De repente el flamenco en Zamora da un paso adelante y se coloca un peldaño más arriba, a la vanguardia en el imaginario pódium de eventos musicales que se vienen realizando. El Festival organizado la otra noche en IFEZA bajo la dirección artística del Foro Flamenco de Zamora, con el apoyo de la Fundación de la Caja Rural, tuvo un alto nivel, una puesta en escena luminosa que sin duda abre un futuro cierto a este acontecimiento musical que será otra de las citas flamencas ineludibles en el noroeste peninsular.

Y no solo fue el gran despliegue de medios audiovisuales, entre imágenes plenas de sensualidad, palabras que a veces eran versos lanzados a la noche y un sonido que rayaba la perfección, lo que hizo más llevaderas las cuatro horas que duró el espectáculo al relente de la noche, como imponían las medidas de seguridad, y a la intemperie de un descampado sin el acogimiento acostumbrado de los viejos muros de la ciudad.

A Primo debemos muchos de nosotros el privilegio de disfrutar y entender ese lenguaje musical único y extraño, que consigue tocar emociones y registros íntimos, desconocidos

Pero fue sobre todo la mezcla afortunada de cuatro grandes cantaores: Juan Rafael Cortés “Duquende”, Esperanza Fernández, Pedro “El Granaíno” y Antonio Reyes, junto a los guitarristas Diego Amaya, Antonio de Patrocinio, Niño de Seve y Dani de Morón, espléndida generación de jóvenes músicos formados e intuitivos en su acompañamiento, la que obró el milagro de una noche redonda, de las que dejan un sabor a auténtico flamenco, rubricado por el gran trabajo de Juan José Jaén “El Junco”, bailaor de raíz antigua, elegante y sobrio como los grandes bailaores de antes.

Como acertadamente se explicaba desde la pantalla al hacer las presentaciones, “El Junco tiene eso que ni se compra ni se vende: buen gusto”, y bien podría aplicarse ese mismo buen gusto a la elección del elenco de la noche, que completaban dos grandes percusionistas como José Tobalo y Miguel Fernández, junto a los imprescindibles palmeros.

El flamenco viene a ser un arte difícil y escurridizo, que no siempre aparece cuando se le invoca. Y de eso sabía bien nuestro maestro, José Ignacio Primo, quien comenzó a iniciarnos en las noches inolvidables del Castillo, adonde acudíamos sin entender la diferencia exacta entre soleás o seguiriyas -luego supimos que había muchos otros palos en el flamenco- pero con la intuición de que allí tenía lugar un suceso importante para nuestras almas, ávidas de experiencias. A él debemos muchos de nosotros el privilegio de disfrutar y entender ese lenguaje musical único y extraño, que consigue tocar emociones y registros íntimos, desconocidos. Porque si esta tierra mesetaria cuenta con una notable sensibilidad hacia el flamenco y una afición reconocida en todo el país, de sur a norte, ha sido gracias a la gran labor de investigación y pedagogía realizada durante años por José Ignacio Primo. Su ausencia planeaba la otra noche sobre todos los espectadores del festival. También la pregunta: ¿le habría gustado a él este concierto, lleno de recursos multimedia alrededor del cante jondo?

Ya nunca lo sabremos, pero seguramente no hay una sola respuesta, sino tantas como aplausos cerraron con emoción las bellas palabras que le dedicó el Foro Flamenco a su memoria. Tampoco hay peligro de que se pierda su amor por este arte: las semillas han caído en buena tierra y están germinando. La afición seguirá creciendo, sin duda, pero siempre va a necesitar de un cultivo esmerado.