Me cuesta mucho creer que el jefe de gabinete de Pedro Sánchez, el todopoderoso Iván Redondo, se vaya a tirar por el barranco por su jefe. Es decir, sería capaz de inmolarse por Sánchez, según él, sin pensárselo dos veces. No me lo creo. Los mártires de verdad están hechos de una pasta especial y no van pregonando sus intenciones. Redondo no es un mártir. En algunos medios se le tacha de oportunista y otras cuestiones de más envergadura crítica, en las que ni entro ni salgo, ni quito ni pongo.

Nadie se ha creído la aseveración de Redondo. Es más, la mayoría de opinadores nacionales cree que, en todo caso, en el final de Sánchez, tras una presunta derrota, Redondo será de los que coja carrerilla para poner pies en polvorosa. En principio ha mostrado su disposición, por lo menos de palabra, a tirarse al barranco cuando sea menester. Que tenga mucho cuidado no lo vayan a empujar. Iván ‘sin miedo’ ha garantizado: “Lo hago aquí, ahora y mañana. Y ahí voy a estar con él hasta el final”. ¡Que pasión la suya! ¡Vaya declaración de amor y de intenciones! Aunque, las intenciones son como los sueños, intenciones son que no van a ninguna parte si no se materializan.

Los expertos aseguran que quien en verdad está tomando impulso para lanzarse al barranco, no sé yo si motu proprio o empujado por su ego, sus ganas de permanecer o por sus asesores es Pedro Sánchez. Los índices acusadores apuntan a Iván Redondo. No ha estado muy fino últimamente, de ahí el análisis de los que desmenuzan estas cosas para llegar al fondo. Muchos asesores han sido preguntados y ni uno sólo ha secundado el deseo expresado por este chico que nació con la democracia, acaba de cumplir 40 años, proclamándose a sí mismo líder o algo así de la “generación de la democracia”, lo que le permite dar ciertos consejos al jefe, no muy acertados.

Será todo lo nacido que quiera en democracia, pero para según qué actuaciones, sobre todo en política, se necesita bagaje, se necesita ser un buen estratega, se necesita experiencia y no ser de manual, no ser de academia. Es más, se necesita pensar más allá de su labor y actuar en consecuencia, o lo que es igual, un buen asesor necesita pensar en la estabilidad del país, en su unidad y en el futuro de los españoles, para así trasladárselo al jefe, y dejarse en paz de fruslerías creativas y electorales.

La política española no puede ser un disparate continuo, ni Moncloa un laboratorio de ideas. Mal que pese a Redondo.