Tras la apabullante victoria de la señora Ayuso en las elecciones a la Asamblea de la Comunidad de Madrid, que muchos, incluido Pablo Casado, calificaron como un punto de inflexión en la tendencia del voto a nivel nacional, no sería malo que el PP reflexionara sobre los verdaderos motivos que propiciaron que la mayoría de las personas que años atrás dieron su voto a Ciudadanos, en las elecciones madrileñas, en esta ocasión se lo hayan otorgado al PP, o mejor dicho a la señora Ayuso, como también hicieron buena parte de los “votantes itinerantes”, que son aquellos que, en función de cómo vayan las cosas, unas veces votan al PSOE y otras al PP, que, y a pesar de los pesares, siguen siendo los partidos catalizadores de la mayoría de los votos en cualquier elección, pues representan, o deberían representar la moderación que España necesita para seguir creciendo.

Fundidas ya casi todas las expectativas que levantaron los partidos llamados de la “nueva política”, fundamentalmente Ciudadanos y Podemos, que nacieron al rebufo de la decadencia del bipartidismo que produjo la corrupción que durante años protagonizaron tanto el PSOE como el PP, de la crisis económica desatada en 2008, que tanto incrementó las listas del paro, y de las manifestaciones populistas que empezaron a hacerse notar a partir del 15 de mayo de 2011, fruto del desencanto y la desesperación que se había instalado en los ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan) los disconformes con la situación política y social y los parados de larga duración; circunstancias que más tarde aprovecharon los activistas más embaucadores (Iglesias, Monedero y compañía) para “llevarse al redil” a muchos de los desencantados y desesperados y conformar Podemos; puede que lo más sensato sea intentar recomponer la malla política de nuestro país, sobre la base de que lo que hacen falta son políticos “de peso” dignos y honrados, con carisma, formación profesional y experiencia laboral, que, siendo conocedores de la realidad que se vive en España y en Europa, sean capaces de generar confianza haciendo propuestas encaminadas a equilibrar la balanza entre lo económico y lo social, y de convencer con hechos más que de adoctrinar y “enamorar”, pues de encantadores y encantadoras de serpientes, de guaperas y guaperos y de progres y progras ya vamos estando bastante hartos.

España vuelve a estar necesitada de políticos que defiendan la iniciativa privada, la cultura del esfuerzo, el reparto de poderes y la justicia social por encima de la demagogia barata y los populismos

España vuelve a estar necesitada de políticos que defiendan la iniciativa privada, la cultura del esfuerzo, el reparto de poderes y la justicia social por encima de la demagogia barata y los populismos, que solo sirven para crear falsas esperanzas a los más incautos y desfavorecidos y para despertar los deseos de venganza de los más extremistas.

Las expectativas que en su día, y en cierta medida de manera justificada, hicieron concebir las proclamas de Albert Rivera y de Pablo Iglesias, entre otros, deben ir quedando atrás pues ha quedado demostrado que no tenían base en la que sustentarse y que eran producto del hastío y la decepción que había generado la corrupción y la mala imagen que daban los políticos que la tejían. Por desgracia, siempre hubo y habrá listillos que aprovechándose de su cargo intenten sacar tajada de donde sea, lo que al pueblo, en general, le genera una desconfianza en la clase política difícil de superar.

Por ello, en cuanto podamos dejar atrás la pandemia, debemos volver a ser optimistas y tratar de recuperar el tan añorado espíritu de la Transición, fundamentalmente, para dejar también atrás el fantasma de las dos Españas, que tanto daño nos ha hecho y nos sigue haciendo desde que, en tiempos de Zapatero, y auspiciados por él, a algunos aficionados a alimentar el odio y el rencor no se les ocurrió nada mejor que desenterrar el hacha de guerra y activar eso que algunos han dado en llamar “la memoria histórica”, cuando de la historia, se cuente de una forma o se cuente de otra, lo que siempre hay que sacar son enseñanzas positivas, para que las cosas mal hechas no se vuelvan a repetir. Y si alguien quiere saber qué pasó realmente en España en los años treinta y posteriores del siglo pasado, que lea todas las versiones de lo que sucedió y, si puede, saque conclusiones. Yo he leído varias y, créanme, mi conclusión es que tan mal lo hicieron quienes estando en el poder no supieron respetar a los que no opinaban como ellos, como los que después de dar un golpe de Estado y provocar una guerra entre hermanos, tras ganarla, tampoco supieron tender puentes con los que no compartían su ideología y ello propició no solo el exilio de muchos compatriotas que tuvieron que buscarse la vida durante más de cuarenta años allende su país, sino también la desaparición de muchas personas cuyo paradero sigue siendo aún una incógnita. Tan triste como cierto.

Una historia tan triste como cierta que pone en evidencia lo mal que se debieron hacer las cosas, tanto antes como después de la guerra civil, para que se generara tanto odio entre hermanos. Odio que en la transición de la dictadura a la democracia se intentó que desapareciera de la memoria de todos los españoles de bien, que en aquellos tiempos éramos mayoría por lo necesitada que estaba España de concordia y reconciliación. Por eso, no es aceptable que ahora vengan unos cuantos descerebrados a querer romper los lazos que, de la mano del gran Adolfo Suárez, intentaron fabricar, entro otros, personajes tan antagonistas como lo eran entonces Fraga y Carrillo, por citar a dos políticos de los muchos que supieron entender que, tras la muerte del dictador, lo más importante era mirar hacia adelante sin rencor, para propiciar cauces que hicieran posible la reconstrucción, en paz, de una nueva España democrática.

Lo que pasó en España en los años treinta del siglo pasado, por el odio y la intransigencia que guiaban los pasos de los unos y los otros no podemos dejar que se vuelva a repetir; por consiguiente, algo hemos de hacer para que los que ahora quieren levantar las heridas que estaban ya casi cerradas, entiendan que el camino a seguir para llegar a la reconciliación y al entendimiento pasa, si no por el olvido, porque la historia nunca se debe olvidar, si por el perdón y el deseo de concordia, que son condición “sine qua non” para empezar a progresar. Si no somos capaces de perdonarnos y de tendernos la mano, vamos mal.

Más les valdría a los rencorosos más recalcitrantes aprender, por ejemplo, de los grandes deportistas, que son aquellos que tras disputarse con uñas y dientes la victoria en una prueba, terminada ésta, saben irse a tomar unas cañas y disfrutar de la amistad, como si nada de lo acaecido en el terreno de juego hubiera sucedido. No quiero decir con esto que la competición deportiva tenga nada que ver con una guerra civil, pero si he querido destacar la actitud de los buenos deportistas para que sirva de referencia a los que no saben perdonar, porque vivir amordazados por el odio y el rencor es un sinvivir.

Ahora me surgen dudas cuando, observando el comportamiento de los más extremistas, me pregunto si actualmente en España habrá políticos capaces no solo de saber perdonar, sino también de ilusionar a la población con nuevas ideas y proyectos viables que puedan volver a poner a nuestro país en el lugar que le corresponde.

Y, porque España lo necesita, yo pediría a todos los españoles que nos impliquemos un poco más en los entresijos de la política pues, aunque muchas veces nos entren ganas de mandar a todos los políticos de relumbrón a “freír monas” (por decirlo de una forma suave) porque no es de recibo oírles decir lo que dicen, comprobar que mienten más que hablan, e incluso, a veces, que hacen lo que les da la gana, única y exclusivamente en beneficio propio, sin importarles lo más mínimo el interés general, dado que somos nosotros, es decir, los electores, los que podemos “poner y quitar rey” cada vez que vamos a votar, debemos exigirles que no nos tomen tanto el pelo, que cumplan con lo que prometen y que hagan cuanto esté en sus manos por garantizar la unidad de España, la reducción de las listas del paro, la mejora de todos los servicios públicos, la rebaja, o en su caso un reparto más equitativo de la carga impositiva, la aprobación por consenso, de una vez por todas y para muchos años, de unas buenas leyes de educación, de sanidad, de dependencia…Es decir, en definitiva, que hagan lo que deben hacer para que los españoles, en general, podamos tener fundadas esperanzas en unas mejores expectativas de futuro para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos.

Lo dicho va por usted, señor Sánchez, para que no piense que, con todo lo que nos ha mentido y engañado va a poder seguir mintiéndonos y engañándonos mucho más; por lo que le invito a que, por el bien del PSOE, haga caso a los mejores “activos” que ha tenido su partido y, aunque ellos ya no estén en primera fila, lo deje en manos de alguien que sea creíble, pues, para cínicos que le puedan seguir haciendo daño, ya ha estado usted.

Y, señor Casado, a usted, que tan felices se las está imaginando, cuando lo acaecido en Madrid tiene mucho más que ver con el “tsunami Ayuso” que con usted, déjeme que le diga también, que menos sonrisas y más temple pues, tal y como le ven muchos que quisieran votar centro-derecha, me temo que es usted un freno para el crecimiento de su partido; así que, como le he dicho al señor Sánchez, por una fructífera recuperación del centro-derecha, le pido que dé un paso atrás y deje que los militantes del PP elijan a alguien que pueda “tirar del carro” con más fuerza y mayor predicamento de lo que lo está haciendo usted. Muchos votantes del PP se lo agradecerían.

Puede que esté equivocado, pero entiendo que quien tenga aspiraciones de llegar a presidir el próximo Gobierno de España, “tal y como está el patio”, además de saberse ganar la confianza de la mayoría de los españoles de bien (siempre utilizo este término para diferenciar a los españoles que aman a España de los que la quieren romper) tiene que comprometerse a hacerlo sin el apoyo de los independentistas, de los herederos de ETA, de los que no saben acatar la Constitución y de los que, por mantenerse en el poder, están dispuestos a cualquier cosa.

No lo puedo decir más claro.