No sé si ustedes se habrán tropezado con un sabelotodo. Mi amigo Alberto, que ha sido tantas cosas en la vida y que ahora se dedica a practicar la religión de los recuerdos y la melancolía, siempre que nos vemos para compartir unos chatos y algunas experiencias de los viejos tiempos, me espeta: “Estoy harto de los sabelotodo. El otro día, sin ir más lejos, conocí a otro en la barra del bar de Manoli. Daba gusto escucharlo. Tenía una solución para cada problema y un remedio para cada una de las cuestiones que se ponían sobre la mesa”. Los sabelotodo son muy abundantes, le dije. Levantas una piedra y sale uno; abres un armario y te encuentras con otro; sales al campo y es muy raro que no te cruces con alguno que camina por los mismos senderos que uno utiliza para relajarse, coger fuerzas y fortalecer el ritmo cardíaco. El amigo Alberto va algo más lejos y reconoce que todos llevamos un sabelotodo encima. El problema es que en muchas más ocasiones de las deseadas no somos conscientes de que lo somos. Y así nos va, dice.

El sabelotodo es la antítesis de la persona reflexiva o del científico, que siempre está dudando y poniendo en solfa cualquier descubrimiento

Por ejemplo, el sabelotodo sabe todo lo que hay que saber sobre los jugadores de fútbol que deben estar en la selección española de fútbol defendiendo la enseña nacional en la Eurocopa. Luis Enrique no tiene ni idea. Si Ramos, Navas, Carvajal, Canales o Nacho estuvieran ahí, otro gallo cantaría. El sabelotodo sabe también cómo debía haberse gestionado la crisis sanitaria, económica y social de la COVID-19, la terrible pandemia que nos ha dejado con el culo al aire. Conoce lo que ha fallado y, sobre todo, sabe perfectamente lo que debemos hacer a partir de ahora. Y lo mismo podría decirse sobre el cambio climático, la globalización, las relaciones internacionales, el desempleo, la pobreza o la exclusión social. Por idénticas razones, el sabelotodo es un experto en resolver los problemas históricos de esta provincia, como la despoblación, la caída de la natalidad, la fuga de jóvenes, la debilidad de la estructura productiva, las carencias en habilidades y competencias profesionales o la gestión de las masas forestales.

El sabelotodo siempre tiene una solución a mano. Es un libro de instrucciones para la resolución de los conflictos de la vida cotidiana. El problema de estas personas es que presumen de sabias sin serlo. Y claro, si el sabelotodo alardea de saber mucho más de lo que en realidad sabe, entonces nos encontramos con un problema. Porque el sabelotodo es la antítesis de la persona reflexiva o del científico, que siempre está dudando y poniendo en solfa cualquier descubrimiento, ya sea sobre el origen del universo, la aparición de nuevas enfermedades, los coches eléctricos, la nanotecnología, la genética, la reproducción asistida, la inteligencia artificial o las energías alternativas. Pero también sobre otros asuntos relacionados con las respuestas a la hora de afrontar la crisis tan monumental que tenemos sobre nuestras espaldas, la pobreza mundial, la alimentación y nutrición, la educación, los trastornos mentales, los nuevos movimientos sociales, etc. En fin, cuidado con el sabelotodo que llevamos dentro. Dicho queda.