Urbe masificada o pueblo remoto. Los titulares hablan de capitales imposibles y de retiros bucólicos sin advertir todo lo que queda en medio: las ciudades pequeñas y medianas. Quiero decir: Gijón, o Salamanca, o Santander, o Santiago, o Zamora.

Entre trabajar para pagar un alquiler obsceno e irse a una casa en mitad de la nada existen alternativas quizás más practicables. Ciudades con sus colegios, sus hospitales, sus cafeterías, sus tiendas, sus plazas, su posibilidad de vivienda con un par de balcones.

A estos lugares poco contados les han puesto nombre en un libro reciente: “La España en la que nunca pasa nada”. No news, good news, pienso yo. Como hemos reducido el periodismo a contar lo trágico del mundo, que vivas donde no hay noticias quizás sea la mejor noticia.

La gente que me ha conocido viajando y viviendo siempre fuera me pregunta a menudo: “¿Cómo llevas la vuelta a Zamora?” Suelo decir, porque así lo siento: “Estamos muy tranquilos”.

Entre los dos catorces de junio de la pandemia he pasado un año sin salir de esta provincia por primera vez desde segundo de primaria. No ha sido tan grave. Ha sido, más bien, un privilegio: he tenido un lugar seguro, amplio y fácil para pasar el tiempo de la distancia social.

Me niego a aceptar que haya que comenzar la jornada ya sin aliento y aplastarse contra otras personas en un transporte subterráneo de clima y luz artificial. No le encuentro el romanticismo

La calamidad del COVID ha ejercido de lupa sobre nuestra cotidianeidad. Nos ha puesto a todos frente a un espejo: ¿Es así como quiero vivir? ¿Es este el aquí que me lo permite?

Seguramente lo tenemos, en el fondo, bastante claro. Yo, por ejemplo, necesito ciudades en las que se viva a pie. Una vez iba a un concierto con una amiga de París en el metro de Washington y me dejó atrás porque yo no sé bajar tan rápido las escaleras. Ella corría así cada día para ir al colegio, yo iba con toda la pachorra paseando con mi vecino Javi por Cardenal Cisneros.

No sé bajarlas tan rápido y no he querido aprender. Me niego a aceptar que haya que comenzar la jornada ya sin aliento y aplastarse contra otras personas en un transporte subterráneo de clima y luz artificial. No le encuentro el romanticismo. Recuerdo con auténtico disgusto los julios de Barcelona yendo a la Generalitat o al Parlament asediada por sobacos sudorosos (eso no eran axilas) de turistas británicos. Ellos sí disfrutaban de verdad la ciudad con mar.

Nos han vendido que ir muy rápido y estar muy ocupados es triunfar y es guay y la verdad es que a mí eso lo que me parece es una auténtica mierda. ¿Qué tiene de bonito que tu día a día se parezca más a una yincana que a una vida? Me lo expliquen.

Si algo de lo que digo por aquí te resuena, tengo una propuesta: múdate a una ciudad sencilla, aunque no sea la tuya, a vivir a gusto uno se acostumbra muy rápido. ¿Te da miedo aburrirte? Tranquilo. Nos han puesto esa necrológica de “España vaciada” pero existimos. Tenemos calles, con sus gentes y sus farolas que se encienden de noche.

Puedes, por ejemplo, tapear pasadas las once y hacerlo a menudo porque aquí una cerveza tiene precio de cerveza y no de jarrón chino. Estas son ciudades honestas, las cosas son literalmente lo que su nombre indica: una ración tiene tamaño de ración, me refiero.

También tenemos conciertos y exposiciones y talleres y más actividades de las que al final da tiempo a hacer. Una oferta cultural asequible: puedes vivir sin miedo a perderte algo, hacerte la agenda no produce ansiedad.

Si te preocupa tener gente afín te diré que en estas ciudades es mucho más fácil dar con los tuyos -serán menos y estarán tan preocupados de encontrarte como tú a ellos-. Y consolidarlos: no hay que pedir cita a los amigos como si fueran ministros. Aquí se puede pasar a ver a alguien, practicar la improvisación, el te pico y bajas.

La vida es, por resumir, plácida. Tu mente no lucha contra el mundo como el procesador de un ordenador con treinta pestañas abiertas. Aquí hay aire, espacio, condiciones para una buena existencia.

Seguiré en otras columnas con esto, porque hay muchas razones para vivir en Zamora y en ciudades como Zamora y no se cuentan. Que no nos confunda el periodismo ese sepulturero sin capacidad ni intención de presentar soluciones. En esta España hay muy buenas vidas posibles y os estamos esperando para imaginarlas juntos.