Tal vez hace muchos años hubo un futuro para Zamora, cuando el Estado decidió invertir grandes cantidades de dinero en costosas infraestructuras de producción de energía hidroeléctrica. Las zonas más aisladas de la Alta Sanabria y las poblaciones del oeste zamorano al lado de los ríos en la Carballeda, Aliste, tierra de Alba, Sayago y hasta cercanas a la propia capital, fueron objeto de deseo de los gobiernos centrales y centralistas para obtener energía.
Se construyeron poblados para los cientos y miles de directivos y trabajadores que estas fuertes inversiones requerían, que se convirtieron en nuevos pueblos con su iglesia, su escuela, su alumbrado público desbordante, servicios públicos y privados, playas fluviales al lado de los embalses, pabellones, albergues y muchas casas “con rejas y antejardín, / una preciosa entrada de autos / esperando un Peugeot” -parecidas a las que cantaba Víctor Jara- donde vivían familias enteras que repoblaban el artificial mundo rural creado a golpe de millones. Había futuro.
A la vez que se construían presas, embalses y poblados hechos con “resipol” para los nuevos pobladores, pueblos enteros desaparecieron bajo las aguas con su iglesia, su escuela, sus casas de piedra y barro de la tierra. Y se obligó a sus habitantes autóctonos a dejar su casa, su huerto y su forma de vida anegados bajo las aguas. Eran el pasado. Como el régimen político no permitía rechistar, no se oyeron más que los suspiros y las lágrimas de la nostalgia por lo perdido. Pero la pregunta era común: ¿merecía la pena el pequeño exilio? Indemnizaron, salvaron la iglesia de San Pedro de la Nave trasladándola piedra a piedra… y como piedras pequeñas condenaron a los zamoranos a rodar por los caminos. El precio que había que pagar por el futuro.
Hace muchos aunque menos años de lo anterior, fui testigo directo de aquel futuro cuando trabajé como maestra en Porto de Sanabria, un pueblo precioso y unas gentes maravillosas de las que guardo mis mejores recuerdos. Pero también recuerdo que, pese a que su término municipal estaba lleno de embalses para energía hidroeléctrica, en las calles no había alumbrado público, por lo que por la noche nos alumbrábamos con linternas. Tampoco había teléfono, por lo que para casos urgentes se utilizaba una emisora de radio de un destacamento de la Guardia Civil que se renovaba cada seis meses.
Hacia la mitad de la peligrosa carretera que se cubría de nieve gran parte del invierno, se encontraba el poblado de San Sebastián con sus casas casi vacías, donde sólo vivía el médico que atendía pueblos tan alejados como Porto y Hermisende, y las viviendas de recipol que había antes de llegar al pueblo estaban totalmente cerradas.
Cuando fui maestra de Samir de los Caños -de gente maravillosa con la que convivió su primer año de vida mi hija Violeta- a veces nos acercábamos al cercano Salto de Castro, donde ya entonces el gran albergue y las casas estaban vacías, posteriormente han sido objeto de vandalismo y se le conoce hoy como poblado “fantasma”. El fantasma en que se había convertido el futuro.
Lo mismo ha sucedido con todos los poblados artificiales que se construyeron y poblaron durante los años de esplendor en la energía hidroeléctrica, cuando era el futuro de Zamora.
Leo hace unos días en este diario que en Ricobayo la empresa Iberdrola está rehabilitando las casas para que sus empleados puedan usarlas durante las vacaciones. Nada que ver con aquellas familias de las casitas de recipol que “se sonríen y se visitan / van juntitas al supermarket / y todas tienen un televisor” (en vez de supermarket era el supermercado de Iberduero).
Leo también que el Ayuntamiento de Muelas exige a Iberdrola la electricidad gratis para alumbrado público, para las industrias y hasta para los vecinos, porque además de la presa se están instalando parques solares y eólicos. Más madera, o sea, más energía. Más futuro.
El presente de aquel futuro, o los lodos que quedan de aquellos polvos mágicos que iban a traernos el progreso, demuestran que aquellas inversiones millonarias no trajeron el progreso social y económico
El presente de aquel futuro, o los lodos que quedan de aquellos polvos mágicos que iban a traernos el progreso, demuestran que aquellas inversiones millonarias no trajeron el progreso social y económico; que los pobladores fueron sólo durante la construcción de poblados y la destrucción de los pueblos; que Zamora se ha ido vaciando de gente maravillosa a la vez que se llenaba de más kilovatios, y que seguimos sin ver la luz como en las calles de Porto cuando yo era maestra. No era esto el futuro que se prometía hace años.
A día de hoy, las mismas empresas con distintos collares prometen un futuro de puestos de trabajo y dinero para los ayuntamientos que permitan instalar en su tierra las nuevas formas de energía tan limpia como la hidroeléctrica. Son las mismas empresas que pleitean en los tribunales cuando algún pueblo aprueba una ordenanza para cobrarles impuestos o tasas por la ocupación del suelo y el vuelo. Y ganan. Que ni nos dejan andar con los pies en nuestra tierra, ni volar con nuestros sueños
Como el régimen ha cambiado, a la pérdida del paisaje anegado de huertos solares sobre los huertos y de molinos de viento en el horizonte –que son gigantes, Sancho- se está respondiendo con algo más que suspiros, lágrimas y resignación al exilio.
Porque del pasado que hemos heredado de pueblos anegados, poblados vacíos y provincia vaciada, hemos aprendido que el futuro está en nuestras manos. Y que esta vez no nos van a engañar.
Con la misma energía con la que fuimos capaces de evitar nuestro futuro nuclear -de central y de cementerio de residuos- sabremos negociar la forma de vida que queremos para nuestro futuro. Energía incluida.