…O vivir a lo euskalduna, viura a la catalana, a la pucelana, a la “asturiane”, a la valenciana, vivir galego y hasta a lo “andalú”.

La forma de vivir de cerca de la mitad de las personas nacidas en Zamora ha tenido que ser acomodarse a vivir fuera de la provincia que les vio nacer, y que solo en España son ciento treinta mil zamoranicos, ¡pobres!, que se han alejado de los felices paisajes de la infancia.

Los datos del padrón continuo publicados por este diario nos dicen que de los zamoranos de la diáspora en Madrid viven 35.666 personas nacidas en la provincia que bailan chotis y toman cervezas con berberechos en los bares abiertos a la pandemia. Le sigue el resto de Castilla y León con 30.386 zamoranos, de los cuales Valladolid es destino predilecto con 15.119 habitantes que por ser de Zamora hablan sin leísmos, laísmos y loísmos, y no brincan al bailar la jota castellana. Hay 18.528 personas zamoranas que residen en el País Vasco tomando pintxos al son del txistu, y 11.993 que bailan sardanes en Cataluña. En Asturies -que guapina yes- hay 6.049 dominando la espicha de sidrina; en la Comunidad Valenciana 5.038 que se aficionan a la cremat, en Galicia 4.064 haciendo queimadas más tiempo que el de las vacaciones en busca del mar, y hasta Andalucía han llegado 4.062 que hablan fino –más que el vino- y dicen “las escaleras” en lugar de “lagcalera” ¡”Cuidao” que son raros los de Zamora! Que por cierto, ¿por dónde cae eso que no se ganó en una hora?

Vivir a la zamorana es emigrar para vivir a la manera de la tierra de acogida, y añorar esa forma de vida de los que cada año son dos mil menos zamoranos que permanecen guardando las esencias de lo que podría ser seguir viviendo aquí

Estos datos de los nacidos en Zamora, sin incluir segundas generaciones, que no viven a la zamorana sino “a la que les toque”, constituyen la resignada aspiración a la forma de vivir de los zamoranos más jóvenes que aún están en casa de sus padres y que todos los días desde estas páginas nos dicen con naturalidad que les gustaría quedarse aquí, pero que saben que van a tener que irse, y de las zamoranas –muchas mujeres- que tienen éxito en su trabajo fuera de Zamora y hasta de España. Y que echan de menos a la familia, la forma de divertirse y la comida.

Porque las decisiones políticas han vaciado la tierra para el que la trabaja al reducir el precio de los productos del campo y la ganadería, y pagar la PAC a los dueños de la tierra y no a los campesinos. Porque han transformado el campo en reservas medioambientales, para acabar como indios de una biosfera sin homo sapiens, sólo con paisaje y fauna. Y ni siquiera es verdad que nuestra forma de vivir se destine al cuidado del medio ambiente o la reserva de la biosfera, sino que han decidido dedicar nuestra Zamora vaciada de personas a las instalaciones de producción de esa energía que, en el mejor de los casos, podrán utilizar los zamoranos de fuera. Porque se están instalando también “a la zamorana”: utilizando suelos comunales en Sanabria, afectando a los suelos productores de alimentos en la vega de Toro, o destruyendo el paisaje que “en Sayago no” se dedica a la ganadería extensiva y a promoción del turismo. Se instalan a la zamorana que consiste en primar los intereses de las grandes empresas de fuera en lugar de las pequeñas de aquí, como se hizo con la implantación de esa energía hidroeléctrica que inundó pueblos y tierras, sin crear puestos de trabajo, y que nos ha llevado a producir energía que exportamos fuera como hacemos con la mano de obra y los jóvenes talentos.

Vivir a la zamorana también es ver cómo se cierran en los pueblos las escuelas para los niños porque son pocos y los consultorios para los viejos porque son cada vez más. Vivir a la zamorana es tener más kilómetros de autovía que las demás provincias de Castilla y León, pero que no llegue ningún medio de transporte público al pueblo para poder ir al médico, a comprar o a ponerse la vacuna. Vivir a la zamorana es tener la pensión más baja de España que no llega para pagar la residencia. Y es ver que aunque la población está más envejecida, la Diputación reduce el número de horas de ayuda a domicilio para atenderla.

Vivir a la Zamorana es irse.

Porque vivir a la zamorana es emigrar para vivir a la manera de la tierra de acogida, y añorar esa forma de vida de los que cada año son dos mil menos zamoranos que permanecen guardando las esencias de lo que podría ser seguir viviendo aquí. Y que reviven en verano cuando vuelven los forasteros: las tradiciones, las fiestas, los pueblos felices y llenos de gente. La vida “a la que nos merecemos” las buenas gentes.

Porque la forma de vivir a la zamorana ya no es esa que añoran los que están fuera, sino las que les echó fuera: la falta de trabajo para los que viven de él, que somos la mayoría.

Pero vivir a la zamorana podría ser valorar antes de irnos lo que tenemos en Zamora, y luchar para que se valore también fuera. Dar el valor que se merece todo el sector primario de producción de alimentos que es de lo que vivimos todos, y transformarlos aquí, en pequeñas o grandes industrias agroalimentarias. Crear puestos de trabajo en el cuidado del medio ambiente, tan importante para toda la humanidad que también hay que pagar nuestra colaboración al aire puro. Defender a los nativos zamoranos, indios de las reservas de la biosfera y de los paisajes protegidos, para que tengamos los mismos derechos a la sanidad, la educación, las comunicaciones, los servicios públicos y el acceso a los privados, el derecho al ocio…

Reivindicar el derecho a vivir a la zamorana con orgullo. Y sí, también al pulpo a la sanabresa y los pimientos de Benavente, al pan de Carbajales y los feos de Villalpando, a la ternera alistano-sayaguesa y el lechazo de tierra de campos, a las setas de Aliste y los garbanzos de Fuentesaúco, a las truchas del Tera y las aves de caza, a los vinos de la tierra de su nombre y de Toro, al queso y al chorizo de toda la provincia… Al temple del Duero, del Tera, del lago…

Y a tomar dos que sí y tres que no y unos tiberios con un vino o una cerveza de la tierra en el bar, si no ha cerrado. Donde nos encontramos todos porque ningún zamorano se merece ser “ex”.

¡A ver cómo se han quedado esos madrileños de caña y berberechos!

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora