“Por esta insignia sacó don Quijote

que aquella gente

debía de ser del pueblo del rebuzno,

y así se lo dijo a Sancho,

declarándole lo que en el estandarte

venía escrito”.

Miguel de Cervantes Saavedra.

Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 1615.

Supongo que a estas alturas nadie será ajeno al revuelo que se ha originado a cuenta de determinada chanza que el cómico Jorge Ponce hizo, sobre la bandera de Zamora, en el programa “La Resistencia” -dirigido por David Broncano y emitido en la plataforma #0 de Movistar-. Lejos de ser bien recibida en las redes sociales, como afirma algún medio digital, el pobre cómico -y el director de la cosa-, han sido sometidos a un linchamiento -digital y tabernario-, tan desproporcionado que solo puede entenderse en sociedades altamente susceptibles y acomplejadas.

Después de varios días recogiendo comentarios y navegando por el borrascoso océano de la red constato con meridiana claridad un par de cuestiones: que en este duro y áspero Lejano Oeste de “mares amarillos” y “pistoleros de Saloon” tenemos muy poco sentido del humor, y que cada vez conocemos menos esa historia nuestra que parecemos querer defender con ridículo patrioterismo acrítico.

Más allá jerigonza vexilográfica del cómico -que por cierto a mí me hizo bastante gracia-, me ha resultado vergonzante el tono agresivo, ombliguista y cateto de una buena parte de las críticas, que con una asombrosa pobreza argumental, adolecían de la misma ignorancia que criticaban. Por suerte no todas las respuestas bebían del mismo aquelarre tribal, pudiendo entresacar de la ciénaga alguna aportación divulgativa interesante y algunas muestras de humor sano y recomendable (como el mayo levantado en Villanueva de Valrojo). Y viendo que el Duero bajaba revuelto, algunos han aprovechado para “la ganancia de pescadores”, unos enviando a Broncano la “TaZamora”, que asegura la publicidad necesaria para producirla en cantidad y hacer caja con este asunto, otros, proponiendo homenajes a la bandera, imagino que convenientemente facturados por sus asociaciones “sinónimo de lucro”.

Los más leídos se agarraron con fuerza al mito “viriatense” si me permiten la expresión, aunque este lance quizás se preste más al adjetivo “viriatudo”, como ya hizo Paco Molina en ese exquisito y raro incunable de título “Zamora Viriatuda”, ilustrado por el hoy munícipe por antonomasia. Este mito refiere que el origen de las ocho cintas rojas de la Seña Bermeja está en los ocho trofeos cobrados por Viriato en sus victorias frente a Roma (quizás restos de estandartes enemigos). Otra versión más pintoresca habla de bandas de la panoplia de los vencidos e incluso jirones rasgados de la propia capa de Viriato.

La identificación de las cintas rojas, como trofeos bermejos de sangre romana, es sin duda una historia seductora, como lo hubiera sido también haber acogido el solar de la antigua Numancia, otro de los mitos zamorenses que estuvo vigente durante siglos. La leyenda está bien formada, es costumbre antigua el conservar, banderas, estandartes y otros vexilos como trofeos fetiche de una victoria militar, y así se han conservado numerosos testimonios a lo largo del tiempo. Por desgracia, a la leyenda y al mito debe imponerse la inexorable realidad histórica. Reconozco, por qué negarlo, que me encanta ir de cortarrollos, pero creo necesario trabajar en una correcta interpretación de las cosas, racional y desmitificadora, al tiempo que tratando de desmadejar el “hilo de Ariadna” tratemos de explicar por qué una leyenda surge en un lugar concreto y en un momento determinado. Lo interesante no es que Viriato fuera zamorano, que no lo era (es más la territorialidad de Zamora como marcador identitario no irá más allá de lo concejil durante siglos), si no la urdimbre de la presencia del mito en esta zona, que hace años comencé a estudiar, a propuesta del profesor Arsenio Dacosta-, y gracias a una ayuda del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, y que he retomado en los últimos tiempos.

Por el contrario, sí conocemos con certeza el origen de la franja verde de la Seña Bermeja. Esta fue regalada por Fernando el Católico, tras el apoyo de la ciudad de Zamora en la batalla final de la guerra de sucesión de Castilla, librada en los llanos de Peleagonzalo en el invierno de 1476. Este regalo fue glosado por el cronista real Pedro de Gracia Dei, en unas décimas de las que Cesáreo Fernández Duro popularizó una versión en sus “Memorias históricas de la ciudad de Zamora, su provincia y su obispado”, y que tanto “corta-pega” han sufrido estos días en las redes: “La noble seña sin falta / Bermeja, de nueve puntas / de esmeralda la más alta / que Viriato puso juntas / en campo blanco se esmalta. / ¿Quién es esa gran señora? / La numantina Zamora / donde el niño se despeña / por dejar libre la seña / que siempre fue vencedora”.

Sello de del concejo, S: XIII (Juan Menéndez Pidal, 1918) / Batalla del Salado. Cantigas de Santa María, h. 1280 / Pendón de la Orden de Santiago. Tumbo menor de Castilla (1170-1175) / Bandera histórica de la República de Venecia, postal, 1903 / Bandera de Ntra. Sra. de San Antolín o de la Concha, 1757. LOZ

Sin duda con la alusión a Viriato, Gracia Dei equiparaba el gesto fernandino (aunque no nombre al monarca de forma explícita), con los del mítico guerrero lusitano, igualando a ambos en el contexto de una victoria militar -dudosa y controvertida-, en la que la propaganda real jugó un importante papel. En este caso no se trataba de un trofeo cobrado al enemigo, si no de una prenda del vencedor, según la tradición bordada por la reina y dotada de cierta connotación talismánica. Se trata de una maniobra tan “pelota” -como corresponde a un cronista real-, como plena de espíritu renacentista. No en vano durante este periodo serán comunes las menciones al mundo clásico y la identificación de los gobernantes con personajes antiguos (de hecho las referencias a Viriato serán habituales en la Zamora de la edad moderna). Por otro lado poco es lo que conocemos de este enigmático cronista que dejó una notable obra sobre genealogía y heráldica, si bien son abundantes las reseñas que se refieren a él como un “malo coplero a sueldo”. Al parecer estas décimas estuvieron escritas en una cenefa en el salón del Ayuntamiento zamorano, según una referencia del libro de acuerdos del concejo de 1618-20, de donde debió de tomarlas Fernández Duro.

Volviendo a la Seña Bermeja, hace más de veinticinco que ya fue convenientemente interpretada y desmitificada a raíz de la exposición “Cívitas. MC Aniversario de la Ciudad de Zamora”, que conmemoraba el 900 aniversario de la repoblación de la ciudad por Alfonso III en el 893. En su catálogo José Andrés Casquero ofrecía, en la ficha sobre la seña oficial del ayuntamiento -que figuraba en la muestra-, una acertada explicación complementada con las fichas de los sellos concejiles realizadas por José Carlos de Lera.

Tal y como pone de manifiesto este autor la seña zamorana, como representación del concejo y uno de sus más destacados signos de identidad -tanto en batallas, como en los actos cívicos y religiosos a los que asistía el consistorio-, tendría un aspecto similar a otras señas concejiles. Aunque se desconoce el aspecto original, es posible, tal y como opina Julio González, que no fuera muy diferente al tipo de señas “cabdales” farpadas de los siglos XII y XIII, al estilo de la que aparece en los sellos del concejo que aún se conservan. Sus bandas o farpas, continúa Casquero, de número variable (seis en los sellos del siglo XIII), quizás fuera reflejo de una primitiva organización del concejo (pueblas, sexmos etc).

En definitiva, la Seña Bermeja sería una bandera encarnada cuadrilonga, entera o dividida en varias franjas -como parece deducirse del dibujo del sello del concejo efectuado por Juan Menéndez Pidal en 1918-, farpadas, bien en puntas, bien en forma rectangular o romas -quizás con flecos-, al estilo de las que podemos ver en las ilustraciones de las “Cantigas de Santa María” de Alfonso X el Sabio (monarca, por cierto, al que debemos la primera ordenación completa sobre banderas que conocemos y que figura en “Las Siete Partidas”). La propia referencia de las décimas de Gracia Dei (“Bermeja de nueve puntas”), apunta a esto, por lo que quizás hablamos de un paño entero, cuyas franjas estuvieran marcadas por algún tipo de remate, o festón. “Farpar” o “harpar” es hacer “farpas”, tiras o pedazos algo, por lo que es posible que el farpado de la seña fuera con el tiempo afectando a un porcentaje mayor del paño -como podemos observar en algunas otras banderas históricas-, hasta llegar a farpar la bandera por completo, generando la seña a base de cintas que hoy conocemos. La representación de la enseña contenida en las armas de la ciudad que aparecen en la bandera de plata de la Virgen de la Concha -fechada en 1757-, o en la fachada de la Casa de Misericordia (hoy Museo Etnográfico de Castilla y León), parece apuntar ya en esta dirección.

En los años 70 el comercio Zamorano se sumó al pingüe negocio de venta de banderas, para el que nuestra seña a base de cintas suponía un problema. Se desarrolla en este momento una versión industrial de la bandera en paño corrido en la que entre cada franja figuraba una pequeña línea blanca, que es la que se ha popularizado llegando incluso a colonizar algunas instituciones. Hace unos años, y en el marco de cierto ambiente revisionista de los símbolos patrios, se restauró la enseña en su formato histórico, al menos en las sedes principales de los organismos implicados.

La Seña Bermeja figura también en las sedes de la Diputación Provincial, y de la totalidad de los ayuntamientos de la provincia, ya que en ausencia de una bandera que la represente a totalidad de ésta, han ido asumiendo la vieja enseña concejil (normalmente en la versión industrial). Tanto la comercialización de ésta, la propia versión industrial adulterada, la dualidad (oficial / industrial), y la necesidad de una enseña provincial preocupó mucho en su momento a Izquierda Unida, al menos a uno de sus integrantes, el ya citado Paco Molina. En varios artículos de prensa calificó la versión comercial como la “bandera del mercadeo y la desidia” que nacía de la “forma más innoble”. Proponía sustituir las franjas blancas por negras -ya que según este el negro es la ausencia de color-, o bien por los colores del arcoiris. Estos días y al albur de la polémica, el partido Ahora Decide ha pedido a la Diputación que inicie un estudio para la aprobación de una bandera oficial para la provincia.

En conclusión, más nos valdría superar ese “campanarismo” que nos invade, leer un poco más, cuidarnos esa piel tan fina que a veces demostramos, y esforzarnos en lo verdaderamente importante. La bandera de Zamora no necesita ni “cuñados” matones ni homenajes trasnochados, sino ciudadanos críticos y comprometidos con su presente y su futuro, no siendo que , a fuerza de mirarnos el ombligo, erremos el tiro, y terminemos confundiendo molinos con gigantes.

* Historiador