Lo leí hace unos días en un periódico de Barcelona. En grandes titulares venía a decir que Galileo había muerto. De entrada, pensé que podía tratarse del aniversario del padre de la astronomía moderna. Pero, enseguida, caí en la cuenta de que Galileo Galilei había fallecido en 1642, de manera que no coincidía con un centenario, ni tampoco con el de su nacimiento (1564). Así que, sin duda, la noticia debería ir por otro derrotero.

También podía estar relacionada con algún descubrimiento actual que pusiera en solfa alguna de sus teorías, cosa bastante difícil, ya que ni siquiera Albert Einstein, primero, y Stephen Hawking, después, habían osado hacerlo. Y no solo eso, sino que ambos lo habían catalogado como el padre de la ciencia moderna. Así que continué dándole vueltas, buscándole un por qué, antes de sumergirme en el texto de la noticia.

Nada tenía que ver la noticia con el científico, ni con el empeño de Descartes en echarle la culpa a los Jesuitas de la pena de cárcel sufrida por Galileo. Ni tampoco con aquello que dicen que soltó el genio de la Toscana, por “lo bajini”

En esas estaba, dándole vueltas a la vida de aquel eminente hombre del Renacimiento, que lo mismo tocaba el palo de la astronomía, como el de la ingeniería, la física o las matemáticas. Y que, al tratarse de un genio, tampoco eran de desdeñar sus amplios conocimientos de la filosofía. De manera que la conjugación de verbos tan importantes, con materias tan diferentes, le llevó a chocar con la manera de pensar de la gente de su época, en especial de la Iglesia.

Aquel fuera de serie pasó toda su vida investigando en aras a defender la teoría del “heliocentrismo”, propugnada por Copérnico, que venía a acabar con el “geocentrismo” de Ptolomeo, mantenida, a cal y canto, por la Iglesia. Galileo, hizo lo posible para demostrarlo. Mejoró sensiblemente las prestaciones del telescopio. Y sus investigaciones vinieron a demostrar que la Tierra no era el centro del Universo, sino que, más bien, lo era el Sol. Mientras tanto, como si nada, se sacó de la manga la “primera ley del movimiento”, además de las “cicloides”, que sirvieron para darle un gran avance a la construcción de los puentes.

Pero claro, tantos avances no eran bien vistos por los partidarios del inmovilismo, que no pararon hasta que consiguieron condenarlo a cadena perpetua, utilizando como tribunal a la Santa Inquisición que, por lo que se ve, no tenía mucho de santa. Tiempo después, como no era un chiquilicuatre, decidió ceder a las presiones de los Jesuitas que le requerían que adjurara de aquello, y el Papa le permitió pasar el resto de su vida en una casa, bajo arresto domiciliario.

Pero, nada de esto, parecía tener relación con la noticia, pues en verano, lo que más viene a proliferar son las cosas que poco profundas, y menos duraderas, como los chiringuitos, los monstruos del lago Ness y las canciones casposas, y no, precisamente, los aniversarios de los científicos. Y, ciertamente, en esta ocasión también fue así. Se trataba pues de la muerte de un caballo irlandés, de nombre “Galileo” que había fallecido a los 23 años, tras haber tenido una más que brillante carrera de semental. Había dejado una descendencia de más de dos mil purasangres, quienes, a su vez, habían ganado mas de cuatro mil carreras en los más afamados circuitos hípicos del mundo, que, a su vez, habían generado cientos de millones de euros. Así que se trataba de una máquina reproductora que había hecho millonario a su dueño, ya que cobraba entre 300.000 y 600.000 euros por cada encuentro sexual con una potra, y además sin asegurar su posterior embarazo.

Pues eso, que nada tenía que ver la noticia con el científico, ni con el empeño de Descartes en echarle la culpa a los Jesuitas de la pena de cárcel sufrida por Galileo. Ni tampoco con aquello que dicen que soltó el genio de la Toscana, por “lo bajini”, de “Y sin embargo se mueve”, no fuera a ser que le cayeran encima aún más represalias.

Lo cierto, es que hasta mucho tiempo después de su muerte, su teoría no llegó a ser modificada. Y cuando lo fue, no dejaron de permanecer inalterables sus principios básicos, pues tanto Kepler, un siglo después, que descubrió que las órbitas eran elípticas, en lugar de circulares, como Hubble, que demostró en 1920 que el sistema solar era solo una galaxia entre millones de ellas, no pusieron en solfa su descubrimiento. Y aquí nos encontramos ahora, pasando el verano en la galaxia que ha venido en llamarse La Vía Láctea, en la que se encuentra inmerso el sistema solar, que, a su vez, tiene a La Tierra dándole vueltas, sin que en ningún momento hayan dejado de repicar las campanas.