La vida de hoy en día está pensada para dos. Alquilar un piso y costear los gastos del día a día parecen misión imposible con un solo sueldo y he llegado a conocer matrimonios ya rotos que no se separan porque, si lo hicieran, no podrían afrontar la hipoteca de su casa. Las ofertas de viajes, las habitaciones de hotel y hasta las entradas para un estreno, que te regalan en la última promoción en boga, te obligan a admitir que todo sería un poco más sencillo, y bastante más barato, con una pareja. La asunción de lo obvio nos lleva a programar con familiares y amigos actividades que, en realidad, preferiríamos hacer solos.

Según parece, nuestra sociedad tiende al individualismo. No estoy tan segura, por lo menos en el manual de instrucciones. Si nos despertamos a destiempo de la siesta del domingo asistiremos en nuestros televisores a numerosas y retorcidas tramas para poder ir a la boda de un primo con un desconocido aparente y así eludir las críticas de propios y extraños. Si la película es navideña, añádanle almíbar y gorritos rojos.

Solos o acompañados. Curiosa disyuntiva. Aún más, cuando aquellos que viven solos no tienen por qué estarlo de verdad ni, desde luego, los acompañados tener compañía real. En mi opinión, el riesgo de asumir el esquema de pareja de modo premeditado, ¿precipitado?, tiene mucho que ver con la facilidad social que sientes al cumplir por fin con ese modelo de dos.

No me refiero a enamorarse, ni mucho menos a salir con alguien. No es eso. Sino a ese punto en el que esa persona con la que pasamos nuestro tiempo pasa a formar parte de nuestra planificación del día a día. Ese momento en el que de quedar cuando nos apetezca pasamos al hábito sin pausa, sin que por ello nos invada la ilusión desmedida ni las tripas estremecidas. A veces es por no saber echar el freno y meditar dónde estamos y dónde queremos ir, otras porque la marea nos arrastra. Puede ser el ímpetu de la otra parte o el clamor del público, pero mientras vas recorriendo pasito a pasito ese angosto camino de aceptar lo que no te acaba de convencer, sientes a partes iguales comodidad y vértigo. Y programas viajes, cenas para dos, quedas con parejas conocidas a las que tenías olvidadas… un sinfín de casillas que puedes marcar y que, al parecer, echabas de menos. Como dice el gran Kiko Veneno, echas de menos lo mismo, lo mismo, que antes echabas de más. O a la inversa. Y entras de nuevo en la rueda, esa de la que te tiraste en marcha para poder respirar, pensando que estás bien. Todos lo dicen.

A veces no me parece tan mala idea esa de los telefilms americanos de “alquilar” una pareja, o por qué no, una familia como en la película del mismo nombre de Fernando León de Aranoa. Creo que saldría rentable

Creo que la prueba de fuego es viajar juntos. Tanto preparativo y la inversión que conlleva para acabar siguiendo ritmos ajenos. Siempre he huido de viajes organizados. Me gusta llegar a los sitios y no llevar agendas preestablecidas de planes y visitas obligadas. Prefiero perderme por las calles, andar sin rumbo, ver un museo, pero no todos los aconsejados. Mejor una exposición. Mirar a la gente, vivir barras de bar y, si el idioma lo permite, compartir alguna conversación sin más objetivo que pasar el rato. No suelo hacer fotos y, si las hago, podrían ser de cualquier sitio. Los monumentos están ya perfectamente inmortalizados por otros que lo hacen mejor. Desde luego, no soy carne de redes sociales. A primera vista, mi opción de viajar, sin estrés ni prisas, no parece tan complicada, pero me ha sido siempre difícil encontrar compañeros de viaje que compartieran mi ritmo. Sin embargo, ya allí, sea donde sea, tendemos a contemporizar y a atender a lo que se supone que se debe hacer en esas ocasiones. Como en las parejas. Insisto, en esas que son solo dos, no los que están enamorados. En ese caso, poco importa el lugar ni la hora. Lo racional no tiene lugar.

El mundo del marketing no ha perdido su ocasión y creó el término single. Eso que en mi juventud respondía al éxito de un elepé, pero a 45 revoluciones, es ahora el reflejo cada vez más actual de una sociedad donde el torneo tiene muchas vueltas. Vueltas a la vida social. Tras la primera separación, tras la segunda, tras… En un intento de dar respuesta a todas esas almas impares, se pueden encontrar agencias ofreciendo viajes de todo tipo, culturales, de aventuras, hasta cruceros o viajes a las islas donde te piden llevar ropa blanca para las fiestas, exclusivamente para singles. No deja de ser inquietante tener planificado hasta la ropa que te vas a poner. Por lo menos para mí.

En mi opinión, serían más dignas de aclamación entre los singles otras opciones centradas en el día a día. A cómo alguien que esté en casa cuando llega el fontanero dentro de su horario laboral, que siempre coincide con el tuyo. Encontrar a quien pudiera llevar tu coche al taller, que tiene a bien abrir más tarde de tu hora de entrada en el trabajo. Esas cosillas que nos abruman, como tantas otras que me vienen a la cabeza, y para las que sería adecuado también encontrar una respuesta. Ser vecino, uno bueno, de un soltero, puntúa doble.

Mientras esos cerebros del marketing idean alguna solución, podrían al menos valorar hacerme un descuento en ciertas tarifas, ya que no necesito ningún plan familiar, por el que pagaría lo mismo que actualmente, por parte de mi operadora de telefonía. Tampoco de mi app de música o de cualquier otro servicio, a pesar de su insistencia. A veces no me parece tan mala idea esa de los telefilms americanos de “alquilar” una pareja, o por qué no, una familia como en la película del mismo nombre de Fernando León de Aranoa. Creo que saldría rentable.