Muchas veces sucede en la vida real que bienes que son de propiedad ajena, y que por los motivos que fueren su titular así lo consiente, lo consensua, etc., y son utilizados, disfrutados, aprovechados, por otras personas. Si no existe contraprestación de ninguna clase por el usufructuario, bien sea por agradecimiento por una buena labor hacia el “nudo propietario”, por generosidad, por amistad, etc., debiera proceder con hechos que pongan de manifiesto que es consciente y sabe corresponder a quien le facilita el uso de sus bienes.

El cuidado, la diligencia, el buen administrar, “el cuidar las cosas como un buen padre de familia”, etc., más si cabe, es predicable de quiénes las poseen, pues habrá que entregarlas, en su momento y en, al menos, iguales características y estado que cuando se las entregaron, salvo el menoscabo que su uso y el paso del tiempo, hubieren implicado. En este sentido, se manifiestan también los artículos 467 y 497 del Código Civil, entre otros.

Y es que la madurez y, consecuentemente, el sentido de la responsabilidad, del agradecimiento, del respeto, de la empatía, etc., que inculcaban progenitores y maestros, conllevaban que, en las relaciones humanas, al menos, fuera un comportamiento cotidiano el observar aquello de que, “de bien nacidos, es ser agradecidos”. Si así fuere, habría más personas que facilitarían el empleo de sus bienes, de su hacienda, etc., a otras que lo precisaren; redundando en satisfacción y bienestar para todos. Pero es que la dura realidad es que en determinados territorios sus personajes se caracterizan por su antipatía, lo que a veces supone pensar, caritativamente hablando, si “tendrán úlcera de estómago, o algunas patologías psicológicas y/o psiquiátricas”; pues no hay que confundir con la “cacareada” austeridad castellano-leonesa; lo que hace dificilísimo, por no decir imposible, el que la propiedad tenga un sentimiento altruista hacía los demás; es decir “gratis et amore”.

No obstante lo acabado de manifestar, todo el mundo “usufructúa” el bien más preciado que se tiene, cual es la vida, pues no es propia, somos, y ello implica una gravísima responsabilidad respecto a su recta, coherente, prudente, rentable, etc., “administración”; pues, además, no la disfrutamos por “los siglos de los siglos”, tendrá un “final” cuando habrá que elaborar la última “cuenta de pérdidas y ganancias”, el “balance”, etc., y, al ser posible, con “saldo positivo”, con “ganancias”, con “beneficios”.

Y por supuesto, de lo que poseemos como de, lo que podamos adquirir en el futuro, somos, también meros usufructuarios; pues, como manifiesta un “meme”, nacimos sin nada, y sin nada terreno nos “iremos”.

¡Buena semana ¡Y cuídense mucho, mucho, mucho, en todos los órdenes de este “valle de lágrimas”, para bien de todos! Reflexionen, piensen, y actúen con coherencia y con un mínimo respeto, mas en las relaciones y obligaciones laborales, hacía los demás; como ustedes querrán que los demás le traten, no que los maltraten, salvo que sean “masocas”, lo que evitará, en el presente o en el futuro, reacciones indeseables.

Marcelino de Zamora