La de la distracción es de las menos honestas pero de las más eficaces armas políticas. Llevamos una semana haciendo chistes con la hora en que hay que planchar o poner la lavadora porque las cabezas pensantes de la Moncloa han visto que les interesa más este ruido que el sonido de fondo. Exactamente igual que desde unos días antes y sin haber avanzado nada -por suerte en la mayoría de los casos- en la “Agenda 2030”, se nos destapó Iván Redondo presentando las 675 páginas de la “Agenda 2050” o, como, si los problemas mantienen la dinámica actual, en unos meses nos empezarán a hablar del nuevo mundo de finales del siglo XXI.

Porque es menos gravoso para mantenerse en el poder y mantener a los aliados que te mantienen, que se hable de si a las dos de la madrugada el baile va a ser con la tabla de la plancha o el sexo justo en el vibrante tramo horario que se da entre el centrifugado y el tendido de la ropa, que soportar el que nos planteemos por qué la electricidad ha subido casi un cincuenta por ciento en un año o se haya más que triplicado desde la infausta moción de censura de la que surgió el gobierno más inepto, mentiroso, falaz, vacuo y caradura de nuestra historia moderna.

Quizás si en lugar de chistes, memes y chascarrillos, fuéramos al fondo, podríamos encontrar solución a algunas de las grandes paradojas de un país en el que los ecologistas hippies de los 70 y 80, infiltrados por los servicios secretos alemanes y sobre todo franceses, lograron convencernos de que era una aberración y un inmenso peligro para nuestra supervivencia tener centrales nucleares, cuando compramos a precio de oro la electricidad que Francia genera en las cincuenta y nueve de ellas que tiene en funcionamiento.

Los ecologistas hippies de los 70 y 80, infiltrados por los servicios secretos alemanes y sobre todo franceses, lograron convencernos del inmenso peligro de las centrales nucleares y compramos a precio de oro la electricidad que Francia genera

Los chistes se los lleva el viento más pronto que tarde y lo que quedará serán unas tarifas exageradas, que seguiremos pagando en el futuro, y de las cuales en torno al 60% se va a pagar impuestos, costes indemnizatorios por la cancelación de los proyectos nucleares en marcha que se paralizaron por el gobierno PSOE en los 80 y para subvencionar la generación de energías renovables a costa de que paguemos entre todos lo que de momento por sí solo no es viable en términos competitivos.

Al final, que será desde el principio, los usuarios nos olvidaremos del puzzle horario y seguiremos utilizando la electricidad a las horas en que mejor convenga a nuestra actividad y régimen horario, los ministros pasarán a decir estupideces en otras materias y nuestras cuentas seguirán viéndose esquilmadas por impuestos y caprichos políticos, no realmente porque producir electricidad sea “per se” más caro hoy que ayer. Eso sí, entre tanto nuestros gobernantes y buena parte de la panda mediática de este país, convertidos en moralistas de la sostenibilidad, trasladarán a nuestras conciencias, desde el Falcon, palacetes y yates, que somos unos destructores del planeta si comemos ternera alistana o buey de Sayago o se nos ocurre poner una lavadora a las 11 de la mañana. Apóstoles liberticidas. Muchos chistes pero ni puñetera gracia.

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