Cuando parecía que todo, o casi todo, estaba dicho y escrito sobre los Comuneros, su derrota en Villalar y las repercusiones que aquella guerra tuvo sobre el declive de esta tierra y el mal trato a que ha estado sometida (y así sigue) desde entonces, Lorenzo Silva se ha despachado con una novela-ensayo, “Castellano”, que aclara, impacta y reivindica. Aclara porque sus referencias históricas, tan exactas como bien narradas, nos llevan a descubrir (o redescubrir) lo ocurrido desde la rebelión de las ciudades contra Carlos V hasta el final de la contienda. Impacta porque Lorenzo Silva mezcla inteligentemente los sucesos de 1520-22 con sus experiencias y sus sentimientos personales hasta llegar a conclusiones tan firme como certeras. Y reivindica porque pone en primera línea los valores del carácter castellano y sus logros, especialmente la creación de un idioma que hablan más de 500 millones de personas.

Lorenzo Silva explica que nunca se sintió de ninguna parte. De padre andaluz y madre salmantina, nació y se crió en el barrio madrileño de Carabanchel, donde abundaba la gente como él, emigrantes en la capital de España. Ya escritor consagrado, sus años de vida en Barcelona comenzaron a despertarle cierto gusanillo: oía y leía comentarios despectivos y humillantes para Castilla y los castellanos tales como reírse de un tertuliano porque iba a dar una conferencia en Segovia, insistir en que andaluces, extremeños, castellanos y demás vivían a costa de la laboriosidad y el trabajo de los catalanes y cargar sobre Madrid todas las culpas de lo que perjudicaba a Cataluña. El colmo fue leer en una novela de éxito lo que un personaje se respondía cuando preguntaba qué era Castilla: “Basta coger un páramo, ponerle una tiranía y ya tiene uno Castilla”. Silva reconoce que tuvo que releer el párrafo varias veces para cerciorarse de que aquello no era una boutade. Y no, no lo era; en otros pasajes del libro quedaba claro que, para el autor, Castilla no era más que un páramo y un despotismo consustancial. Y, claro, Silva se hizo muchas reflexiones: ¿fueron sus abuelos malagueños y salmantinos unos vagos redomados que vivieron a costa de los catalanes?, ¿lo son los miles de madrileños, la mayoría emigrantes, con los que coincidía en el metro o veía en oficinas, fábricas, comercios, bares? Se formuló la pregunta de si él era “mesetario” cuando leyó en un diario barcelonés que una presentadora madrileña tenía “una sonrisa mesetaria”. Y se dijo que sí, que “decidí no solo sentirme mesetario, sino llevar a mucha honra la etiqueta”.

De padre andaluz y madre salmantina, nació y se crió en el barrio madrileño de Carabanchel, donde abundaba la gente como él, emigrantes en la capital de España

El despertar definitivo vino al escuchar, casi por casualidad, mientras conducía entre la niebla por Castilla-La Mancha el disco “Los comuneros”, de Nuevo Mester de Juglaría sobre el poema de Luis López Álvarez. Quedó atrapado por la historia y se propuso saber más sobre aquellos episodios, tratar de averiguar qué pedían los comuneros, por qué se enfrentaron al hombre más poderoso de la tierra. Y el resultado, tras años de investigación, es esta novela-ensayo, en la que Lorenzo Silva no se limita a describir lo ocurrido, a narrar los sucesos de Toledo, Segovia, Medina del Campo, Zamora, Tordesillas o Villalar, sino que ahonda en causas y repercusiones, todas negativas para el porvenir de esta tierra. No lo dice expresamente, pero queda muy claro que coincide con los versos de López Álvarez: “Desde entonces, ya Castilla/no se ha vuelto a levantar…”

¿No se ha vuelto a levantar? Está claro que no, que ha perdido fuerza, influencia, riqueza, población mientras otras regiones crecían siempre apoyadas por los respectivos gobiernos, favorecidas en su desarrollo. Y sin embargo, paradójicamente, es Castilla quien arrastra fama de autoritaria, imperialista, dominadora. Contra esto también se rebela Lorenzo Silva. Hemos estado demasiado tiempo callados. En la página 343, escribe: “Se puede ser castellano sin necesidad de andarlo proclamando con aire solemne ni de ponerse en pie con la mano en el pecho cuando suena un himno”. Quizás no hagan falta estas manifestaciones públicas, pero sí sentirnos orgullosos de ser como somos, herederos de gentes que lucharon por ser libres, por no ser vasallos de nadie, como recoge el poema de Fernán González, citado varias veces por Lorenzo Silva, al igual que el cantar de El Cid y reflexiones de Unamuno o Delibes sobre el carácter castellano y su manera de enfocar la existencia y de volcarse en levantar ciudades como Panamá, Manila o Lima, lugares que visita Silva, mientras mermaban las suyas propias, las de la meseta.

Una de las conclusiones es que, a mi juicio, “Castellano” es un canto a la autoestima y una defensa razonada y entrañable del orgullo y la dignidad de esta tierra nuestra. Leanlo.