Leo una noticia que me deja pensativo y perplejo. Titular: “Castilla y León vive un “boom” fotovoltaico con proyectos que ocuparán 15.000 hectáreas”. Subtítulo: “La potencia solicitada cubre ya el 65% del plan estatal hasta 2030”. Impactan las dos frases. ¡Nada menos que 15.000 hectáreas pueden llenarse de placas solares y cambiar en poco tiempo producción, paisaje, naturaleza y hasta forma de vida! ¡Y la energía que salga de ahí cubrirá el 65% de las necesidades españolas hasta dentro de nueve años! Añádanle ustedes la que brota ya de nuestros pantanos, instalaciones fotovoltaicas, torretas eólicas y demás y les saldrá una certeza imbatible: somos y, a este paso, seremos aun más la principal fuente energética del país.

Nadie discute los macrohuertos solares, al contrario que las llamadas macrogranjas. Todos saldrán ganando. O así parece. Sin embargo, ya aparecen sombras

- Un orgullo, ¿no?; para sacar pecho y decir aquí estoy yo, clama don Jocundiano mientras muestra a toda la concurrencia, ufano él, el periódico que publica tal información.

- Menos lobos, que antes de dar tres cuartos al pregonero habrá que saber dónde va esa energía, quién se va a beneficiar de ella y cuánto va a quedar aquí, si es que queda algo, replica, muy escéptico, don Laudicelio.

-Hombre, lo primero y fundamental es tener y luego ya se verá cómo se reparte; si no se tiene, mal se puede hablar de beneficios.

-No estoy de acuerdo; en esta región hemos tenido, y tenemos, saltos de agua, térmicas de carbón y hasta una nuclear y mire usted a ver cuanta industria y puestos de trabajo han generado aquí; nada de nada; la electricidad se ha ido y se va a otros sitios, a los mismos que nuestros emigrantes. Pues, ojo, porque con la de las placas solares puede suceder lo mismo.

Efectivamente, don Laudicelio tiene mucha razón. Y ese es uno de los temores que se esconde tras el optimismo de tanto plan de instalación de placas solares como aparece por doquier. Si con los nuevos proyectos, que generarían casi 25.000 megavatios, se va a cubrir el 65% de lo previsto hasta 2030 en toda España, ¿qué reflejo real va a tener en la economía de Castilla y León y en el futuro de los pueblos, comarcas y provincias afectadas? Cada vez está más claro que, pese a las apariencias iniciales, no todo son luces. Hay también sombras. O cuando menos, dudas. Verbigracia: ¿cómo va a repercutir tanta instalación fotovoltaica en la agricultura y la ganadería? Lo resumía el secretario regional de Asaja, el leonés José Antonio Turrado,: “Donde se ponen placas, desaparecen los agricultores”. Pues, calculen los agricultores que pueden desaparecer si 15.000 hectáreas, 15.000, eh, se llenan de esos artefactos llamados a cambiar la fisonomía de la meseta y a darle a nuestras llanuras un brillo metálico extraterrestre.

Y vamos por ese camino. El caramelo es muy goloso. Una hectárea “sembrada” de placas puede producir tres o cuatro veces más que de cereal o girasol y, además, la senara está asegurada y no hace falta ni montarse en el tractor, ni tirar mineral ni herbicida, ni pagarle al de la cosechadora. Uno firma el contrato de arrendamiento y a vivir que son dos días. Demasiada tentación para gentes con explotaciones poco rentables, cansadas de bregar, hartas de que los precios y la rentabilidad no compensen sus esfuerzos y riesgos y deseosas de alcanzar la jubilación. Una jubilación que les llegaría por el camino de arrendar sus fincas a las empresas fotovoltaicas.

¿Y quién produciría los alimentos que necesitamos, los que se han producido siempre en esas parcelas? ¡Ah, a mí que me registren, que los traigan de fuera o que los produzcan en las capitales, que allí hay de todo y atan los perros con longanizas! Muchos ayuntamientos vienen a decir algo similar. Adelante con los faroles. El “sembrao” de placas solo traerá beneficios al pueblo. Más o menos se triplicará el presupuesto municipal y, claro, se podrán hacer más cosas. Por eso, hasta ahora, ha habido pocas protestas. Nadie discute los macrohuertos solares, al contrario que las llamadas macrogranjas. Todos saldrán ganando. O así parece. Sin embargo, ya aparecen sombras. Y no solo por el previsible deterioro del paisaje y otros valores naturales, sino también porque las instalaciones fotovoltaicas se están haciendo sin orden ni concierto, sin una regulación clara, sin un vistazo al interés común. Y sin saber que beneficios reales quedarán en esta tierra una vez que estén funcionando. Ya nos ha pasado otras veces.

-Y el gato escaldado hasta del agua fría huye, remata don Laudicelio.