La toma de posesión de Ayuso en Madrid tras su apabullante victoria electoral es el banderazo de salida a un periodo de dos años que promete ser el más transformador y rupturista de inercias que se recuerde, quizás desde los primeros años de presidencia de Aznar, cuando España se jugaba a una carta, contra el reloj y con todo perdido de antemano, la integración en la primera división de la nueva Europa. Cuando no cumplíamos ni uno solo de los requisitos exigidos en los acuerdos de Maastricht y nadie en Europa daba un céntimo porque España dejara atrás el déficit y el desorden financiero que dejaban los últimos años del gobierno socialista de González. Por una vez el gobierno de España fue valiente, atrevido y liberal. Y funcionó.

Ahora Ayuso plantea un programa esperanzador en esa misma línea para posicionar a Madrid aún más por delante del resto de las Comunidades Autónomas en crecimiento económico, en creación de empleo y en calidad de vida para sus ciudadanos. Cuenta con la mayoría suficiente para llevarlo adelante, con el estímulo del respaldo de las urnas y con la fuerza de los visionarios que se multiplica cuando tienen un rival fuerte enfrente, en este caso el gobierno de Sánchez con toda su fuerza destructiva y liberticida. Nos esperan dos años intensos en los que otros presidentes autonómicos de ese centroderecha melifluo, de corte rajoyista, que hasta ahora parecían más enemigos que correligionarios de la madrileña, deberán seguir sus pasos o se van a quedar descolgados, y con ellos sus regiones.

Pero si la nueva investidura es inicio ilusionante de etapa, también es broche perfecto a la lección que Madrid ha sabido dar a quienes desde el centro y la derecha de reconocidos conservadores y supuestos liberales viven, allí y aquí, sometidos al secuestro ideológico que parece prohibir el debate dialéctico e ideológico al mismo nivel entre socialismo y liberalismo, entre el intervencionismo gubernamental y la libertad cívica individual. Secuestro ideológico que permite que al comunismo -o socialismo, tanto da a estas alturas- se le siga llamando como originariamente pese a haber fracasado siempre y en todos y cada uno de los lugares donde se ha impuesto, haber causado los mayores genocidios de la historia moderna y tener que reinventarse cada vez bajo una nueva careta, mientras que a la ideología liberal, que ha demostrado ser el más avanzado, justo, humanista y civilizado modelo social se le transforma en concepto con carga peyorativa en “neoliberalismo” y así se divulga desde las terminales sociales y mediáticas del “agitprop” progre.

Ayuso ha mostrado un camino, el de la dignidad de defender la libertad sin ambages, sin adjetivos y sin absurdos rubores. La libertad como concepto individual y como garantía de igualdad social ante la ley y ante las oportunidades. La libertad de elección individual frente a la tutela de esos pocos que, en la concepción socialista de la civilización, se entiende que son las elites que pueden decidir por todos qué es lo mejor para cada uno. Quienes quieren dirigir y coartar la acción y hasta el pensamiento. Ayuso ha demostrado que la dialéctica ha de ser bidireccional y en ella la libertad gana siempre salvo que se entregue rindiéndose de antemano.

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