Lo cierto es que tener una opinión sobre todo, sobre cualquier cosa, es deporte nacional. Es cosa esta que sorprende mucho al sajón informado, el cual suele tomar alguna distancia sobre lo que no conoce, y le resulta sencillo “no tener opinión” sobre muchos asuntos

El que escribe, rara avis, se encuentra en retirada de tirar opiniones como el que siembra; así a “puñaos”. No creo que se gane mucho y además se bloquea la entendedera para escuchar en profundo al que tiene criterio. Algo de esto está ocurriendo con las vacunas. Los científicos, a los que les importa bien poco quien gobierne, explican que las vacunas que se administran son todas buenas y que el sistema seguido por la Agencia Europea del Medicamento es riguroso y fiable (andan científicos detrás), aunque se hayan dado casos de trombos que siempre representan un porcentaje ínfimo respecto a los vacunados. Puedo estar equivocado, pero creo que de su criterio nos podemos fiar, amén de que como nos pongamos a leer en detalle las especificaciones de medicamentos tan extendidos como el Ibuprofeno es como para temblar.

Quizá estamos ya tan expuestos a que ministros y otros allegados emitan opiniones sin fundamento de demasiadas cosas que, al final, la tentación es no creer a estos y por ende a ninguno. Y supongo que tampoco se puede criticar en demasía. Pero en estos tiempos de peste y bombardeo de noticias confusas la voz del científico parece coherente y supongo que se les puede hacer caso con respecto a las vacunas, incluyendo AstraZeneca y Janssen.

Recordaba al respecto aquellos mercadillos de pueblo y de pequeñas ciudades en los años 60 y 70. Todavía siguen en muchos lugares. Eran ambulantes; un pueblo cada día de la semana; y cubrían las necesidades domésticas del lugar. Allí había de todo y a prueba y “si no le queda bien al chaval el pijama me lo trae y se lo descambio por otra cosa”. Al lado del que vendía medias, calcetines y ropa interior estaba el de la fruta, y al lado de este estaba el de los dulces caseros, o a lo mejor era de las variantes, que ya no lo recuerdo bien. Aquello era una confusión de charlas, gritos y olores, un verdadero viaje de los sentidos hacia lugares lejanos. Una madre angustiada buscaba al niño que se había perdido; ya se lo traía un paisano de la mano que lo había visto jugando con un gatito que estaba debajo de una furgoneta.

Uno de aquellos puestos – indefinido – era una mesa larga y ancha con toda clase de hierbas, ungüentos, muchas especias y - me llamaba mucho la atención - pequeñas montañas de algo que quizá también pudieran ser una mezcla de hierbas y especias, de muchos colores diferentes. Era una versión local, con menos magia, de aquellos puestos de un bazar de Oriente. Todo al aire. Pinchados en los montones había letreros: “artritis”, “estreñidos”, “dolores de mujer”, “pis sucio”, “manchas en piel” y así unos cuantos más. No sé si aquello curaba o no, pero desde luego no debía matar por que el “druida” recorría los pueblos de la provincia sin causas con la justicia aparentemente. Y lo que también es seguro es que no se veía por allí prospecto ni certificación alguna de Agencia Europea del Medicamento. Valía la prescripción del señor al frente y aquello “iba padentro”.

No quiero ni pensar si algún día, con las prisas, algún letrero caía en el montón equivocado. Lo mismo podía ser grave. O no.

Andaban (andábamos) con pocas prevenciones tiempo atrás con estas cosas. Las vacunas que van llegando a los lugares del mundo parece que vienen bien estudiadas y comprobadas. No tengo problema en confesar que tengo 57 años y que me tocará la AstraZéneca. Me la pondré en cuanto me llamen. Ni seré Astra “Zínico” ni Astra “EsZéptico”.

Constantino de la Torre Muñoz