Me cuesta creer que, por fin, podamos vernos libres de la mascarilla, tan molesta en nuestro día a día para realizar cualquier actividad, pero tan extraordinaria en otros aspectos relacionados con nuestra salud. Confieso que al perder contacto visual con el conjunto del rostro de tantas personas conocidas y queridas, me va a costar reconocer a algunas. El próximo, será el último fin de semana con mascarillas en los interiores porque, el 26 de junio ya no las llevaremos en espacios libres. El anuncio lo ha hecho el jefe del Gobierno, con una sonrisa que no podía disimular.

Las mujeres, sobre todo, lo vamos a agradecer sobremanera. Podremos nuevamente maquillarnos los labios, ponernos colorete, realizar un maquillaje en condiciones que, hasta la fecha, se circunscribía a los ojos. Hemos realzado nuestra mirada al máximo. El resto permanecía cubierto por un adminículo que, ahora, muchas personas dicen que van a seguir portando por si acaso, porque no se fían, porque tienen miedo, porque más vale prevenir que curar. Y porque las personas que van fumando por la calle, expeliendo todo lo susceptible de ser expelido, lo hacen sin miramiento y nadie queremos recibir ciertos humos que, ¡vaya usted a saber!

Tendremos que seguir siendo prudentes, a pesar de las vacunas, porque ciertas variantes como la india que según la OMS será la variante predominante en el mundo, siguen su curso ascendente y no hay plan B para combatirlas. La piel de nuestro rostro agradecerá la liberación que ya tiene fecha. El tapabocas ha dejado surcos y deshidratación por doquier. Yo creo que incluso nos ha cambiado la fisonomía. De cualquier forma, su obligatoriedad se suaviza pero no se elimina y porque en cualquier situación que no permita mantener 1,5 metros de distancia mínima en el exterior la convertirá en un objeto obligatorio. Hay que recordar que el incumplimiento de esta obligatoriedad está penalizado con sanciones de hasta 100 euros.

En el transporte público, en comercios, museos, restaurantes, teatros, lugares de ocio, vestuarios de piscinas y más, la mascarilla será inevitable, vamos que será un adiós condicionado. De cualquier forma cara a los calores estivales, la desaparición parcial de la mascarilla nos aliviara notablemente. Adiós a la barrita de cacao con la que evitábamos la deshidratación labial y bienvenidos sean el perfilador y el carmín que devuelvan el glamour a los labios.

Nos va a parecer mentira. De cualquier forma será conveniente llevarla en el bolso, porque nunca se sabe en qué momento nos podemos ver obligados a utilizarla. Los epidemiólogos, que están en todo, temen que el adiós a la mascarilla genere confusión y se baje la guardia.