La pandemia nos está mostrando de forma diaria, lo insignificante que somos, las enormes carencias de todo tipo que nos son propias, la multitud de nuestras incapacidades, lo vulnerables que nos sentimos frente a cualquier extrañeza, es como si nos mantuviéramos erguidos en equilibrio inestable, cualquier racha de viento, estrés, tensión, o empujoncito del tipo que fuera, nos derribaría.

Claro que esta manifiesta debilidad, esta pobreza de capacidad de resolución, estas enormes y plurales limitaciones, las enmascaramos con un comportamiento más o menos extraño, corremos de diferentes formas hacia la nada o sin sentido, nos movemos en busca de simplezas, poseemos, y a pesar de satisfacer el deseo base, nace de inmediato la necesidad de obtener más, y con ello la insatisfacción, en definitiva, somos emocionalmente itinerantes, siempre en busca de algo, que al final no nos va a satisfacer enteramente.

Asistimos a un cambio en el comportamiento social en la era postindustrial, en la que la administración pensó en todos sus habitantes, naciendo los conceptos de, fraternidad, equidad y justicia social, y con ello los estados de carácter social, cuyo objetivo fundamental era la lucha por el bienestar. Aumentaron las inversiones, se incrementaron los niveles de producción, y como consecuencia la riqueza, surgió cierto florecimiento social, se institucionalizaron los estados sociales, defensores de la equidad, la justicia, y la igualdad de oportunidades, y el reparto de bienes y la protección social en todas sus dimensiones, se marcó como objetivo.

Empresas y trabajadores trataron de llegar a acuerdos mediante el diálogo de sus representantes, se desarrollaron los sistemas de protección social, de trabajadores y empresarios, dieron un enorme paso la escuelas, universidades, y los servicios sanitarios, se organizó la población civil para suplir las diferentes áreas, a las que no llegaba el estado, se pensó en las poblaciones vulnerables, especialmente en mayores y discapacitados, en definitiva, se creó una red de protección social, que tuvo enormes beneficios, no solamente económicos, sino en niveles de confort y felicidad, que han sido vitales.

Las personas se han encontrado, se hablan con cariño y respeto, se cuentan sus problemas, se apoyan, se dan afecto y cercanía, se solidarizan porque se sienten huérfanos, heridos, frágiles, sin directrices claras, concretas, precisas y amables

En las últimas décadas del siglo anterior, y desde un sentimiento codicioso, o desde un amor al dinero desmedido, despreciando o ignorando al individuo, se inició una vuelta hacia atrás, en la que el individuo perdía valor, y los intereses de las grandes empresas protagonizaban los movimientos sociales, perdiéndose inversiones en lo público, al cultivar una línea de enriquecimiento el estado, que se situaba lejos del pueblo.

El amor entre los individuos se enfrió, la compasión al necesitado, así como la fraternidad o afecto entre las personas fue enfriándose, quizás también por entender el concepto como religioso, pero la persona dispone de sentimientos o pulsiones, por las que trata de satisfacer sus necesidades, es un ser social, como defendía Aristóteles, un ser necesitado de los demás, unido a los demás, de tal forma que, llega a ser lo que los demás dicen que es.

Hoy, sin embargo, al sufrir en nuestras carnes las consecuencias de la pandemia, en la que un virus desconocido tiene tal capacidad de destrucción, que pueda hacer sufrir tanto, al poder provocar graves enfermedades y muertes, sin que el hombre sea capaz de detenerlo, teniendo que perseverar en el encuentro de una vacuna o unos medicamentos. El individuo ha cambiado, se ha acercado más a su realidad, que es su fragilidad y vulnerabilidad, así como la necesidad del otro, incidiendo por ello en el espíritu de amistad, de cercanía, de confianza, afecto y fraternidad, sabe claramente que, en solitario, es débil y frágil, por ello siente la necesidad del otro como algo vital.

Este es el cambio que yo entiendo que está ocurriendo, al poder observar cómo se mueven los diferentes grupos sociales, representados por asociaciones civiles, así como los ciudadanos con las visitas a los otros, los contactos con los demás. El interés por los conocidos, amigos y seres cercanos, se ha incrementado humanizándonos. Aunque los políticos, perseveren en su extrañeza y lejanía.

En este sentido, los responsables políticos han de saber, que su obligación es vivir la realidad social, y que ésta ahora se siente hambrienta de concordia, entendimiento, diálogo, colaboración, cooperación, suma de energías y acercamiento a las personas, muchas de la cuales, situadas en medio de grandes necesidades de todo tipo. Las personas se han encontrado, se hablan con cariño y respeto, se cuentan sus problemas, se apoyan, se dan afecto y cercanía, se solidarizan porque se sienten huérfanos, heridos, frágiles, sin directrices claras, concretas, precisas y amables. Señores políticos no están en su sitio, están desubicados, sean humildes, amables, cercanos, y comiencen a cultivar una actitud dialogante.

(*) Médico psiquiatra