Unamuno, encolerizado por su destitución como vicerrector de la Universidad de Salamanca, se desahoga en una carta privada dirigida a un profesor español en Buenos Aires y que, por una indiscreción de Américo Castro, acabó publicándose en un periódico y una revista bonaerenses, La Vanguardia y Nosotros, en 1923, teniendo una enorme repercusión. En esa carta, tras mostrar su ira contra Primo de Rivera, “ganso real”, el general Severiano Martínez Anido, “fantoche, lóbrego y tenebroso”, o el diario El Sol, “papel higiénico”, hace una airada crítica de la situación de España e introduce la famosa frase: “Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón”.

Desde luego, ni la España de Unamuno tiene mucho en común con la actual, por mucho que algunos crean que no hemos evolucionado, ni yo estoy inmerso en los avatares personales y políticos que rodearon la vida de Unamuno y que tintaron de pasión sus manifestaciones. Sin embargo, noventa y ocho años después de aquella carta, tengo la misma sensación de ahogo y dolor que Unamuno.

Y me ahogo y me duelo al contemplar el comportamiento de nuestra clase política, esa casta que alguno vino a reventar y que fue engullido por su bienestar hasta el punto de abandonar el ruedo, como los malos toreros, por la puerta de arrastre y arrojando la coleta al desolladero.

Porque el espectáculo al que asistimos a diario sería una fuente inagotable de inspiración para la estética esperpéntica valleinclanesca, donde la realidad se muestra grotesca como única forma de plasmar la esencia de su tragedia.

Políticos que se desdicen de sus palabras en horas sin mover un músculo y que sus acérrimos acólitos, al más puro estilo hitleriano o estalinista, e incluso más de uno como los seguidores de la sandalia en la Vida de Brian, con fe ciega defienden sin la menor autocrítica, que queda reducida a decir hemos hecho autocrítica, pero la conclusión es que la culpa es de los otros.

Para los unos y los otros, todos los que no formamos parte de su cohorte y corte de los milagros somos números que se arrojan como si se tratasen de papeletas sin premio en esta feria de vanidades

Una pandemia que se pone en manos de expertos que acaban convirtiéndose en marionetas para justificar lo que en la mayoría de los casos no es más que una mala gestión política, o económica, pero no sanitaria. Por eso, a esos expertos innominados u ocultos en siglas rimbombantes como OMS, o EMA se les desoye para acabar resolviendo qué vacuna poner por votación de políticos, como si las propiedades de un fármaco fuesen una cuestión democrática, o de responsabilidad de los ciudadanos que parecen abocados a tener que firmar qué vacuna se pondrán, los que pueden elegir, claro. Y lo más extravagante es que la firma se pide a quienes mantienen lo pautado, segunda dosis de la misma marca, y no a los que se les van a mezclar las vacunas, mezcla sustentada por un estudio de dudoso rigor científico que confirma los deseos de algunos políticos y que oculta la guerra económica entre farmacéuticas.

Quien por fin ha dejado de ser sustituto del sustituto del sustituto del presidente de la Generalidad proclama que su objetivo es forzar al Estado español a aceptar, bajo el hay que dialogar, pero de lo mío y para que salga lo mío, la amnistía y un referéndum de autodeterminación y el gobierno del Estado se pone de perfil, porque resulta que gracias a ese partido separatista puede gobernar el Estado que aquellos quieren deshacer. Y el galán del contoneo llega al disparate argumental de ligar la justicia del TSJ con la venganza para plantear el indulto de los delincuentes del procés. Mientras, una especie de donna angelicata morena pretende crear un madrileñismo castizo postinero cuando en Madrid hay cuatro gatos.

Y no sabemos cómo solventar la crisis económica que tenemos encima, pero el galán se presenta ante la concurrencia para anunciar, ni más ni menos, cómo será la España de 2050, en una especie de malabarismo de prestidigitador sustentando que el éxito se fundamentará en el diálogo y el consenso, lo que no ha habido en los últimos años por culpa de los unos y los otros.

La oposición se opone hasta a sí misma llegando al ridículo y sin ruborizarse en la crisis migratoria ceutí. Un muchacho de colegio bien que se deja barba para dar la impresión de que sabe lo que dice pide contundencia al gobierno. ¿Más? A la Policía y Guardia civil se han añadido unidades de la Legión y los Regulares, casi nada. Y, como corresponde, mandadas por el gobierno, por mucho que un personaje de estética de Geyperman legionario crea que ha sido, por fin, una cuartelada ante la rendición de la frontera sureña. Y han sido mandadas para rescatar migrantes, aunque una señoría del palo del ex sustituto y ya presidente de la Generalidad diga que frente a niños el Estado opresor manda militares para apalearlos, en un ejemplo de distorsión más cognitiva que ocular. Para completar la comedia, quienes se opusieron en su día a las devoluciones en caliente las hacen ahora, eso sí, con la denominación de rechazo en frontera, con la crítica de quienes las hicieron entonces, y el gran sustituido, atrincherado en Waterloo, aprovecha la marea para declarar que Ceuta y Melilla para Marruecos y no se hable más.

Aquí todo vale para desgastar al contrario. Da igual que seamos parados, pensionistas, migrantes, o muertos y enfermos por una pandemia. Para los unos y los otros, todos los que no formamos parte de su cohorte y corte de los milagros somos números que se arrojan como si se tratasen de papeletas sin premio en esta feria de vanidades con gobernantes de su ensoñada ínsula Barataria, donde, aquí sí, tengo la sensación de que los ciudadanos hemos alcanzado la ansiada inmunidad de rebaño. Lástima que sea inmunidad intelectual y crítica para con los nuestros, que luego ya vendrá para los demás.

Puede, y así sea, que en 2050 España sea un ejemplo de gestión, progreso, evolución, justicia, libertad, pleno empleo y estado del bienestar; pero ahora mismo, contemplando el espectáculo que nos presentan a diario los líderes políticos, yo me siento como aquel Unamuno que terminaba la citada carta con un “¡Pobre España! ¡Pobre España! Dan ganas de morirse. ¡Basta, que lloro de veras!”.