Queda menos de un kilómetro para terminar la ascensión, el sudor cayendo a borbotones por la frente apenas me deja abrir los ojos, en ese preciso instante oigo una voz familiar, la voz de mi hermano advirtiéndome de que ya no queda nada, de que estoy a punto de coronar el puerto y de que ha llegado el momento de dar el último arreón.

En estas noches de calor y estudio, aquel viejo recuerdo de mis tiempos de ciclista emerge con fuerza del inconsciente como una diapositiva que se repite en sueños. No he visto ni una etapa del Tour de Francia este año y sería incapaz de nombrar a los más destacados del pelotón, pero esa imagen, levantado sobre la bici y empapado en sudor, regresa para despertarme y para recordarme que no es momento de bajar los brazos y que debo perseverar en el empeño. En la política municipal, como en todo lo que vale la pena en esta vida, nada llega llovido del cielo. Los milagros no existen y solamente se consiguen resultados cuando se trabaja duro para conseguirlo. Esa es una de las muchas enseñanzas que me dejó el ciclismo y que han corroborado estos dos años como concejal, un aprendizaje que no es muy diferente del que profesores de todo el país adquirimos entre clases y varios procesos selectivos de oposición.

En estos frenéticos días, sumidos entre apuntes, anotaciones y esquemas, es difícil hacer inventario. Nadie se libra de esos momentos de flaqueza en los que nos asaltan las dudas y nos preguntamos si todo el esfuerzo realizado habrá merecido la pena. Un temor que anida en la emoción de ver que el objetivo perseguido durante años está un poquito más cerca. Por suerte, siempre hay alumnos que te sorprenden con su gratitud, alumnas que reafirman tu vocación, y compañeras y compañeros de profesión que te recuerdan que todos los desvelos merecen la pena.

A pesar de que nos invadan los nervios, la enseñanza siempre te da más de lo que te quita, y solamente hacen falta tiempo y distancia para verlo con claridad

A pesar de que nos invadan los nervios, la enseñanza siempre te da más de lo que te quita, y solamente hacen falta tiempo y distancia para verlo con claridad. En estos dos años como portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Zamora he podido constatar que la política municipal no es muy diferente (o al menos no debería serlo) que la labor que cada día ejercemos miles de docentes. Cada día los vecinos te transmiten en la calle sus inquietudes y los problemas de sus barrios y avenidas, de sus parques y sus plazas. Cada día los concejales debemos trabajar con todo nuestro empeño para intentar ser útiles, resolver sus dudas y conseguir mejoras palpables en su vida cotidiana. Tanto con los vecinos, como con nuestros alumnos, para conseguir un impacto significativo en sus vidas es preciso escuchar, ser pedagógico y mantener el compromiso diario de intentar hacer las cosas mejor.

Estos aciagos primeros días de julio se han llevado a dos vecinos y amigos, José Ignacio Primo y Enrique López Pechero, con los que siempre que tenía ocasión hablaba de esos asuntos cotidianos, aprovechando su experiencia y consejo para proponer mejoras en la ciudad. Zamora será un poco menos sin ellos, pero rememorar aquellas charlas me ayuda a renovar el entusiasmo con el que hace un par de años entré por primera vez en el salón de plenos del Ayuntamiento de Zamora.

No recuerdo el puesto en el que llegué en aquella etapa que aparece entre sueños, aún no sé el resultado final de este proceso de oposiciones a la enseñanza, y desconozco lo que me deparará mi labor como concejal del Ayuntamiento de Zamora en los próximos años. A nadie engañaría negando que tengo curiosidad por saber lo que me espera, pero no me preocupa el destino mientras siga por la senda correcta. Cuando era muy pequeño, cada vez que me impacientaba, siempre oía alguna voz que decía: “tranquilo David, que Zamora no se ganó en una hora”. Unas enigmáticas palabras que tardé tiempo en entender. Ahora creo estar más cerca de comprenderlas en toda su plenitud, mientras tanto volveré a esos apuntes, a esas anotaciones, a esos esquemas, a esas propuestas, a esas iniciativas… Seguiré pedaleando sin desfallecer hasta el final de ese desconocido puerto repitiendo para mis adentros: ¡Vamos David! ¡Qué no se ganó en una hora!