El presidente de la concordia unilateral, Pedro Sánchez, nos ha pedido magnanimidad a sus compatriotas. La petición la hizo en Buenos Aires, en un reciente viaje al que nadie le encuentra sentido alguno. Creyó el presidente que la distancia en nudos marinos le permitía realizar ciertas licencias. Le bastó una ojeada a la epístola inmoral de Junqueras a los catalanes para realizar una interpretación libre, adecuada a sus intereses, que Sánchez dilucidó como una oportunidad histórica para dar pábulo a su palabra favorita: concordia y a todo lo que conlleva, pasión, cariño, armonía, paz, simpatía, amor. ‘Hare Krishna, hare, hare’, otro de sus mantras favoritos, y con muchas dosis de ‘flower power’.

España ya tuvo un monarca apodado el Magnánimo. En la actualidad tenemos un presidente del Gobierno que ha hecho de la magnanimidad y la concordia su santo y seña. A nosotros nos quiere desmemoriados, pero la realidad es tozuda y nos recuerda su oposición a los indultos, en otro tiempo no muy lejano, cuando garantizaba que los insurrectos cumplirían hasta el último día de cárcel. Palabras que se lleva el viento.

Estamos a la espera de ver el grado de magnanimidad que Sánchez emplea con Susana Díaz. Su venganza está a punto de consumarse. Ni olvida, ni perdona. La quiere borrar, no sólo de Andalucía, sino del mapa de la política en España. Ni una opción, ni un resquicio, ni un asidero al que agarrarse. No hay piedad para Susana. Los susanistas se han arrimado al sol que más calienta que, ahora, de momento, es el sol de Moncloa. La Sultana está sola, la han dejado sola y sin opciones de enrocarse. Pedro el Magnánimo no perdona y está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias.

Se entiende mal tanta magnanimidad, no con los catalanes, sino con los sediciosos catalanes y otras hierbas que también crecen por la zona, y sin embargo para Susana Díaz, ni magnanimidad, ni perdón, ni Dios que lo fundó. Va a ser un baldón en la página que pretende dejar para la historia, en la que quiere ser conocido como el presidente de la magnanimidad. Sin duda la palabra no del mes, sino del año.

Lo de Susana Díaz rompe en cierta medida ese carisma que se ha creado con ayuda del aparato monclovita. Pedro el Pretencioso, que para Susana es Pedro el Cruel y para millones de españoles Pedro el Cambiante, está dispuesto a exhibir ese talante que se ha inventado y que quiere llevarse a la posteridad. Las hemerotecas tendrán que poner sus pretensiones en su sitio. No ha hecho méritos para obtener el reconocimiento que le reclama a la historia.