiento exponencial de los contagios continuará hasta dejar a millones de personas infectadas y a cientos de miles de ellas con COVID permanente, lo que podría traducirse en una generación con problemas de salud crónicos”. La cosa es como para echarse a temblar. Por si no teníamos bastante con tantas y tantas enfermedades que la ciencia no ha logrado combatir, como para sumar esta sobre la que tampoco hay mucho conocimiento científico. Es preocupante desarrollar síntomas que perduren a largo plazo.

En titulares podría decir que los menores de 40 años que se infectan, pueden tener síntomas hasta ocho meses después, con todo lo que conlleva de consultas médicas, pruebas y bajas. El 20% de los jóvenes tendrá COVID persistente y saturará la sanidad este otoño. Precisamente España es, actualmente, el vivo ejemplo de ese pronóstico. Debemos ser responsables y extremar las medidas. Cabe preguntarse si el sistema sanitario está preparado para asumir el aluvión de pacientes que llegará a partir de septiembre.