En julio y agosto los pueblos zamoranos se llenan de gente joven y de niños acompañados de sus padres y abuelos que tuvieron que emigrar hace años a otras provincias por imperativo económico. Los más pequeños se agrupan en la plaza y en las calles, hacen buenas migas entre ellos, juegan y se divierten alegres y revoltosos, llenando el vacío persistente durante el resto del año. Los jóvenes, espigados y saludables, se reencuentran después de finalizar sus estudios en Institutos y Universidades.

Es una vuelta temporal a sus orígenes. A los que pasamos una temporada en la casa familiar que tenemos como segunda vivienda nos recuerda los años bulliciosos a mediados del siglo pasado, cuando llenábamos las calles después de salir de las escuelas con el rebojo (merienda) en la mano. Éramos muchos y nos divertíamos a nuestra manera con juegos aprendidos de generación en generación. Recitábamos canciones de corro, a las que alude el eximio poeta zamorano Claudio Rodríguez en algunos de sus poemas.

Estos jóvenes pasan muchas horas con los móviles, se envían guasaps y se intercambian fotografías. Hacen lo mismo que los jóvenes de las ciudades. Algunos me han preguntado sorprendidos: “¿Cómo podíais vivir sin el móvil?” Les suelo responder: “Conversando, cantando y jugando, porque eran otros tiempos”. No me enrollo con los juegos de las canicas (en Pajares se llamaba el chiquilín), las chaspas (en Pajares se llamaban platillos), el patacón, el chorromorro (pico, zorro y zaina se llamaba en Pajares), la hinca, el peón, el burro, la chita, la bigarcia en los prados y un larguísimo repertorio de entretenimientos, adaptados a las distintas edades.

Estos niños y jóvenes que alegran en la época estival los pueblos zamoranos, aunque solo sea temporalmente, oyen de cuando en cuando palabras genuinas que sueltan espontáneamente sus abuelos

Era otra época y había otras costumbres en las zonas rurales, sencillas, pero gratificantes. Podíamos vivir sin móviles, sin tabletas y sin nintendos, por la sencilla razón de que entonces no existían. Juguetes había pocos y nos la ingeniábamos para fabricarlos: trillos, carros, animales de tiro y aperos de labranza hechos con cañaherla (en Pajares se llama cañafleja), que abundaba en las cunetas. Coleccionábamos santos (recortes de las cajas de cerillas) y alfileres clavados en las almohadillas en forma redonda o cuadrangular, que eran los bitcoin de la época. Con esto, un aro y un peón pasábamos muchas horas de diversión y jolgorio.

Estos niños y jóvenes que alegran en la época estival los pueblos zamoranos, aunque solo sea temporalmente, oyen de cuando en cuando palabras genuinas que sueltan espontáneamente sus abuelos. Los más espabilados les preguntarán qué significan y se impregnarán algo de una cultura popular. Es, con un clima sano y por eso beneficioso, uno de los valores de estas tierras que se van vaciando lenta, pero inexorablemente.

No serán ellos quienes las repueblen, porque por desgracia no existen posibilidades para subsistir, y menos aún en las zonas cerealistas. Ellos no tienen la culpa de este abandono. Quizá algún día se pregunten, ya instalados en las grandes urbes, quién ha permitido la despoblación de las zonas rurales. No es una pregunta baladí, cuya causa es el desvío de los recursos financieros a otras regiones ya industrializadas, en donde trabajan la mayoría de los votantes.

Se seguirá hablando durante años de la España vacía o vaciada, pero me temo que abundarán más las lamentaciones que los programas concretos para resolver este drama humano y cultural. He escuchado a algunos pajareses esta queja tan contundente como desoladora: “A los de arriba, les importamos un carajo”. No es un problema de anteayer. Ha ido cuajando desde hace muchas décadas; en el caso de Castilla y León, incluso desde hace muchos siglos, mandaran reyes, republicanos o dictaduras. Y el futuro no es nada halagüeño.

Frente a mi casa hubo en tiempos dos escuelas para chicas, que se sumaban a la escuela para párvulos y a dos para chicos. Actualmente, hay una sola escuela con una decena de chicos y chicas. No tardando mucho tiempo se cerrará, no porque se haya muerto el maestro, como glosó en un bello poema el poeta murciano Vicente Medina, sino porque no habrá niños. En medio de tanta desolación, los jóvenes que ahora disfrutan de un tiempo de relax saludable en casa de padres y abuelos son un alivio.