“Pero tú no reflejas, como el agua;

como tierra, posees”.

Claudio Rodríguez, Eugenio de Luelmo

Esta mañana he vuelto a mirar las dos parras de Moscatel de Alejandría que José Ignacio me regaló hace dos años, están colocadas en los extremos del pequeño huerto de la casa del pueblo. Recuerdo que nada más recibirlas de sus manos, siempre dispuestas al ofrecimiento, enseguida les puse nombre, –por supuesto un nombre flamenco, coplero y de la tierra como era él-; a la más corta la llamé Carmen, a la otra Lola. La primera, menos fuerte, tardó más tiempo en irse haciendo al terreno, pero ahí están ahora las dos abriéndose a la vida y al recuerdo del amigo, y haciéndose a la cercanía del compañero desde el aire y los deseos del profesor que tanto nos enseñó. En los últimos tiempos cuando nos veíamos, José Ignacio, siempre amante de estas cosas, me preguntaba con mucho interés por ellas.

Lo conocí en los primeros años setenta, fue mi profesor de Lengua y Literatura en el instituto Claudio Moyano, y siempre ha pensado de él lo que todo el mundo piensa, salvo los desaprensivos y desagradecidos. Fue un hombre necesariamente hospitalario, culto, bueno y generoso. En aquellos años intenté convencerlo para que dirigiera un grupo de teatro joven que queríamos crear y complementar con el mundo de la música, pero sus ocupaciones de entonces no se lo permitieron, pasado el tiempo comprendí perfectamente que sus preocupaciones eran otras.

En los años siguientes me encontraría con él y lo saludaría muchas veces en el Mercado de Abastos donde yo crecí y él disfrutaba de la compañía de sus compadres Miguel Fincias, Antonio el Florista y otros más, y siempre que me veía, me preguntaba por mi vida y mis actividades musicales; la poesía y la literatura vendrían a unirnos más tarde.

Ya en los últimos años ochenta recuerdo su invitación para presentar mis primeras canciones sobre los poemas del libro “Valorio 42 veces” de nuestro común amigo Agustín García Calvo o sobre los versos de Claudio Rodríguez, “Nunca serenos siempre con vino encima…”, en el instituto Maestro Haedo, donde en aquel tiempo ejercía de profesor y catedrático de Lengua y Literatura. Así, poco a poco, la poesía y la música nos irían acercando cada vez más.

Como los lectores recordarán, Eugenio de Luelmo fue un personaje zamorano, telúrico y crucial en la vida y la obra del querido Claudio Rodríguez que aparece en su tercer libro de poemas Alianza y condena, y que de forma peculiar siempre llamó la atención de José Ignacio Primo. El conocido Tío Parrondo, Eugenio de Luelmo, un hombre cercano y del pueblo, y como él, siempre hospitalario en el trato y la conversación; telúrico, en su forma de amar lo llano, el vino, el flamenco y el mundo sin distinciones ni discriminaciones; y lleno de bonhomía, por su generosidad y su entrega amistosa a todo aquel que se le acercara “a lo vivo” y “a corazón abierto”.

Nuestra tierra, esta tierra a la que tanto quiso y de la que se sentía parte esencial, debe coger aire con vigor para que no se nos vaya la fuerza de su respiro y su aliento que fue mucho, muy limpio y muy entregado. Conviene, por ello, cuidar su legado

Muchos de los versos que Claudio aplicó a sus personajes o contextos poéticos al igual que el Tío Parrondo, pueden ser perfectamente aplicables a esa gran persona y amigo que ha sido José Ignacio Primo.

El mundo desde el día de su fallecimiento, casi en la misma fecha que su querido y siempre recordado Camarón de la Isla, se ha vuelto más pequeño. Nuestra tierra, esta tierra a la que tanto quiso y de la que se sentía parte esencial, debe coger aire con vigor para que no se nos vaya la fuerza de su respiro y su aliento que fue mucho, muy limpio y muy entregado. Conviene, por ello, cuidar su legado, sus investigaciones y sus grabaciones y libros, y actuar con el respeto y la inteligencia que él mismo demostró siempre con las gentes y las cosas de la Cultura.

Hemos tenido la suerte de ser sus alumnos y sus modos de hacer en el aula nos sirvieron, entre otros, de ejemplo a los que después ejerceríamos esa maravillosa profesión como es la de Maestro. He tenido el honor de ser su compañero y disfrutar sus reflexiones e ideas en el Seminario Permanente Claudio Rodríguez; y sobre todo, he tenido la fortuna de ser su amigo compartiendo actividades, comidas, libros, vino y poesía en diferentes lugares. Recuerdo con grandísimo cariño y mucho agrado su doble participación sobre el mundo del Flamenco en el Bamba Cultural que en este pequeño pueblo, desde el que ahora escribo, hemos disfrutado y compartido a partir de la generosidad de tantos buenos amigos.

Fue una alegría enorme que me llamara para presentar con él y en la Biblioteca Pública de Zamora su libro “Luz que es amor” dedicado a la presencia del amor en la poesía de Claudio Rodríguez. Pero, sobre todo, no puedo dejar de agradecer el hecho de que en casi todos mis libros de poesía, José Ignacio ha participado bien en la Presentación, como fue el caso de “Del polen al hielo” en el que la presencia del Mercado de Abastos es esencial; bien con una estupenda reseña en este mismo diario como en el caso de libros como “Entre cunetas” y “El sacramento de la materia”; o bien sobre mi último libro “El dilema del aire”, Premio Ciudad de Salamanca 2020, que tristemente sería su último artículo y en el que, consciente de su situación vital, escribe: “Su mirada se sitúa entre el paso del tiempo y la proximidad de la muerte, que hoy es mi tiempo, convertido en meditación, en un intento de prolongar la emoción de la vida, de ahí que sea frecuente mirar, no sin cierta melancolía, hacia la infancia ya perdida”.

Y fue casi en esa infancia y en esa primera juventud ya perdida, en la que tuve el inmenso honor de conocer a un hombre, José Ignacio Primo, y a una persona, que como su mujer Felicidad Mielgo, han sido especiales y cruciales para nosotros, y que, con su modo de hacer y de ver la vida, nos han enseñado a ser mejores.

En su recuerdo, este pequeño poema “(amistad)” que aparece en el ya citado “El dilema del aire”:

“Porque al veros evito

la ceniza mínima de la soledad.

Amar siempre nos salva.”

Amigo del alma, GRACIAS.