24 de diciembre, primera sonrisa grande. 25 de diciembre, primer grito. 3 de febrero, esto es la lluvia, hijo. Tengo registradas en la agenda algunas primeras veces de nuestro bebé, otras campan desordenadas entre los recuerdos de estos meses. Hace cinco y medio que el mundo es nuevo de nuevo.

Como madre, pero también como periodista y como persona curiosa, me produce absoluta fascinación contemplar el desarrollo humano desde ese primer llanto. El llanto más alegre: el que anuncia que ya está aquí y que todo salió bien.

Cuando uno viaja a EE UU por primera vez se da cuenta de que casi todo ya lo ha visto en una película o en una serie. Pues con un bebé pasa lo contrario: la ficción no te estropea la sorpresa con ningún espóiler porque a los bebés los presenta como muñecos que no hacen nada. Y, otra mentira, que duermen todo el rato.

Yo nunca leo las reseñas antes de ir al cine ni veo fotografías antes de un viaje, porque no hay nada que me parezca más emocionante que los ojos nuevos. Mirar algo por primera vez sin interferencias

El primero que dijo aquello de “dormir como un bebé” supongo que no había visto un bebé en su vida. El sueño de los bebés es delicado, aleatorio, un arte que requiere la precisión de un artificiero: cómo moverlo de la teta a la cuna, de los brazos al carrito, sin que abra los ojos como un resorte en cuanto se aproxima a la posición horizontal.

Yo nunca leo las reseñas antes de ir al cine ni veo fotografías antes de un viaje, porque no hay nada que me parezca más emocionante que los ojos nuevos. Mirar algo por primera vez sin interferencias. Sé que el hechizo que me produce cada novedad del niño, con el niño, se debe en gran medida a mi ignorancia previa sobre el universo bebé. Bendita sea.

Frente a este mundo que parece tantas veces ir hacia atrás, y que es la materia prima de mi trabajo como periodista, encuentro en mi hijo siempre la promesa del avance, el disfrute de la gracia, la paz de la belleza.

La escritora Rivka Galchen, en ese artefacto lleno de inteligencia y poesía que es “Pequeñas labores”, habla de su bebé como “un opiáceo que produce una profunda sensación de bienestar, una sensación que no está atada a ningún logro ni atributo”. Dice que con un bebé en la vida “todas las experiencias y objetos alrededor parecen reencantados”. Y qué cierto.

En otras circunstancias yo no sabría ni cuándo es la Eurocopa. Pero ahora pego con esmero los cromos en el álbum que le ha comprado mi padre al niño, junto a dos camisetas, de seis y nueve meses, porque tan aleatorio como el sueño del bebé es el tallaje de la ropa infantil. Las dos le quedan bien.

También le ha traído un balón oficial -y de repente yo pienso qué bonito puede ser un balón-. 26 de mayo, primeros toques. Es hipnotizante cómo sabe abrir las piernas la medida justa para que no se le escape. Lo es también verlo recorrer una y otra vez su primer libro, de tela y texturas, con sus cuatro manos. Las mismas con las que nos abraza, nos envuelve y nos desarma. Porque para este niño, hija, sus pies también son manos.