No sé si es un grito desgarrador ante la dureza de la ausencia o simplemente una llamada. Mamá. Me dicen los amigos que ahora eres una estrella, una supernova que brilla con luz propia en lo ancho del cielo. Tú siempre has brillado en todo lo que has hecho, mamá. Es verdad que cuando cae la noche y la cúpula celeste se enciende, hay una estrella que, tozuda, se empeña en hacerme guiños justo frente a tu alcoba. Y yo le hablo, mamá, como si fueras tú, porque eres tú. ¡Cuánto te echo de menos, mamá! ¡Que necesaria es tu presencia en mi vida! Tenías que irte y te fuiste en pos de una luz que yo no acertaba a ver. Hay un vacío inmenso en la casa que fue nuestro hogar. Ahora sé el significado de estar solitariamente sola. Gracias a los amigos, tantos, que llenan esos momentos que cada día se me antojan más duros.

Dicen que hoy es tu día, mamá, el día de todas las madres. Qué tontería. El día de la madre son todos los días del año. No hay envoltorio mejor para atesorar los más hermosos sentimientos que el de la palabra Madre. Palabra que en su capicúa, MAMA, se hace absolutamente entrañable. En la despedida se torna grito angustioso, insoportable. Tú me lo repetías todos los días: “Todavía no me puedo marchar porque te hago falta”. ¡Me haces y me harás siempre mucha falta! Tus sabios consejos, tu aliento, tus palabras, tu compañía, toda tú. ¡Mamá! Cuanta cercanía, cuanto amor, cuanta dulzura, cuanta paciencia, cuanto sacrificio, cuánta paz entraña la palabra mamá.

Tus sabios consejos, tu aliento, tus palabras, tu compañía, toda tú. ¡Mamá! Cuanta cercanía, cuanto amor, cuanta dulzura, cuanta paciencia, cuanto sacrificio, cuánta paz entraña la palabra mamá

En el salón de casa, cerca del retrato de mi buena madre, cuelga una placa con un canto de gratitud, amor y ternura a mi mami, a mi compañera de vida, a mi hija de 96 años, me hizo madre soltera cuando cumplió los 88, regalándome ocho años más de ‘maternidad’ que me han sabido a poco. Con ella he llorado y reído, he discutido y me he enfadado, pero la he querido y quiero por encima de todas las cosas. El poema labrado en la plata de la placa, lo aprendí de pequeñita. Es sentido y hermoso. El final expresa un deseo: “Que te vea muy viejecita, muchos años, muchos años, sin penas ni desengaños, son mis deseos, mamita”.

Tengo para mí que ese deseo que nos ha acompañado durante tantos años y que recordábamos en su cumpleaños, en su santo y el día de la Madre, no se ha visto cumplido del todo. Las penas y los desengaños van por libre y a veces te asaltan y se te agarran al corazón convirtiendo la alegría en pena.

Cuando la observaba musitando una oración, sabía de antemano que estaba pidiendo a Dios para mí lo mejor y perdonándome con divina bondad mis errores, esos que cuantas veces jalonan la existencia de los hijos y eso que mi cometido final fue convertirme en madre. ¡Imposible superarla! Si soy lo que soy es gracias a mi buena madre, a su amor infinito, a su ternura, a su perdón. ¡Cuánto te echo de menos, mamá! ¡Que necesaria es tu presencia en mi vida! Gracias mamá por estos años, por tu inmenso amor, por todo lo que viniendo de ti siempre ha sido tanto. Hay muertes, porque hay vidas como la tuya, que son dignas de celebrarse. Un beso, mamá.