El problema de los salvadores de las masas es que terminan convertidos en tiranos. De Lenin a Mussolini, de Stalin a Hitler, de Mao a Pol Pot o al Che, de Castro a Pinochet, de Franco a Chávez, los grandes conductores del pueblo -condotieros, duces, caudillos- surgen siempre de la necesidad de sus pueblos de afirmar referentes ante la inestabilidad o los problemas con los que se encuentran en algún recodo del camino de la historia. A veces, las menos, de las crisis económicas, a veces, las más, de las crisis morales o de reafirmación de la propia existencia como sociedad o nación.

Todos los citados y muchos otros a lo largo de los tiempos llegan investidos de la púrpura que emana de una especie de superioridad ética y moral a los ojos de sus pueblos y de los grupos que los respaldan y en los que se apoyan. Todos ellos no suelen ser necesariamente los más brillantes de entre los suyos -es más casi nunca lo son- pero como nos descubrió Charles Darwin al desvelarnos el camino obvio, pero hasta su llegada oculto, de la evolución de las especies y la predominancia de unas sobre otras en el reino animal, en pensamiento que recogió de Herbert Spencer: “las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio. En la lucha por la supervivencia, los más aptos ganan a expensas de sus rivales porque consiguen adaptarse mejor a su entorno.”

O aprovecharlo, diremos cuando hablamos del ecosistema político. Eso es lo que ocurrió tras el desencadenamiento muy espontáneo y multifacético de aquel 15 de mayo del que se cumplen ahora diez años. Varias veces me dejé caer por la Puerta del Sol durante aquel tiempo, no con afanes de participar en algo que no suscitaba mi adhesión pero sí mi curiosidad por lo heterogéneo de las propuestas allí postuladas aunque, en la mayoría de los casos, si bien revestidas de banderas que hablaban de libertades, anticipaban indefectiblemente caminos hacia la supresión de la única libertad que verdaderamente merece tal nombre, la libertad individual. Se salvaban del ideario de fondo totalitario algunos grupúsculos que respiraban y se alimentaban del pensamiento y la palabra de nuestro gran Agustín García Calvo con esa sabiduría plagada de escepticismo y provocación que solo atesora quien es genio y a la vez histrión, y otros como él.

Uno de mis ratos por allí fue minutos antes de acudir al Círculo de Bellas Artes a la presentación del libro de Mauricio Rojas “Pasión por la libertad” con el subtítulo “El liberalismo integral de Mario Vargas Llosa”. Este último también estaba presente y con ambos pude intercambiar unas breves palabras al respecto de lo que estaba ocurriendo solo a unos cientos de metros de allí. La conclusión poco se alejó de lo que ocurrió. Estos movimientos pronto son absorbidos por estructuras de control formadas en el comunismo que se adueñan del mensaje y la fuerza colectiva para acabar con la libertad y lograr el posicionamiento personal de quienes sin ser los mejores saben aprovecharlo. Es comunismo, lo llamaron Podemos y asaltaron los cielos para en nombre de la libertad intentar acabar con la liber-ad.

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