Nacimos en una península, habitamos un país con 8.000 kilómetros de costa, nos corresponden dos mares y un océano. Ya es casualidad, me digo desde pequeña, que nos parieran en mitad de una estepa, sobre esta tierra de secano. Aridez cualidad de árido.

Lo que más he echado de menos durante el aislamiento de la pandemia ha sido la gran masa de agua salada. Tenerla de fondo, tragármela un poco en una ola, volar sobre ella. Tanto, que a la hora de elegir apartamento de vacaciones solo ha contado un criterio: mar, pónganos mar, mucho mar, todo el mar, todo el rato mar. Mar, no se le olvide.

Lo que más he echado de menos durante el aislamiento de la pandemia ha sido la gran masa de agua salada. Tenerla de fondo, tragármela un poco en una ola, volar sobre ella

El día que cumplimos un año sin salir de esta provincia tan terrenal tomaremos rumbo al océano que también hace un año -todo muy metasimbólico- sobrevolamos por última vez. Tengo un registro nítido de todos mis contactos y avistamientos con la masa de agua salada: los siete primeros años de mi vida la soñé tanto que para mí nunca dejará de ser un poco criatura mitológica, fábula, fantasía.

Acabo de leer, en un receso de esta columna, que dos niñas en Utah, de 4 y 9 años, cogieron el coche de sus padres de madrugada para ir a California a nadar con delfines. Un tercio del territorio de Utah, uno de los estados más despoblados de EE. UU., es desierto. Chocaron con un camión, pero no les pasó nada. El deseo de mar es una fuerza muy poderosa. Nunca había sentido tanta comprensión por el móvil de un suceso.

La anticipación: en la ropa y objetos de mi hijo habitan dos pulpos, la gaviota Ramona, una raya, una orca, un tiburón arenero, varias ballenas; Milo el barco feliz y León el gato que sueña con navegar. También hay palmeras, toda la gama posible del color azul y un faro. Debemos de ser los únicos que se van al mar con el faro puesto.

Es mi primer año desde 1994 sin mar y estoy ya que lo veo un poco en todas partes: las olas que mecen el centeno, el barco varado del señor del pueblo que emigró a Asturias. Pero sobre todo: este cielo que a la hora del fresco se siente como un chapuzón.

Ha sido un año sin orilla, pero quizás nunca tuvimos los ojos tan llenos de azul. Nuestro mar está arriba. Nuestro mar es el cielo.