Se llama hipoxia y se produce cuando se está en un lugar donde hay carencia de oxígeno. El individuo entra en trance y su mente cree formar parte de un todo universal con el que se comunica de manera lúcida. A veces me pregunto si no es esto lo que ha pasado: que nos están robando el oxígeno del aire y por eso reaccionamos como reaccionamos, dejándonos llevar por aquello que pensamos “que piensa todo el mundo”.

En Limianos, un pueblo de Sanabria, y según me cuentan, cortaron hace poco un cerezo silvestre, el cerezo de gran porte que estaba delante de las antiguas escuelas. ¿Que por qué lo cortaron? Al parecer se había convertido en un ser peligroso que día sí, día también, amenazaba los cables de la luz con los que convivía. Nadie come ahora esas cerezas pequeñas, que ni siquiera son dulces, pero antes, en ese antes donde las cosas no venían de tan lejos, esas eran las cerezas por las que se peleaban los niños en las tardes de junio, después de salir de la escuela. La escuela está siempre vacía hace muchos años.

Nos hemos convertido en lo “que piensa todo el mundo”, que es equivalente a lo que piensa el programa de Ana Rosa, el de Ferreras y en general todos los telediarios. Y esta es una de las razones por las que durante años se ha perseguido de manera más o menos salvaje a un tío con coleta y a sus familiares, padres, mujer e hijos, para no dejar pasar nuestra oportunidad como individuos de entrar en trance, conectados con el todo.

Nadie come ahora esas cerezas pequeñas, que ni siquiera son dulces, pero antes, en ese antes donde las cosas no venían de tan lejos, esas eran las cerezas por las que se peleaban los niños en las tardes de junio

Da igual que el cerezo sea la casa de más de una pareja de pájaros carpinteros, o que la singularidad y belleza del árbol nos remita a una memoria rural que a pasos agigantados es borrada, sin permitir que su simbólica presencia dé cobijo a lo que fuimos; el cerezo amenazaba los cables, no tenía seguro de caída por temporal, insultaba a gritos a los feligreses y en consecuencia había que cortarlo, como castigo a su insolente silvestrura. Además, lo ponía todo perdido de cerezas y hojas, y los servicios de la limpieza los pagamos todos, como es sabido. En su lugar plantarán un cerezo injertado chino de los que no pasan de los dos metros, que es una altura razonable, o no plantarán nada, quién sabe.

Era la coleta lo que daba miedo. Es verdad que hacía tiempo que la había escondido debajo de un moño pero esto no impedía que la foto de la coleta saliera en todos esos periódicos y programas de gran audiencia, y entonces: es la coleta de un monstruo, solían decir amedrantados los tertulianos. Esos tertulianos que viven dentro de la tele: la dejas apagada durante años y al encenderla, allí que aparecen, con un par de arrugas más y el pelo blanco, pero sin variar su raca raca, es decir: su parco pero acertado discurso.

¿Qué por qué da miedo una coleta? Vaya pregunta, las coletas no son inanes, las coletas pertenecen al reino animal, más concretamente el equino, y son la señal inconfundible de que dentro del cuerpo de quien la lleva habita un alma desasosegada y libertina, capaz de enfrentarse a los oscuros tejemanejes del orden. Pero si encima quien la lleva es un macho alfa, entonces mejor acabar con él cuanto antes, no sea que su aversión por lo establecido llene de ocupas nuestras casas los fines de semana y los manteros se hagan con los bares y los ancianos mueran por su culpa en mitad de una pandemia justo por defender la libertad de los bares por encima de cualquier negocio hospitalario.

Me cuentan que el cerezo de Limianos estaba en terreno público pero que, de corazón, era de un hombre viejo que falleció días antes o días después de la corta del cerezo. Sé que ese hombre jamás hubiera permitido en vida que cortaran el árbol.

Me pregunto por qué odiamos, por qué odiamos de esta manera. Por qué hemos permitido que el odio se extienda tanto. Contra los árboles, contra nosotros mismos, contra todo aquello que no es inane. Y no tengo respuestas. Lo único que se me ocurre es que ya no soportamos el futuro, no queremos ni oír hablar de él. El futuro no existe, solo existe el presente. Y conseguir el presente nos ha costado tanto que no queremos que nadie lo tenga si no es con un sufrimiento similar o mayor al nuestro. Somos maltratados que maltratamos para reafirmarnos, somos individualistas porque nadie nos lo puso fácil, despreciamos a los que están más abajo y adoramos a los de arriba porque así es la vida, nos robaron en su día el futuro y nuestra frustración se ceba con los que sueñan por un mundo mejor, así de simple.

Lo del cerezo de Limianos da para una buena historia con final triste: yo también me moriría de nostalgia si un día, al abrir la ventana, viera que han cortado aquello que me lleva cada día de viaje por la memoria, hasta llegar a esas cerezas que casi solo son hueso y que antes de madurar ya han sido picadas por los pájaros.