No puedo resistirme a esa deformación profesional de querer explicarlo todo a causa de mis años de docencia, aunque no hará falta recordar lo que precisa una oración gramatical para llegar a serlo: sujeto, verbo y predicado. O sea, que con solo tres palabras tenemos hecho el plato básico de nuestro alimento comunicacional, lo demás es salsa añadida, guarnición de relleno.

Cuando veo las fotografías de Chema Madoz tengo una sensación de resumen visual y conceptual tan agradable como un trago de agua fresca o un trozo de pan blanco castellano. Sin embargo la fotografía de Chema no tiene nada de simple, es una pequeña taza de consomé servida del mejor caldo. La sustancia se paladea, pero los ingredientes son tantos que la mayoría están ocultos. Con poco dice mucho, pues no sobrecarga ni el discurso, ni la imagen. Es un maestro de la idea ascética, muy castellana, en esa llanura que nos permite ver el horizonte con las distancias que nos ensanchan el alma bien claras, pero al mismo tiempo inabarcables en un primer vistazo. Chema nos hace en cada fotografía un sintagma nuevo para la mente, un cuadro en blanco y negro: fotografía fija de una secuencia en plano corto pero con profundidad de campo conceptual.

Vean esa foto icónica de lo que ha venido llegando a nuestros oídos en forma de noticias aterradoras, de dolor punzante (bucle hiriente como una corona de espinas), aludiendo sin nombrarlo al coronavirus, en un año donde nos han pitado los oídos con tanta noticia desesperante, con estadísticas en pico de vértigo y olas sucesivas de contagio. El fotógrafo del minimalismo poético, de la metáfora visual instantánea tiene un largo recorrido profesional que ya fue reconocido con el Premio Nacional de Fotografía.

Entre su abundante creación publicada, pudimos ver una nube atravesada por una aguja; presagio inquietante en el cielo de lo estaba por caer.

Ahora en la galería Elvira González, de Madrid, hace una nueva entrega de esos poemas visuales: haikus de nuestro vivir, greguerías que firmaría el propio Ramón Gómez de la Serna. De aquella nube trae ahora una huella dactilar penetrada por el mismo hierro, por la aguja sin hilo que no cose sino hiere y duele.

Nuestro fotógrafo ajusta el objetivo de la cámara como quien da otra vuelta de tuerca a los objetos retratados, otorgando un nuevo significado al convencional en el que fueron creados, o el que le dio su uso

Chema Madoz es nuestro Magritte de la fotografía. El pintor mencionado pintaba la realidad imposible con ojos posibles de mostrarla, esto es: un hombre mirándose al espejo contemplando su nuca o el cristal de una ventana hecho pedazos que conserva el paisaje que transparentaba.

Nuestro fotógrafo ajusta el objetivo de la cámara como quien da otra vuelta de tuerca a los objetos retratados, otorgando un nuevo significado al convencional en el que fueron creados, o el que le dio su uso. Y por si no me explico bien, piensen en la rejilla de desagüe de una calle; solo un artista como Chema puede hacerle una foto liberándola de los residuos que arrastra, colocando en las rendijas una fila de platos a escurrir. Y si una rejilla callejera puede elevarse a objeto doméstico liberándola de su carga de cochambre, una melena femenina puede ser cortina abierta de un escenario que oculta lo que nuestra mente quiera ver aparecer. Hay en sus fotos mensajes subliminales, ocurrentes composiciones como la de un paso de peatones en cuyas franjas ha crecido el césped. También las sombras las maneja como nadie; así podemos ver ese bombardero que recorre un camino claro por donde iba nuestra vida confiada antes de la pandemia.

La poesía visual de Chema es clara y limpia.. Está hecha del lirismo que desprenden los objetos desubicados de su función, posando para la idea poética, ingeniosa, inversa, impactante, y muchas veces divertida, de nuestro artista. Su narrativa va del naturalismo al surrealismo. Tiene también rasgos del “Arte Povera” (arte pobre) que nutre sus creaciones de objetos rescatados, reutilizados y colocados en un espacio con nueva significación.

Si dije que sus fotos parecen greguerías, también su relato visual nos lleva a Azorín por la concisión y brevedad que imprimió a la oración de su prosa.

Es la fotografía de Chema una performance que va de la mente del artista a nuestros ojos, una carambola de miradas cómplices para ver una nueva realidad inesperada. Este carácter de sorpresa y al mismo tiempo de ingenio compartido es lo que engrandece y perpetúa su obra. Chema empezó como un “free lance” de la fotografía cuando trabajaba en un banco. Hoy es el dueño de un banco de imágenes en continua revalorización. Era un francotirador incruento y lo sigue siendo aunque siempre dando en la diana, a pesar de que pareciera que apunta a otra parte. Se lo demuestro: La oración gramatical, como decíamos, está compuesta de sujeto, verbo y predicado; la foto de la oreja dentro de corona de espinas es toda una oración en su simplicidad más pura y terrible, compuesta de sujeto, virus y pandemia.

No obstante, ya ven que sus obras no llevan título. Ni falta que les hace.