Lo primero es aclarar confusiones que se trasmiten generacionalmente. Todos disponemos de la misma inteligencia. Hay muy pocas personas cuya inteligencia sea superior o inferior a la media, esto quiere decir que todos tenemos parecidas capacidades intelectuales, podemos estudiar fontanería o ingeniero…

En muchas ocasiones, los padres, al hablar de los hijos los tienen etiquetados, refiriéndose a ellos por el papel asignado. El mayor, es muy inteligente, saca muy buenas notas. El mediano, le cuesta mucho, es voluntarioso pero se ve que es más torpe, y la pequeña, es un torbellino, es imposible, no podemos con ella.

¿Qué ocurre en el fondo?, generalmente, que el mayor ha madurado antes, además de obtener ventajas quedando bien con sus padres, porque responde correctamente sus expectativas. El segundo, está en proceso de maduración, y le cuesta más la identificación con su responsabilidad. Y la pequeña, sigue infantil, inmadura, soñadora, consentida y protegida, hace gracia, especialmente a abuelos y familiares.

Todo esto nos indica que no somos iguales, que nuestras relaciones ante acontecimientos iguales son distintas. Pero corremos el riesgo de cronificar los papeles asignados, cuando no acertamos con la relación adecuada, y como consecuencia, nuestros hijos de mayores seguirán representando dicho papel, laborioso uno, apático el otro y caprichoso la ultima.

Es posible que seamos ejemplares, pero ello puede ser estéril si no lo explicamos, si no lo compartimos, si no lo vivimos en familia

Ante esta situación tan repetida en la vida diaria, los padres dirán de la pequeña, es que es así, solo le gusta jugar, pero es… tan cariñosa, y esto lo comentamos con los familiares. ¿Qué ocurre? Que jamás hará nada, que se identificará con el papel que le hemos asignado, y cada dí¬a tratará de hacerlo rentable, velará y disfrutará de su comodidad consentida.

En cuanto al mediano, más despreocupado y lento, más o menos nuestro proyecto es: hace lo que puede, desde la aceptación de la situación, con nuestro consentimiento y apoyo, está aprendiendo la ley del mí¬nimo esfuerzo.

Tres niños normales, con cualidades equivalentes, les hemos asignado unos papeles en la vida que ellos han aprendido, y que representan cada dí¬a mejor, y que teniendo las mismas capacidades van a conseguir logros familiares, laborales y sociales muy diferentes.

Es un error común en los padres. Los queremos listos y que cumplan nuestros deseos, que hagan lo que nosotros deseamos. Ocurre que son personas que en muchas ocasiones no piensan como nosotros, que tienen su propio código de comportamiento, y que tenemos que hacer, el esfuerzo de comprenderlos, e incluso apoyarles, en sus diferencias. Los niños necesitan básicamente sentirse queridos, aceptados, digan o hagan lo más variopinto. Necesitan seguridad a la vez de flexibilidad por parte de los adultos, comprensión a la vez de autoridad.

No todo se puede permitir, tienen que interiorizar que hay límites, líneas rojas. No obstante, en el fondo todos van a aprender imitando, van a reproducir nuestros actos llegando a criticarlos cuando les consideren desacertados.

Esto es la esencia del “cómo educar”, “cómo formar”, vivir ejemplarmente, obrar con cariño, representar intachablemente nuestros papeles de padres, de trabajadores, amigos, vecinos, hijos, familiar... y a la vez de comentarlo y participar a los hijos.

Las bases son el ejemplo, el ser, no para ellos sino con ellos. Es posible que seamos ejemplares, pero ello puede ser estéril si no lo explicamos, si no lo compartimos, si no lo vivimos en familia.

Es posible también que yo me permita licencias que niegue a los otros. Todos somos iguales, compartimos tiempo y placeres cuando la situación lo requiere. No, yo me voy a Ibiza y tú te quedas con la abuelita, esto supone una segregación familiar.

Primero, pues, ejemplo y compartir, equidad dentro de un sistema, conjugándolo con el apoyo y comprensión, no con justificaciones permanentes. El éxito implica constancia, orden y planificación. Somos un grupo, que se siente unido por el amor, la alegría del disfrute, en el que cada uno se reserva un papel. El padre es padre, no amigo, y la madre es madre, no amiga, y el hijo mayor no es padre del hermano menor, no tiene ninguna responsabilidad respecto a los menores.

A los hijos los tenemos sin pedirles permiso, no les solicitamos su opinión, tienen pues todo nuestro cariño, tiempo, habilidades, etc., para ayudarlos a que se formen en libertad, no puede haber imposición, quizás negociación, para pactar.

El camino trillado de la vida, el que se repite constantemente, del que tenemos que hablar a los hijos con mucho cariño, pero con realismo, es que cuanto antes alcancen una formación de la que poder vivir, mejor para ellos, y para nosotros, esto es vital, esto es el tránsito de la vida normal.

(*)Médico psiquiatra