“Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas”. El refranero español, tan avispado y certero, viene muy bien a cuento de la última campaña auspiciada por el ministro Alberto Garzón, quien se empecina en salir en los medios de comunicación a golpe de ocurrencia. Lo sangrante es que lo haga con las cosas de comer, y no sólo en el sentido literal del término, sino por esa fea costumbre que tiene de hurgar en la herida exangüe de agricultores y ganaderos, que, además de mirar al cielo y a la evolución de los precios en origen, deberán rezar también para que el titular del Ministerio de Consumo mantenga la boca cerrada.

Su campaña ‘Menos carne, más vida’ no ha sentado nada bien a casi nadie, ni tampoco en el seno del propio Gobierno de coalición del que forma parte por la cuota de Unidas Podemos. A lo que se ve, no debió amargar lo suficiente la vida al sector primario y a la industria agroalimentaria con su anterior gracieta de que el “azúcar mata”, que ahora se ha marcado un revival antológico para echarse encima a casi un país entero.

La citada campaña pretende advertir de los supuestos beneficios para la salud y el medio ambiente de reducir el consumo de carne. Un propósito que ha encendido las alarmas entre los ganaderos españoles y que ha sacado de sus casillas a no pocos dirigentes públicos. El consejero de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural de Castilla y León, Jesús Julio Carnero, es uno de los que ha puesto voz a ese estupor e indignación compartida hacia la demonización del sector por parte del ministro. “Estos comunistas parece que solo usan zapatos de charol. No conocen las botas de regar, ni las de ordeñar”, ha publicado en su cuenta de Twitter. Tampoco el presidente manchego, Emiliano García-Page, del PSOE, se ha quedado mudo y ha mostrado su hartazgo al afirmar que Garzón lo que “hace es crear problemas”; y advierte: “mañana irá contra el vino y el queso”.

El titular de Consumo sostiene en el vídeo publicitario que el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la ganadería y alerta de que las flatulencias de las vacas y las heces de los cerdos y sus piensos generan ya más contaminación que la de los coches, entre otros argumentos de corte medioambiental. Por eso cree necesario cambiar nuestra dieta y, de paso, mejorar el estado del planeta. Pues, ¡toma ya! Otra vez tratando de influir y mediar en lo que uno debe o no hacer en su propia casa.

El problema del también presidente del comité federal de Izquierda Unida (una coalición que, por cierto, ha pasado de ejercer en tiempos de pinza para la conformación de gobiernos nacionales a la actual nimiedad bajo las siglas moradas) es su afán por dar lustro a un Ministerio creado ad hoc para sus políticas posaderas y con 41 millones de euros de presupuesto anual. En 7 meses ni un solo acuerdo o decreto ha llevado bajo el brazo al Consejo de Ministros. Y en honor a la verdad, tengo que decir que esa cartera ministerial podría tener todo el sentido en tiempos donde el consumo y la sostenbilidad alimentaria son cuestiones de primer orden. Sin embargo, la falta de tacto y de diálogo por parte de Garzón con las partes implicadas salpica de nuevo el trabajo del Ejecutivo, especialmente el del ministro Planas, que achica agua como puede.

Aun así, el mayor riesgo recae, como siempre, en los ganaderos, justo cuando más necesitan del apoyo de las instituciones públicas para seguir siendo competitivos en un mercado cada vez más global y en el que los gestos y, sobre todo, los hechos son tanto o más importantes que las palabras. Lejos de eso, reciben un nuevo varapalo y por boca de un ministro del Gobierno de España, más preocupado por lo que parece de las flatulencias de las vacas que de la economía doméstica de muchas familias.