El resultado de las pasadas elecciones en la Comunidad de Madrid indican, sin lugar a dudas, un giro a la derecha de parte de las bases socialdemócratas (obreros, empleados y trabajadores de bajos salarios) en algunos barrios madrileños en los que tradicionalmente ganaban los partidos de izquierdas se han alzado con mayoría la derecha de Vox y el Partido Popular. La presidenta madrileña, con un discurso de “siniestro total” de la política de izquierdas, supo captar los votos ocultos de las gentes que habían roto con su compromiso de lucha contra la segregación racial, las discriminaciones sexistas y los contratos basura, permitiendo un deslizamiento al lado más rancio y conservador de la política española.

En los mítines, la presidenta, invocaba la política del expresidente Aznar que consideraba digna de estima, pero con una agresividad de sus planteamientos que anticipaba ya su propensión a la descalificación y al insulto. Por razones de higiene mental no escucho sus diatribas cada vez que le ponen un micrófono delante, lo que me sume en la perplejidad son las adhesiones que han conseguido de gentes que siempre han sido discriminadas por las elites de la derecha española. Muchos de ellos militantes en su juventud en grupos leninistas o en ideologías cuyos valores son opuestos radicalmente al modelo de gobierno implantado allá donde gobierna la derecha.

Sigo sin entender cómo han podido asumir las ideas autoritarias miles de familias que han fracasado en el acceso a la clase media y se sienten encerrados en su condición de obreros mileuristas

El movimiento del péndulo de un extremo a otro afecta en verdad a una buena parte de la sociedad, con todo, sigo sin entender que puedan liderar la insurrección radical española contra la socialdemocracia quienes profesan un nacionalcatolicismo de tintes racistas y xenófobos con el apoyo de extremistas de signo contrario aunque hasta hace poco tiempo fueran menos visibles.

En este momento enciendo el televisor para ver en directo la llegada de rey, del presidente del Gobierno y de los presidentes de las comunidades autónomas a mi ciudad, Salamanca. No sé quién, supongo que un aspirante al premio Nobel de la Paz, dio un grito que resonó como un trallazo, “Viva Ayuso”. A continuación la presidenta se puso en modo Beyoncé paseando por la alfombra roja hasta los Dominicos. En ese instante recordé el grito que hace poco tiempo dirigían al entonces presidente Zapatero, “Zapatero, al hoyo con tu abuelo”. Otra vez las banderas, los mitos, las mentiras, los insultos al servicio de un radicalismo grosero y opresor. Y mientras, la situación de personas y grupos oprimidos ha empeorado con la pandemia.

Los levantamientos urbanos reactivados por el uso del lenguaje demagógico de la seguridad de la derecha española que ha aprovechado la ocasión para “proletarizarse” a costa de una clase baja que está harta de quejarse y ha llegado a la conclusión que el discurso de la izquierda está gastado y no reciben la ayuda que necesitan. Pero sigo sin entender cómo han podido asumir las ideas autoritarias miles de familias que han fracasado en el acceso a la clase media y se sienten encerrados en su condición de obreros mileuristas.

Los habitantes de mi ciudad participando de la retórica del miedo, aceptando los contratos basura sin asumir la responsabilidad de rebelarse. Me gustaría acercarme al admirador de la presidenta de Madrid para decirle: gracias por su franqueza pero está usted equivocado.

(*) Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Peñausende