La palabra libertad la hemos escuchamos recientemente en numerosos contextos: en una campaña política sin mucho respeto por el término, es el eslogan de una marca de cerveza que se proclama en la publicidad como “el sabor de la libertad”, la comunidad LGTV la exige a gritos en sus manifestaciones y hace poco, en una entrevista a monseñor Sainz, obispo de Sevilla recién trasladado de Cataluña, explicaba como debía ser la relación entre la Iglesia y el Independentismo, basada en la Libertad ideológica.

El poeta Luis García Montero en una entrevista televisiva, señalaba ese carácter personal de la Libertad, primero se comprende en uno mismo, ¿qué nivel de libertad tenemos sobre el mundo, los conceptos, las ideas y en qué nivel estoy? Como si la libertad personal fuese una forma de crecimiento y evolución. Visto así, muchas personas a nuestro alrededor, independientemente de su nivel social, político o profesional, son víctimas de sus prejuicios, hacen juicios a priori, sufren del excesivo respeto al qué dirán, dependen de las modas y las tendencias, podemos deducir que están en un nivel muy bajo de libertad.

La experiencia enseña que incluso en los más nobles propósitos, la utilización de medios reprobables convierte a estos medios en realidades autónomas que, al final, dañan al mismo fin, lo enmarañan e incluso lo olvidan

El liberalismo significa compromiso a favor de la máxima libertad posible de la persona a nivel individual y es la salvaguarda de la dignidad humana, en cualquier situación de la sociedad, actual o futura, sean cuales fueren los cambios que se produzcan en ella.

¿Y qué decimos de libertad e igualdad? No son valores opuestos, sino que se condicionan mutuamente. La libertad del individuo tiene sus límites en la libertad del otro, del prójimo, el concepto Dignidad Humana, está dentro de sus valores. El Liberalismo como salvaguarda de la libertad implica un orden político, lejos del absolutismo, el colonialismo o la anarquía. De ahí: Libertad e igualdad como pilares fundamentales de muchos programas democráticos liberales, en los cuales no cabe la esclavitud de ningún tipo, de ideas, jerarquías, tradiciones o modelos específicos de sociedad.

El liberalismo no admite prohibiciones. Para él todo hecho y toda situación están abiertos a la discusión y toda opinión merece ser tenida en cuenta. el liberalismo desacraliza necesariamente todas las zonas que, con argumentos de orden supuestamente superior, y por razones casi siempre motivadas por intereses, pretenden estar por encima y a salvo de un debate general.

Dado que el liberalismo no admite verdades humanas últimas ni soluciones políticas definitivas, la libertad de espíritu y la protección de las minorías son el núcleo fontanal de su programa. Todo progreso político y social se inicia como una discrepancia respecto de las teorías dominantes. Quien prohíbe las ideas discrepantes como herejía y persigue como heterodoxa toda negación crítica de los principios vigentes, impide, según la concepción liberal, el progreso social y político. Nadie sabe qué minorías de hoy serán las mayorías de mañana. El que pone limitaciones a los derechos de las minorías empuja a la sociedad hacia formas formalizadas. En consecuencia, la libertad de espíritu y la protección de las minorías son constitutivos irrenunciables para el progreso de la sociedad. Su postulado es la tolerancia. A tenor de las experiencias liberales, también la tolerancia puede actuar represivamente, pero esto en nada menoscaba su valor fundamental. No se trata de denunciar la tolerancia. Lo que el liberalismo intenta es devolverle la plena capacidad de función.

Para los liberales, la experiencia enseña que incluso en los más nobles propósitos, la utilización de medios reprobables convierte a estos medios en realidades autónomas que, al final, dañan al mismo fin, lo enmarañan e incluso lo olvidan. En consecuencia, la adecuación de los medios para la consecución de cualquier fin es una exigencia básica del liberalismo. Aquí está el núcleo de la ética liberal.

La vida es ofrecimiento de libertad. Donde no hay vida, no puede prosperar ninguna libertad. Donde reina la esclavitud, pero hay vida, todavía le queda una oportunidad a la libertad. En consecuencia, el liberalismo es pacifista, la guerra no cabe dentro de su ideología.

La sociedad necesita un cambio constante. Las rígidas relaciones de poder y de propiedad actúan en contra de la libertad. El liberalismo debe intentar, mantener a la sociedad abierta a los cambios. No puede ignorar ni ocultar los conflictos sociales, sino que debe esforzarse siempre por crear reglas de juego para dirimir estos conflictos de forma adecuada a la dignidad humana. Nunca se puede, por tanto, concebir e liberalismo como una magnitud estática, siempre como una fuerza dinámica. El liberalismo no se atiene a ningún modelo específico de sociedad.

La reflexión sobre el liberalismo y sus valores sociales y sobre la libertad como meta personal, es siempre constructiva. Aprovechemos la pausa del verano para oxigenar nuestras ideas con la lectura de un buen libro, aprovechemos la conversación con viejos amigos o el abrazo de familiares que no vemos frecuentemente, para que sintamos lo que es realmente valioso en nuestra vida.

Capturemos esa magnífica lección de libertad que nos proporciona la contemplación de la imponente soledad de las montañas, o desde la placidez de un paisaje castellano, observando la libertad de un ave que planea en el cielo y qué o esa libertad sin fronteras que nos produce mirar el mar, para que limpiemos nuestra mente de toda mezquindad y pobreza, de toda servidumbre y grandilocuencia, de prejuicios e ideas preconcebidas y a nivel personal podamos hacernos a esa libertad que nos volverá mejores seres humanos. Que la libertad personal sea una búsqueda constante de la autenticidad, de la verdad y lleguemos renovados de esta pausa estival.

(*) Liga Española Pro Derechos Humanos