Hemos sabido recientemente que el obispo emérito de León, Don Julián López Martín, natural de Toro, acaba de hacer un regalo extraordinario a la diócesis de Zamora, se trata de la Biblia visigótica mozárabe en edición facsímil. Un tesoro bibliográfico de inmenso valor que podremos contemplar todos los zamoranos. Se trata de una copia exacta, de ahí el nombre de “facsímil”, con detalles de uso y deterioro, como corresponde a un viejo “incunable” (libro escrito antes de la invención de la imprenta) que data del siglo X, y cuyo original es propiedad de la Colegiata de San Isidoro de León.

Muchos jubilados hemos sido despedidos por colegas de trabajo con ágape y regalo. Ahora don Julián se jubila y quien regala es él. Bello gesto de un pastor que lo ha sido, con humildad, entrega y discreción. Le conocí, recién misacantano, en su primer destino pastoral como coadjutor de Villarrín de Campos, mi pueblo. Eran tiempos en los que la despoblación empezaba, pero aún había tarea para dos sacerdotes en la parroquia y al coadjutor le correspondía también la atención de la pedanía de Otero de Sariegos, un enclave hoy totalmente despoblado en medio de las lagunas. En estos destinos se estrenó el joven coadjutor cargado de ilusiones y proyectos. Traía un nuevo estilo, sencillo, cercano, amigable, consecuente con los nuevos aires del reciente Concilio Vaticano II. Y todo hay que decirlo: era un buen mozo y bien parecido.

Cuento una anécdota. En sus primeras homilías, en vez de soltar el sermón acostumbrado, echaba mano de ficha-guión para no andar con rodeos y hablar sin ampulosidad ni retórica; al grano, como se suele decir. Tan acostumbrada estaba cierta gente a apreciar más el ruido que las nueces, que comentaban (la ignorancia es atrevida) si acaso no traía aprendido el sermón. Pronto su magisterio pastoral y la iniciativa educativa de su proceder se vio plasmada en actividades que muchos no podemos olvidar por la novedad de su propuesta en una zona rural con pocos recursos. Destaco la Primera Semana de la Juventud por él organizada, con el programa repleto de actividades culturales, incluyendo teatroforum con “Llama un inspector”, cineforum, tras la proyección de clásicos del cine como “Qué bello es vivir”. Y en efecto, creo que a mayores de su trabajo de cura, se empeñó en que la dura vida del campo fuese algo más bella.

Con estos buenos antecedentes es destinado a Roma para doctorarse en Liturgia. Luego ejerce de párroco en Cristo Rey, Zamora, donde también es nombrado canónigo de la Catedral. Más tarde el papa le designa obispo de Ciudad Rodrigo, y posteriormente de León, donde ha terminado sus días en activo al cumplir la edad canónica de su misión.

Nunca perdió el contacto con los feligreses de su primer destino, y aún de obispo se acercaba a saludar y visitar a su gente más próxima sin previo aviso, algo que nunca olvidaremos.

Ahora Don Julián me escribe que ha vuelto allí, y en Otero entra en la iglesia, y visita el cementerio donde lee nombres de difuntos que recuerda y por ellos reza. “¡Cuánta gracia del Señor! “, así resume con humildad y nostalgia su pasado en nuestra tierra.

En el Diario de León manifestaba, a propósito de reciente entrevista: “Mi padre solía decir que pidió a Dios un hijo cura y le trajo un obispo”.

Yo me permito parafrasear diciendo que he pedido a Dios buenos amigos y entre ellos me ha dado un obispo.

Desde aquí me hago portavoz de tanta gente que le ha conocido y me transmite opiniones semejantes a la mía respecto a su trato, bonhomía y a su labor de pastor de la Iglesia, en la que él se siente especialmente bendecido, y por ende agradecido también, con el regalo de su despedida.

Dios le siga conservando muchos años, cerca de tantos amigos como al andar fue juntando.