Qué lejos se nos antoja a tantos aquel 15 de mayo de 2011, cuando unos 20.000 españoles, en su mayoría jóvenes, ocuparon la Puerta del Sol, indignados por la austeridad y la soberbia de políticos y banqueros. Fue como una sacudida. El apoyo público no se hizo esperar. En tan sólo tres años ayudaron a generar dos nuevos partidos políticos de ámbito nacional: Podemos, en la izquierda y Ciudadanos, en el centro-derecha. Se fragmentó el sistema político, el bipartidismo repartido entre PSOE y PP y, al final, el resultado no ha sido el esperado por sus adalides.

Diez años después de las protestas de tantos indignados, la ira ha dado paso a la desilusión, al desencanto y casi me atrevería a decir que al despecho. En cierta medida debido también a los comportamientos de aquellos líderes emergentes. Aquellos que no querían corrupción, no querían recortes y no querían hacer política a espaldas de los ciudadanos, cuando han formado parte del gobierno de coalición, se olvidaron de aquellas premisas de tan feliz acogida. Una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo. Eso sólo se aprende gobernando. El peor y mejor ejemplo lo constituye la coalición morada que se ha ido desinflando conforme han pasado los años.

Cómo no se va a desinflar si el propio líder morado ha asumido todos los vicios de la política y ninguna de sus virtudes. Cuan poco tardó en alinearse con la que él llamaba “la casta”. Su apariencia, sólo apariencia, sencilla, contrasta con su modus vivendi. Si Pablo Iglesias esperaba desplazar a los socialistas, como lo hizo Syriza en Grecia, no puso el suficiente empeño, se dejó atrapar y poco a poco fue dando de lado y sin miramientos a sus compañeros de filas. Hoy, es una sombra de lo que pudo ser aquel 2016 cuando alcanzó el 21% de los votos. Las políticas y los mensajes erráticos y contradictorios es lo que tienen.

Es verdad que diez años después, España es, en muchos aspectos, un país diferente. Se nota el legado de los indignados, pero nada más. Desperdiciaron las posibilidades de renovación y sus políticas y comportamientos personales y también políticos han hecho el resto. La resistencia del antiguo sistema bipartidista es real. La marcha de Rivera primero y de Iglesias después ha puesto de manifiesto el fracaso de los últimos en llegar y subirse al carro, amén de la forja de la ‘nueva política’ que anunciaban. Cuatro elecciones generales en los últimos seis años no han logrado producir un gobierno de mayoría. Y, lo más evidente, no han conseguido devolver la confianza de los españoles en sus políticos y en sus instituciones.