Nos situamos frente a uno de los hechos más agresivos, desestabilizadores, e incluso destructores de la personalidad de los jóvenes escolares, que generado por múltiples causas, y en él que intervienen diversos y plurales factores, sigue y sigue incrementando su incidencia, en nuestra sociedad.

Acude un matrimonio joven con su hijo de 12 años, a la consulta, el niño, aseado, buena presencia, educado, serio, adecuado en todo momento, sin impostura alguna, sereno, amable y tranquilo, dando la impresión de que tuviera más de 12 años, por su “estatura” emocional.

El padre, primer interlocutor, inició su participación, comentando, “desde que mi hijo inició la etapa de estudios primarios, ahora cursa el cuarto curso, ha venido sufriendo cierto desprecio por parte de algunos compañeros, esta situación que dio comienzo de forma casual en principio, sin motivo alguno, ha ido lentamente incrementándose, mofándose en clase de cualquiera de sus intervenciones, incluso negándose a participar junto a él, cuando hay que realizar trabajos en grupo”.

“A lo largo de este curso, la situación ha empeorado, y en el patio, en horas de recreo o en cualquier hora de descanso, o cambio de actividades, la palabra empollón, gafotas, incluso alguna más gruesa, se han venido haciendo presentes. Incluso al situarse en fila, para la realización de alguna actividad, determinados compañeros, parece que no más de tres, le empujan, zancadillean, le ridiculizan algún movimiento, incluso le sueltan alguna bofetada”.

El hijo que escucha a su padre, asiente, ratificando todo lo comentado por él, añadiendo que aunque no se siente a gusto, ni satisfecho, ni mucho menos contento, no se quiere cambiar de colegio, porque le gusta en él que está, en términos generales, y además dice que no son todos los compañeros los que participan. Dice sentir cierto temor, porque en principio la situación va empeorando, lo que empezó por dos niños, va creciendo, y son quizás más de 10, los que siempre tienen algún tipo de actitud negativa frente a él.

Hasta el día de hoy, no se ha dado ninguna pelea, ningún desencuentro importante, todo es más sutil, tipo escaramuza, el problema es, la insatisfacción y falta de felicidad y alegría, de un niño normal, trabajador, aplicado y serio, que lucha como nadie por aprender participando activamente en todo, además, de que en principio, el problema va creciendo, sin que nadie ponga algún tipo de cordura.

Porque, estas situaciones de hostigamiento, humillaciones y vejaciones, aunque enmascaradas con un coro de risas, son públicas, el profesor las ve, las escucha, asiste a ellas, ocurren a su lado, luego, es cómplice del desgraciado tema. Además, se vienen dando puntualmente fuera de clase, son públicas, nadie se esconde, ni las enmascara con un silencio cómplice, se producen, con mayor o menor frecuencia, sin que nadie hasta el día de la fecha haya intervenido, y el niño manifiesta que hay profesores vigilando, atentos a lo que ocurre en el patio, sin que ninguno se haya implicado, hasta el día de la fecha.

En este punto interviene la madre, serena, sin pérdida de control, conocedora de los pormenores del colegio, al que ha asistido en varias ocasiones, primero para hablar con el profesor del niño, que le niega cualquier tipo de anomalía, además de que le manifiesta todas las maravillas de su hijo, serio, trabajador, cumplidor, participativo, generoso, en definitiva ejemplar.

También comenta que ha visitado en dos ocasiones al director del colegio, que también le manifiesta como su profesor, todo el perfil de actitudes positivas de su hijo, añadiendo que no se preocupe, que los niños son así, algo rebeldes, y que se trata de episodios aislados puramente transitorios, que no les de importancia, porque ello perjudica a su hijo, que le fija más el problema.

Ante ambos, la madre se mostró asertiva, y solicitó, incluso exigió, una participación más activa del profesorado, o incluso de la administración, frente a aquellos dos compañeros más violentos, ásperos, inestables, rebeldes, insatisfechos. Ante esta propuesta observó evasivas, por las dificultades de operatividad de la consejería, y lo farragoso de todo, en conclusión, nada en principio parecía eficaz, más que el paso del tiempo, y con él la llegada de la madurez.

El “bullying” como todos sabemos, es un sabotaje, menosprecio, vejación, etc. que se da de forma permanente, y se dirige a una persona, menoscabando su serenidad, seguridad, paz interior, autoestima etc., provocando al final, alteraciones emocionales que se expresan como, retraimiento social, tristeza, inseguridad, insomnio, tics, alteraciones del apetito, episodios depresivos, estados de ansiedad, etc.

Es un trastorno grave en general, aunque depende del tipo de bullying, más o menos agresivo o desestabilizador, y de la personalidad del agredido, más o menos madura, o estable.

Aquí estamos ante un caso en principio menor, pero que puede desarrollarse con el tiempo, provocando alguna alteración en el niño objeto del bullying, e incluso en los protagonistas de su ejecución, éstos con el tiempo, se pueden ir cargando de argumentos, todos ellos anormales, y de una conducta desviada, pueden pasar a un verdadero cuadro patológico.

Como final, queremos subrayar algunos hechos. No existe un perfil de niño potencialmente objeto de maltrato, si bien le pueden señalar algunas singularidades, físicas, emocionales o intelectuales. Tanto los padres como los profesores son sabedores de lo que ocurre, es su obligación, además no se nos olvide que, conviven diariamente, se ven todos los días, hablan, se comunican permanentemente, y observan sus gestos, posturas y movimientos, con lo que se puede leer perfectamente lo que pasa. Es imprescindible que la administración no espere a que le llegue la noticia, que no se sitúe en actitud pasiva, que intervenga mediante inspecciones, y que exija partes mensuales de anomalías de este tipo. Y finalmente, hemos de establecer un protocolo, para intervenir ante la primera chispa, pues ésta se propaga rápidamente en un medio más que propicio.