Tras meses de reivindicación, el tren madrugador de Zamora para conectar directamente con Madrid y el vespertino con el trayecto inverso, entran de nuevo en servicio con la llegada del verano. La noticia, adelantada por LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, y confirmada por el ministro de Fomento, se producía apenas unos días después de que Renfe hiciera público un informe que desaconsejaba su puesta en marcha por baja rentabilidad y en vísperas de una nueva reunión entre representantes institucionales, encabezados por la Diputación de Zamora.

Zamora recupera el tren madrugador: historia de una negociación silenciosa.

Está claro que la vuelta del servicio dependía, sobre todo, de la voluntad política que reconociera la existencia de Zamora como origen y destino de viajeros y no solo como mera parada entre la capital del Estado y Galicia. Pero que nadie corra a ponerse medallas, ni en el Gobierno, ni en la oposición. Este es solo un respiro en el camino que hace el corredor de fondo para tomar impulso definitivo hacia el sprint final. El problema de la despoblación en la provincia no lo soluciona ese millón de euros al año que cuesta mantener ese servicio deficitario, según los números de la Compañía del Ferrocarril. La reivindicación debe mantenerse para que no se repita la suspensión, y para ello resulta indispensable que los enlaces sean considerados como servicio público, al margen de la óptica meramente comercial. Ello abriría la puerta a lo realmente interesante: bonos y abonos que garantizaran un precio asequible y no depender de la oferta o de precios prohibitivos como para hacer del transporte en tren, sostenible y con futuro, una costumbre habitual entre viajeros de uno y otro punto de la línea.

Reactivar el tren, que nació en 2018 con la voluntad política del Gobierno del PP ante otra reivindicación de la sociedad zamorana, supone, por parte del Ejecutivo del PSOE, un mínimo ejercicio de coherencia política con el que los ciudadanos de la provincia recuperan una parte hurtada a su derecho a la movilidad en transporte público. De otro modo, resultaría del todo increíble cualquier medida que se anuncie de entre las encaminadas a frenar un descenso demográfico tan vertiginoso y que siempre conllevan accesos y facilidades a la conectividad digital, pero también de transporte terrestre.

La reivindicación debe mantenerse para que no se repita la suspensión, y para ello resulta indispensable que los enlaces sean considerados como servicio público, al margen de la óptica meramente comercial

Hace ya diez años que el corredor ferroviario de alta velocidad del Noroeste, que supuso una inversión multimillonaria, entró en servicio, aunque sigue sin culminar la conexión gallega. Poco antes, el entonces presidente de Renfe sostenía un encuentro con empresarios de todos los sectores en Zamora. A la salida, y en “petit comité”, el alto cargo comentaba, algo extrañado, que en la reunión, los interlocutores empresariales solo se habían referido a las posibilidades que ofrecía la llegada de la alta velocidad como transporte de turistas de fin de semana, obviando las posibilidades que concedería a Zamora el hecho de poder trasladarse a Madrid, cuando la línea esté a pleno rendimiento, en tan solo 55 minutos. Actualmente ronda la hora y veinte minutos. Un tiempo que es más que habitual en los desplazamientos de casa al trabajo y viceversa en las grandes ciudades.

En esos 55 minutos podríamos citar, al menos, otras 55 razones defendiendo las bondades de Zamora como lugar de residencia. Desde el precio de la vivienda, a la educación (primeros en el Informe PISA), pero, sobre todo, por la calidad de vida que ofrecen pequeñas ciudades, alejadas del concepto de “ciudad dormitorio”, extrarradios masificados, las colmenas a las que van a parar la mayoría de los trabajadores que emigran de provincias como la zamorana en busca de una oportunidad para trabajar.

Para los más escépticos sobre esta posibilidad, ahí van varios datos para la reflexión: el tiempo medio que se invierte o se invertía, antes de la pandemia, entre la vivienda y el lugar del trabajo en España ronda los 57 minutos. En Madrid el coste del transporte, más de 11 euros al día, se suma a los problemas de vivienda y calidad de vida de una gran ciudad. Esos tiempos son aún mayores en capitales como Londres (84 minutos) o Toronto (96 minutos). En Berlín el tiempo es algo menor, de 56 minutos, debido, precisamente, al uso intensivo de un gran nudo ferroviario, el “Ring”.

Los tiempos, y también las distancias, llegan hasta las dos horas en el caso de Estados Unidos, donde la filosofía lleva a los trabajadores a anteponer el vivir en un lugar en el que se sientan bien a la cercanía del centro de trabajo. Antes de la pandemia, en pleno debate sobre las posibilidades de revertir el problema de la despoblación, el sociólogo Francisco Ramos, miembro del Consejo Consultivo de Castilla y León, exponía que quedaba cerca el día en que uno de los parámetros determinantes para decidir la compra o arriendo de una vivienda, sería, por ejemplo, la contaminación del aire en el lugar donde se ubicara el inmueble.

La pandemia puede haber acelerado ese giro. Desde luego, lo que parece claro es que la implantación del teletrabajo es ya un hecho sin vuelta atrás. El aumento exponencial de quienes trabajaron desde su casa en lo peor del COVID no solo ha permitido que las economías mundiales no terminaran de sucumbir ante la parálisis de actividad. Ha supuesto un antes y un después tecnológico y de planteamiento de cultura laboral que habrá que esperar a ver cómo se desarrolla, pero que parece imparable y que puede aprovecharse si se cuenta con herramientas suficientes, herramientas reales, más allá de las potencialidades que se le atribuyen a Zamora. La posibilidad de combinar teletrabajo y presencialidad en un tiempo prudencial se abre camino, pero hay que trabajar en él.

En el caso del servicio Zamora-Madrid será fundamental la puesta en marcha de la terminal única con la comunicación por túnel de las estaciones de Chamartín, lugar de llegada de los trenes del Noroeste, y Atocha, en pleno centro, con la que se hará realidad la creación de una red ferroviaria transversal en toda España que equilibre los flujos de viajeros. Y entonces sí, tal vez, tendría sentido contemplar el tren madrugador desde el punto de vista comercial, con la liberalización de operadores que añadirá ingresos al Estado, que seguirá siendo dueño de la infraestructura. Por lo tanto, incluso al propio Estado, resulta conveniente invertir en ofertas atractivas. Zamora lo es y debe serlo aún más para revertir un proceso que parece imparable y cuya solución contiene un elemento fundamental: acceso al empleo para fijar población.