Sencillo, campechano y discreto son tres de las cualidades del nuevo vicario general de la diócesis de Zamora, el sacerdote pajarés César Salvador Gallego que desempeñaba su ministerio pastoral como arcipreste de Benavente y Tierra de Campos. César va con frecuencia a su pueblo de Pajares de la Lampreana, en donde su hermano José Ignacio se dedica a la agricultura y sus hermanas tienen casa en el pueblo, la misma en que vivieron sus padres, ya fallecidos, y su tío-abuelo, Don Félix Polo, que ejerció de médico durante muchos años en Pajares. Aunque don Félix era de Salamanca, se casó con una mujer de Pajares, Genoveva Salvador, hermana de Leónides Salvador, abuelo de César. Su padre, también llamado César, se dedicó toda su vida a la agricultura.

Fue un muchacho tan inquieto y revoltoso como los demás. Entró en el seminario menor de Toro, se ordenó en 1990, licenciado en Estudios Eclesiásticos y Teología Dogmática, ha ejercido el ministerio por varios pueblos y fue formador de seminaristas

El nuevo vicario general de la diócesis de Zamora nació en 1964. Fue un muchacho tan inquieto y revoltoso como los demás de Pajares. Entró en el seminario menor de Toro, se ordenó sacerdote en 1990, es licenciado en Estudios Eclesiásticos y Teología Dogmática, ha ejercido el ministerio por varios pueblos y fue formador de seminaristas.

César Salvador es el último pajarés ordenado sacerdote, pero el último de una larga saga de curas, frailes y monjas nacidos en Pajares de la Lampreana, que fue en el siglo XX un vivero de vocaciones religiosas: sacerdotes diocesanos, mercedarios, carmelitas calzados y descalzos, dominicos, redentoristas, agustinos, agustinas, clarisas… En algunas familias ha habido hasta cuatro hermanos religiosos. Muchos colgaron los hábitos antes de ser ordenados sacerdotes o, como se dice en Pajares, “pisaron la cornal”. Rondan todavía la cincuentena, el 17 por ciento de la población actual.

Esta proliferación de frailes y monjas no debe achacarse al hecho de que en Pajares había muchas familias numerosas en el siglo pasado, en su mayoría humildes, porque existía el mismo fenómeno en los pueblos de la contorna, y allí no hubo tantas vocaciones. Lo achaco, más bien, a una fe sencilla, pero muy arraigada, tanto a la Virgen del Templo, patrona de Pajares y de la Tierra del Pan, como al Corazón de Jesús.

Nacidos en Pajares hay un venerable, el redentorista P. Darío González, sobre el que existe un libro titulado “Doce meses de agonía”, y tres beatos, el dominico P. Eliseo Miguel y los jóvenes seminaristas carmelitas Ángel Reguilón, Bartolomé Andrés y Ángel Sánchez. El P. Eliseo era sacerdote. Los otros tres tenían entre 18 y 19 años y empezaban a desentrañar los primeros rudimentos de la filosofía. Austeros hijos del terruño, ninguno de ellos fue en busca del martirio. Tampoco hicieron proselitismo de su fe, mamada en el seno de familias sencillas y con escasos recursos. Los cuatro fueron asesinados por el hecho de ser religiosos; por ese motivo la Iglesia los elevó al honor de los altares. El Ayuntamiento de Pajares de la Lampreana les dedicó un espacio público llamado “El Jardín de los Beatos”.

Dije antes que César Salvador va al pueblo con frecuencia. Celebra la misa y por la tarde suele ir al bar a jugar una partida al tute con su hermano José Ignacio, que es un lince con las cartas, y dos rivales. Piensa mucho las jugadas, se lamenta cuando hace alguna pifia y pasa un buen rato con su gente. La tarea que ahora le ha encomendado el nuevo obispo de Zamora, Fernando Valera, tiene poco que ver con las cartas y mucho con una pastoral que César ha ido desempeñando con sencillez, campechanía y discreción. Tiene, además, un as en la manga: el amparo de la Virgen del Templo, que, como decía un abuelo mío, “lo puede todo”.