Conozco a Luis Ramos desde hace muchos años. Fue alumno en el instituto Claudio Moyano. Desde entonces he mantenido una buena relación de amistad con este poeta al que sigo fundamentalmente con emoción porque en ningún momento deja de sorprenderme y aunque las cosas se me han complicado y no he podido estar con la cercanía que yo hubiera deseado, la zozobra de la vida me ha permitido sentir el dilema del aire, su respiración, su oxidación, lo que me ha proporcionado sensaciones especiales ante la lectura de su obra.

Luis Ramos presentará su primer libro de relatos "Con los ojos del frío" la próxima semana.

Luis aparentemente es un poeta versátil, pero no es así, nos va impregnando de un poso poético que nos aleja de la indiferencia. Ya lo he dicho en otras ocasiones, Luis Ramos transita por los entresijos poéticos más insospechados siempre acompañado de una fuerte honestidad en el trabajo poético, y por tanto en el estilo poético. Es capaz de caminar por una poesía comprometida, preocupado por alcanzar un objetivo social, de justicia, ante tanta desolación. “Me duele este niño hambriento y su vivir ceniciento revuelve mi alma de encina”, se lamentaba Miguel Hernández. Y Luis se duele también de la injusticia, de ver cómo tanta gente se encuentra aún por las cunetas con un tiro en la nuca, del dolor de sus familias.

Su mirada se sitúa entre el paso del tiempo y la proximidad de la muerte, convertido en meditación, en un intento de prolongar la emoción de la vida, de ahí que sea frecuente mirar, no sin cierta melancolía, hacia la infancia ya perdida

Y a la vez es capaz de dar un giro hacia una poesía intimista, como hace en su libro “Del polen al hielo”, libro de amor, de amor intenso, con un marcado sentido metafórico donde el paso del tiempo nos va marcando la fugacidad de la vida. Yo diría también que el libro es una crónica del alma, donde el poeta se desnuda y nos va dejando entrever sus sentimientos más íntimos. El poeta camina hacia lo desconocido y eso le hace vivir en vilo, desde el silencio, pero con toda su pasión.

Sin embargo el poeta vuelve a dar un giro, lo que no termina de sorprendernos, en su nuevo libro “El dilema del aire”, libro que por culpa de la pandemia no ha podido ser presentado y que, según nos cuenta el poeta, fue provocado por una anécdota: una librería le regaló un cuadernillo donde empezó a anotar sus impresiones sobre la materia y las cosas naturales que nos rodean. Estas reflexiones darían origen al “Dilema del aire”, contraposición del aire que nos da la vida y nos la quita. Luis Ramos vuelve a la interiorización y meditación sobre un tema que hasta ahora no ha olvidado nunca, el de la temporalidad, el tiempo inexorable que va acotando nuestra vida, en definitiva, el tema de la fugacidad de la vida tan presente siempre en su obra. Pero lo hace de una manera especial, con la mirada atenta al campo, a la naturaleza, a la contemplación del paisaje rural. “El trazo misterioso de la encina,/ las brasas del acecho, el castaño añoso ante el sol,/ aquellos niños”. Y aunque hace algún guiño a Claudio Rodríguez, “el tiempo es duración, pero también conocimiento”, dice el poeta, pero, añade, la azuela de la memoria va arando la justicia, cavando olvidos. Y la muerte siempre presente: “este mar de pobreza empedrado de muerte”, dice en otro de sus poemas.

Aunque se puede apreciar algún elemento claudiano, como dijo el jurado, su poesía es el resultado de su vida, algo que se aprecia bien a lo largo de sus obras, de toda su experiencia vital. A Luis Ramos le importa la poesía en cuanto le importa la vida. De ahí su tono meditativo y elegíaco, donde el tiempo, el amor y la muerte serán ejes temáticos. Observamos cómo la contemplación de paisajes rurales y el sentimiento que le produce va más unido con lo íntimo, con lo biográfico, siempre con un fuerte contenido moral, por lo que creo que se encuentra más cerca de la poesía de Paco Brines que de Claudio Rodríguez, aunque la actitud del poeta Luis Ramos se distancia en lo formal siguiendo procedimientos muy distintos.

Su mirada se sitúa entre el paso del tiempo y la proximidad de la muerte, que hoy es mi tiempo, convertido en meditación, en un intento de prolongar la emoción de la vida, de ahí que sea frecuente mirar, no sin cierta melancolía, hacia la infancia ya perdida. “Bulle el verano en este viento seco/ que tantas veces/ durmiese al sol entre los tomillares”, dice el poeta en uno de sus poemas cargado de añoranza. Y su deseo siempre solidario de compartir el aire: “En la espuma del alba/, en su ola reciente/ se orea, se rumorea y se acicala/ el culebreo de la luz/ su intento y el fervor/ por ser de todos el aire sin remordimiento”.