El documento intervenido por la Guardia Civil al ex consejero de ERC, Xavier Vendrell, que tanta polvareda ha levantado, demuestra bien a las claras hasta qué punto la nueva “hoja de ruta” del secesionismo catalán, del que beberá el secesionismo vasco, estaba diseñada desde hace meses con un único fin: utilizar la mesa de negociación entre el Ejecutivo y la Generalitat para debilitar al Estado y utilizar la jurisprudencia europea para reducir las penas por declaraciones unilaterales de independencia, maquillando los delitos de sedición o rebelión.

La hoja de ruta secesionista puesta al descubierto por la Guardia Civil no hace otra cosa que proyectar la sombra de la duda sobre los movimientos del Gobierno de Pedro Sánchez para contemporizar con el secesionismo catalán y que el líder socialista traviste de “comprensión”, “confianza” y “magnanimidad”. No nos puede pedir a los españoles lo que los catalanes independentistas fueron incapaces de hacer durante aquellos procelosos días vividos o, más bien sufridos, en la Cataluña tomada por el activismo independentista.

Pedro Sánchez lanzó esta petición durante su rueda de prensa en la Casa Rosada, en Buenos Aires, domicilio del presidente argentino, Alberto Fernández, títere con mayúsculas de Cristina Fernández de Kirchner, la que fuera presidenta más corrupta del régimen más corrupto, lo que da una idea de donde fue a caer la semilla que Sánchez quiso plantar en el Nuevo Mundo. Daba la sensación de que alentaba al pueblo argentino y su Justicia a la comprensión, confianza y magnanimidad hacia quienes fueron acusados de corruptos en el país de la plata y que curiosamente se fueron librando de la cárcel como se libró Cristina Fernández.

Con tantas pruebas en contra de la magnanimidad, la comprensión y la confianza hacia quienes la hicieron en Cataluña y por lo tanto tienen que pagarla para no sentar peligrosas jurisprudencias, a Sánchez debería encendérsele una lucecita de aviso que le impida seguir adelante en su descabellada idea. Porque en el caso que nos ocupa no es que nadie se haya arrepentido, es que todos piensan seguir en sus trece. Sánchez debe rectificar sobre la marcha. Incluso el Ejecutivo que preside es consciente de que una decisión que marcará toda la legislatura, de por sí delicada y enferma, necesita de “mucha pedagogía”, antes de ser adoptada.

El independentismo se burla del Gobierno, de quien lo preside, de España y de los españoles. Sánchez no puede ser más tonto. Que se dedique a leer a Aristóteles y aprenda aquello de que “Buscar el poder por todos los medios, no sólo justos, sino inicuos, es trastornar todas las leyes, porque el mismo triunfo puede no ser justo”.