La historia económica más reciente es ampliamente conocida por todos los lectores de La Opinión-El Correo de Zamora: en marzo de 2020, la economía global sufrió el doloroso impacto del confinamiento provocado por la COVID-19 hostigando el hundimiento de todos los Mercados Financieros, incluidas las materias primas industriales. De inmediato, los Bancos Centrales, aplicando sus políticas de QE (Quantitative Easing), inyectaron tales cantidades de efectivo que inundaron los Mercados de dinero haciendo que los inversores volviesen a asumir riesgos a la hora de crear sus carteras. Esa actitud tuvo como resultado una vertiginosa reacción alcista de los Mercados, convirtiendo la brusca caída inicial en la recuperación bursátil más rápida de la historia, dejando a la mayoría de los índices en máximos históricos sustentados (incluso hoy) por las políticas de expansión de los Bancos Centrales.

Solventado ese problema inicial, surge el razonamiento de la teoría monetaria al afirmar que a corto y medio plazo tanta cantidad de dinero en circulación provocará una subida de los precios haciendo aparecer la inflación. La afirmación de que la inflación es un fenómeno monetario se sustenta en la teoría cuantitativa del dinero: la variación de los precios es directamente proporcional a la oferta monetaria. Dicha relación se basa en la identidad según la cual el valor de las transacciones que se llevan a cabo en la economía es similar a la cantidad de dinero que circula en ella, es decir, la velocidad del dinero. Si se asume que la velocidad del dinero es constante en una economía sin crecimiento económico, la tasa de inflación es igual a la tasa de crecimiento del dinero. Por el contrario, si se incrementa la oferta monetaria habrá más dinero en busca de los mismos bienes y servicios, provocando una subida de los precios.

Cuando la inflación es más elevada erosiona el valor del dinero y de los activos en general, pero será favorable para la banca y para los productores de materias primas.

La idea de que a mayor oferta de dinero mayor inflación es, de hecho, una de las leyes con más historia de la economía. Sus orígenes datan de los filósofos Martín de Azpilcueta y Tomás de Mercado, miembros de la Escuela de Salamanca, Jean Bodin y David Hume que se preocuparon por el impacto de la entrada masiva de metales preciosos procedentes de las colonias españolas en América. Ya en el siglo XX, Irving Fisher, uno de los grandes economistas de su época, formalizó este conocimiento dotándolo de un marco analítico, haciéndose popular gracias a la célebre frase del premio nobel en economía Milton Friedman: “La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que solo es y puede ser producida por un incremento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción”.

La inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios de productos y servicios durante un periodo de tiempo, provocando que con cada unidad monetaria se adquieran menos bienes y servicios reflejando la disminución del poder adquisitivo de la moneda. Se calcula mediante el Índice de Precios de Consumo (IPC) al ser una medida de la media del cambio que experimenta una cesta representativa de productos con el paso del tiempo.

Por un lado, un aumento de la cantidad de dinero en circulación puede hacer subir los precios si la producción no acompaña con un crecimiento similar, pero, así mismo, no se puede gastar directamente si no está a disposición de los consumidores.

Debido al confinamiento prolongado, los hogares han reducido drásticamente la capacidad de consumo acumulando más dinero del que tendrían si la pandemia nunca hubiese existido. Ese dinero, que proviene de ese viaje que no se hizo, de esa fiesta que no se celebró o de esas tantas cosas que no se pudieron hacer, se ha convertido para el consumidor en un ahorro latente. Poco a poco se irán recuperando los hábitos de consumo anteriores a la pandemia recuperando el gasto en ciertos sectores a medida que vaya avanzando la vacunación.

A su vez, los precios de las materias primas están aumentando porque los inversores ven en esos activos una revalorización debido a que el precio del dinero está por debajo del 0%.

Y, por si fuera poco, la competencia ha disminuido porque muchas empresas se han visto forzadas al cierre. Al ser la competencia menor, la fijación de precios adquiere más relevancia.

Todos esos motivos pueden provocar un aumento de la inflación en todo el mundo obligando a los Bancos Centrales, cuyo mandato principal consiste en asegurar la estabilidad de los precios, a limitar sus políticas monetarias impulsando los rendimientos de los Bonos y por ende hacer caer a los Mercados Financieros precipitando el final del rally alcista.

A estas alturas, si algo se tiene claro es que hay que vigilar muy de cerca los movimientos que vaya realizando la inflación en las próximas semanas. Cuando una moneda es inflacionista el público tiende a ser más consumista provocando que el dinero circule con rapidez pasando de unas manos a otras sin detenerse por el camino. En el caso de una baja inflación los Mercados demandan más dinero líquido aumentando el ahorro y disminuyendo la velocidad de circulación del dinero.

Los Bancos Centrales tienen entre sus objetivos que la inflación sea ligeramente positiva, considerándola como aceptable si el IPC no sobrepasa el 2% anual. Cuando la inflación es más elevada erosiona el valor del dinero y de los activos en general, pero será favorable para la banca y para los productores de materias primas. Es decir, es buena para algunos activos y sectores, pero mala para la economía en general.

La inflación siempre es mala para la renta fija: sube el tipo de interés de los Bonos y cae su precio debido a la proporcionalidad inversa entre el precio y el tipo de interés. Sin embargo, una inflación moderada y controlada es positiva para la renta variable debido a que las empresas aumentan sus ingresos e incrementan sus márgenes, siendo así únicamente en el caso de que la inflación la acompañase el crecimiento.

Los inversores tienen claro que una economía boyante trae consigo un repunte de los Mercados Financieros, pero si a esa economía se le añade una inflación alta las valoraciones bursátiles no serán las más deseadas. Históricamente, cuando la inflación ha sido alta las acciones estaban más baratas que en épocas de baja inflación debido a que si la inflación aflora, los rendimientos futuros serán menos valiosos. La inflación alta conduce a tipos de interés más altos provocando un trasvase de dinero de la renta variable a la renta fija por su menor riesgo.

La inflación alta perjudica al ahorro y si es baja penaliza al consumo. Por eso, los Mercados no esperan grandes subidas del precio del dinero por parte de los Bancos Centrales, pero sí estarán atentos por si son capaces de mantener una política monetaria agresiva.

Ahora mismo es complicado prever la evolución de los precios en una economía totalmente dependiente de la evolución sanitaria, pero lo que ningún experto duda es de que la inflación será uno de los principales focos a vigilar durante el 2021, siendo conscientes de que el principal problema radica en detectarla, medirla y aplicar las medidas oportunas para combatirla.

(*) Gestor de Activos

y Trader Independiente

@ToGarMos