Conectando a distancia con Zamora, en Galicia, visito otra feria de cerámica en un lugar del alfoz de La Coruña llamado Oleiros. Dicho topónimo se refiere a la antigua tradición de alfarería en este sitio. Ola, en gallego es olla, de ahí Oleiros: alfareros. Por unos días el césped del parque público se cubre de setos floreados de barro y cerámica colorida que me recuerda al cacharrero que llegaba al pueblo, en su carro con toldo, y mostraba en el suelo de la plazuela la frágil mercancía.

Cerámica para la vida Ángel Alonso Prieto

Del menaje que la humanidad se ha ido procurando, la cerámica es el arte renuente a desaparecer frente a la producción industrial. El barro cocido propició beneficios en cadena: la cocción de los alimentos, así como su conservación, comercio y almacenamiento. De ese puchero ancestral viene el menú que nos ha hecho evolucionar como especie. Pero no solo como funcionalidad alimentaria. Culturas hubo cuya caja funeraria era también de arcilla; como la del Argar, en Andalucía, (2.200-1.500 A.C) y conocida es la canción andina titulada “Vasija de barro“.

En la Biblia leemos la creación del hombre a base de arcilla, como si al autor del Génesis se le hubiera ocurrido una explicación ingenua para nuestro origen. Pero de ingenua nada, más bien intuitiva y poéticamente muy bien trenzada, porque barro somos y de un lodo primigenio la vida surgió en millones de formas.

En Tierra de Campos- Pan el barro se erige también como antiquísima “solución habitacional”: adobe y tapial fueron la inteligente y ecológica manera de acomodar las casas, paneras y corrales al clima; un patrimonio de arquitectura rural poco valorado y en trance de desaparecer.

Reivindico el barro en todas sus formas y utilidades porque demostrado ha quedado desde siglos su versatilidad y calidez, las infinitas texturas y color, formas y uso diverso. Desde la cerámica austera de Moveros a la colorista de Manises o Talavera, España tiene su propio y diverso mapa del barro así como su arquitectura singular esparcida y callada.

Me crié comiendo sopas de ajo en cazuelas de Pereruela y pucheros de Moveros, y temprano me enseñaron a llevar y traer el cántaro a la fuente. Cuando salí del pueblo a estudiar ya llevaba entrenamiento para alzar la pequeña maleta al hombro.

No dejo de ser un recipiente de recuerdos asociados a la materia de que estamos hechos y a la que regresaremos un día. Es por eso que conmigo va, tras sucesivos traslados, una pequeña alacena de aquella cerámica familiar que resistió los días del campo y de la era, la lumbre viva del invierno, el fuego bravo de la cocina que ni en verano cesaba de arder.

Ya tengo valiosa arqueología de herencia, barro que es historia personal y colectiva de mi gente. Me alegra estar en la feria porque me miro repetido y me miran. Soy un cacharro más del menaje de la vida.