El pasado día 31 de marzo, se conmemoraba el Día Europeo de la Lucha contra la Despoblación. Y como no podía ser menos, muchos pueblos de Zamora, afectados también por esta otra pandemia, se implicaron en hacer visible su situación. De las iniciativas que surgieron, me llamó la atención una que promovieron el músico zamorano Luis Antonio Pedraza y el presidente de la Asociación de Campaneros de Zamora, Antonio Ballesteros. Podéis encontrar el vídeo en internet y apreciar el repique del campanario al toque de tambor en Castillo de Alba. Ambos elementos, la campana y el tamborilero, se han convertido en símbolos de identidad de la España vaciada. Pero lo que me llamó también la atención es que se puede distinguir otro elemento de esa estampa que a mi parecer también forma ya parte de nuestro patrimonio cultural, y no es menos que la Ciconia ciconia. Pero este es el nombre científico de esa ave de gran tamaño que anida en muchos de los campanarios de las iglesias de nuestros pueblos y ciudades, comúnmente conocida como cigüeña. En el vídeo sugerido se puede apreciar este tercer integrante, o mejor dicho su nido. Así que, se podría afirmar que la cigüeña es un nuevo símbolo de la Zamora vaciada.

Ciconia ciconia Francisco José Azorín

La cigüeña blanca es un ave migratoria de grandes distancias. En alguna ocasión, se han encontrado en la India aves anilladas en Alemania. Pero lo más común es que viajen desde África a Europa por diferentes rutas. Hacia finales de septiembre dejan los paisajes europeos para adentrarse en el continente africano, donde pasan el invierno, y vuelven de nuevo hacia aquí cuando comienza la primavera. Una de esas rutas es la mediterránea, pero al utilizar las columnas térmicas para desplazarse, huyen del mar porque allí no se forman estas corrientes atmosféricas, por lo que se desvían hacia el interior de la península, cruzando, en muchos casos, por Zamora. Algunas se quedan aquí pasando también el invierno, y aunque cada vez sucede en más ocasiones, realmente, la mayoría siguen siendo grandes viajeras. Entre otros datos curiosos, estas aves construyen sus nidos a gran altura, protegiendo así a sus crías de los depredadores, por eso las vemos en lo alto de los campanarios. Estos nidos suelen durar incluso años, regresando a ellos año tras año. Son además monógamos en su mayoría, y se comunican realizando un sonido que se conoce como crotoreo. Tanto el macho como la hembra se dedican a cuidar de los huevos, ambos los incuban y se turnan para mantenerlos siempre calientes. Además, en cuanto a la apariencia, no hay ninguna diferencia entre el macho y la hembra. No me dirán que no puede haber mayor igualdad que esta.

Pero lo que todo el mundo sabe de esta ave, es que traen a los niños dentro de una bolsa de tela atada a su pico. Y que, además, vienen de París. Pueden imaginarlo, de la capital del amor a nuestros pueblos zamoranos. No creen que, si ellas han fijado su residencia temporal aquí, no es un buen lugar también para nosotros, el sapiens sapiens. Si decidiéramos no abandonar nuestros pueblos y viniera la cigüeña más a menudo, se podría parar esta pandemia de la despoblación. Porque si en un pueblo hay niños, hay esperanza, porque no se cerrarían las escuelas, se mantendría al médico o al pediatra, y así un largo etcétera. Dependemos muchas veces de las decisiones de quienes nos gobiernan, de si se mantiene abierto o no un consultorio médico o una pequeña escuela o un CRA. Pero quizás, si hiciéramos como las cigüeñas, anidando en nuestros pueblos, estoy convencido de que reconsiderarían estas políticas de ruralcidio que se están llevando a cabo, volviendo a apostar por una vida digna más allá de las ciudades. Por ello, para mí, esta imponente ave, se ha convertido en un símbolo de la despoblación, pero a la vez en una alegoría de los nuevos tiempos, de la regeneración poblacional, reclamando un nuevo espacio en las zonas rurales, divisando el porvenir desde las alturas, y trayendo nuevos niños desde tan lejos.